Página de Historia Regional

viernes, 4 de abril de 2014

Víctor Manuel Zambrano: una semblanza

Esta semblanza  del profesor Víctor Manuel Zambrano, que acaba de morir en medio del dolor familiar y amigo, debí escribirla antes. Y debió, en todo caso,  ser un homenaje ético a una persona  viva que desbordaba  capacidad, cariño y amistad  entre nosotros; existencia  que ahora se apaga físicamente, pero nunca de espíritu ni  de afectos, porque su nombre  goza de la gloria eterna, de la misma gloria  que merecen aquellas personas que en vida tuvieron espíritu, afectos y nombre, como una consagración, o mejor aún, que la lucharon  y  ganaron  por sus realizaciones terrenas.

Hace tiempo había ese llamado de atención conmigo mismo de comenzar a historiar al profesor Zambrano como personaje merecedor, no del elogio, sino del reconocimiento, no de un simple panegírico, sino de escribir  sus hechos  para una preservación moral,  porque en este educador supo prevalecer la conducta humana, silenciosa pero eficaz, callada pero llena de pedagogía, de una sana pedagogía en valores, porque el profesor Zambrano tensionó una personalidad integral que todos le conocimos, los de antes porque supimos de sus actuaciones cuando llegó a esta ciudad en funciones de supervisión educativa, por los años de la década del sesenta, y los de luego, porque lo vieron actuar en las diversas causas que lo motivaron al servicio, como hombre útil para la formación y conservación de los valores sociales más trujillanos, para la creación de una ciudadanía apropiada  y trascendente.

Yo tuve la suerte de ser uno de sus amigos iniciales, de conocer su hoja de vida, de compartir con él,  no posiciones, pero si inquietudes, ya que desde  temprana edad hemos andando los caminos de la educación. Zambrano venía fortalecido a hacerse cargo de un organismo que estaba muy debilitado: La Oficina Regional de Educación de Adultos. Venía de una escuela e hizo escuela. Venía de una legión andragógica muy nutrida en formación. Era uno de ellos y nombraba con asiduidad a sus compañeros de campaña.  Era la escuela de educación de adultos, como se llamaba,  que tenía de epónimo  a Luis Beltrán Prieto Figueroa, y la constituían, entre otros Félix Adam, Inocente Vásquez, César Navarro Torres, Pedro Tomás Vásquez, Luis Contreras, Hugo Fernández Oviol…Víctor  Manuel Zambrano era uno de esos nombres. Siendo de ellos él los nombraba con alegría y satisfacción. Eran sus compañeros. Esos nombres, valiosos todos, se quedaron como paradigmas en medio de nosotros, gracias a que Zambrano los repetía, como para dar mayor consistencia a sus delicadas funciones supervisoras.

En Trujillo, la ciudad epicentro de esa Supervisión, este buen funcionario consiguió también un grupo profesional de excelentes condiciones, por lo que el éxito de cada campaña  no se hizo esperar. Su gestión fue positiva, y su arraigo en la ciudad comenzó a gestarse desde entonces, porque vio aquí un escenario socio-comunitario acordemente apropiado con lo que era el fundamento de su profesión docente y de su vida total, y lo fue siempre: la educación y la cultura como proyectos interiores para acrecer el sentido de la existencia. Zambrano entonces se fue haciendo y se hizo al final, uno de los ciudadanos de la ciudad: con un grado de compenetración que se convirtió en amor creciente por lo local, por todo lo que significara trujillanía; en una correspondencia  devenida en trabazón, en abrazo; una atracción que lo fijó a la tierra para no poder desprenderse ya más, como vemos que  sucede entre el hombre y el suelo, por ese concepto de siembra y pertenencia,  dupla de ancestros  y  acervos de que tanto nos habló don Mario Briceño Iragorry.

Hay en mí otra deuda contraída con él, porque me pidió reiteradamente que escribiera sobre el Dr. Miguel Rodríguez Pozo, padre de la señora Consuelo y de otros hijos llenos de afectuosidad como ella. Lo pude hacer y no lo hice. Tengo que hacerlo ahora, porque en el fondo de aquel pedimento subyacen valores del profesor Zambrano, como la afectividad, la lealtad, la familiaridad con los suyos, la gracia de querer mostrarles lo que conformó  la vida de un hombre importante de la trujillanía, como fue sin duda el doctor Rodríguez Pozo de dilatada actuación jurídica; mostrar afectos filiales como una pedagogía para la vida de las nuevas generaciones familiares, y aun, sociales de esta comunidad específica.

Hombre preocupado, como el más, por la suerte de la ciudad, fue el profesor Víctor Manuel Zambrano. Tantas veces intervino en jornadas en las que se buscaban las reivindicaciones que requería esta ciudad  nuestra, tan maltratada, y tan vulnerada por la incomprensión. Hubo dolor en él por Trujillo, y lo manifestó siempre como  muchos sabemos porque estuvimos a su lado, y su voz sonaba y su idea, su inconformidad por un estado de cosas sociales que no tenían razón de ser en una urbe de tantos aportes, de tanta intelectualidad, de tantos ciudadanos  representativos.

En los hombres buenos siempre hay la primacía de lo espiritual. Víctor  Zambrano goza en su integración como persona que fue, de esa condición que lo valora y distingue. Estoy hablando en presente porque quiero  destacar que en los grados de saber los individuos con sus actuaciones dejan traslucir sus principios esenciales, los rasgos de su personalidad, y en Zambrano no había sino una apetencia interior, un deseo o un sentido nunca material, sino de adentro, del corazón, seguramente. Porque cito: El núcleo fundamental del espíritu es el corazón, el santuario de sentimientos de donde se originan la voluntad, la energía y la determinación de cualquier persona para su verdadera mejoría en el interior de sí misma.” Tuvo entonces dolor interior  por Trujillo. Y esa preocupación es un agregado a su valoración como persona y como ser moral.

Formarse en el  servicio con desinterés propio es una virtud no muy apetecible para el común de las personas, pero lo es en aquellos que sí tienen desarrollado su mundo interior, que aprenden a sentir que los ideales tienen tinte moral, que son especie de “categoría del ser, una forma de cultura, que se hace un saber, un sentir”, por lo que acuñan esa conducta y la ejercen en todos sus comportamientos. Además, de que hubo en él la constante observación que brindó a un mandato de la pedagogía cultural que nos habla sobre que, “el hombre debe perfeccionarse  en el mundo”, como un anhelo, una satisfacción dentro de su propia definición espiritual que lo lleva a la trascendencia. Y eso hizo en su realidad viviente, cuando mostraba la imagen de una persona equilibrada y ponderada, sin ostentaciones ningunas, solamente interesado en vivir en consonancia con su buena formación social, moral y cívica.

Con este concepto, humanizado, Zambrano fue, por encima de todo, un personaje sociable, tratable, amigo de todos en la conversación cotidiana que la ejercía caminando por el centro de la ciudad, sin mirar jerarquías ni escogencias, porque en el fondo toda palabra vale y dice, cuando se pertenece al ámbito de la igualdad humana, como simples personas que somos. Responsable en eso de entender que socialmente  todos somos hermanos y debemos  dar causa para la amistad y la correspondencia. De modo que mucha parte de su personalidad estuvo sustentada por su sencillez personal, como un don.

Tengan la seguridad de que la ciudad de Trujillo, por su gran fibra moral, quedará eternamente agradecida con este ciudadano que llegó a ella un día desde su tierra tachirense, y comenzó a tejer una historia educativa que sobresalió de su .ámbito concreto hasta otras dimensiones. Su marca entonces es esa ejemplificación  de haber sido de trabajo y humilde, y de una gran consistencia  interior como son las personas humanas en su autenticidad.

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