Mi
primer encuentro temporal con la figura del doctor Segundo Barroeta fue un
hecho referencial, porque escuchaba nombrarlo en la tertulia hogareña de mi
casa en la calle arriba, pues Sofía, mi madre, como ya dije, era de San
Jacinto, y como el pueblo era pequeño, pues los nombres y los apellidos se
pegaban en el coloquio de la gran familiaridad habida en ese tiempo de
hace tantos años. Allí el quehacer lugareño nombraba con frecuencia a los
Sarmiento, Parilli, Troconis, Salas, Pacheco, Terán, Valecillos, Morón,
Machado, Contreras, pues todo era una sola familiaridad compartida.
Pero también sucedió que el nombre
del doctor Barroeta salía en los periódicos de la ciudad. Lo nombraban en el
“Sabatino”, de Joaquín Delgado y en “Hoy” de Azuaje Rincón. Claro, si tenía su
Consultorio en la ciudad, y luego, en el gobierno de Briceño Perozo, por
1958, recién estrenada la democracia, fue llamado para el gabinete gubernativo
y nombrado Director de Asistencia Social. Pero luego, el silencio del
tiempo, porque la diáspora profesional y la necesidad de establecerse en
otra ciudad de mayores expectativas y realidades, lo estacionó en Barquisimeto,
su segundo gran lugar de vida, por años, por muchos años, hasta este tiempo
final en que la inmortalidad lo abraza por efectos de su sensible
fallecimiento ocurrido hace pocos días.
Barquisimeto, ciudad de encuentro y de
realizaciones, amplio escenario para una acción global. Hombre y ciudad en
simbiosis afortunada, intercambio de vidas que se la brindó obsequiosa la urbe
del progreso, y que Barroeta ayudó a construir con el caudal de su ciencia y de
su inteligencia humanística como ciudadano de aportes. Esa segunda patria
chica que llega a meterse en los intersticios afectivos y se solidifica como
una querencia sensitiva. Ese amor que se despierta por el lugar en que se
realizan los sueños. Ese agrado por tantas nuevas adquisiciones en un contexto
geográfico y humano extraño, en una definición que se va engrandeciendo hasta
convertirse en común, en hogar con plenitudes. Barquisimeto como lugar
grandioso para Barroeta, y éste como ciudadano necesario para Barquisimeto. Una
pasión social vivida en plenitud. Y lo más importante, trascendida por las
realizaciones.
Desde muchos aspectos puede
identificarse la vida de Segundo Barroeta, como médico notable, ciudadano
moral, maestro de dimensiones insospechadas, hombre animoso para saber
exteriorizar los componentes del espíritu. Su vida fue un aporte dirigido a
muchas direcciones distintas, y una confluencia de aptitudes se nos detenemos a
describirla por lo que hizo en su largo tránsito biográfico. Da para
estudiarlo y aprovecharlo como intelectual; escudriñar en su
discurso y hacerlo pasión de nueva escritura, de nueva fulguración.
Los estudiosos de la ciencia
médica, que fue su campo profesional, habrán de mirarlo desde esta perspectiva;
como el docente e investigador que fue en el campo del trabajo
médico-científico en la Universidad y otros ámbitos conexos, por ejemplo, la
asistencia social que llegó a servir como experto. Los del mundo de la
literatura y el lenguaje, estudiarán su discurso expandido en cuatro libros que
llegó a publicar, densos, totales, bien estructurados, con el rigor de quien
sabe hacer las cosas y dirigirlas con sentido preciso. Son grandes libros sobre
una temática regionalizada, constreñida a su entidad natal, pero sobrepasada
por la calidad de lo escrito, por la temática, y hasta por el nivel alto de su
propio discurso y de los personajes a que quiso acudir para prologar cada una
de esas obras: Manuel Bermúdez, su primer libro; Tarcila Briceño, el segundo;
Francisco González Cruz, el tercero, y Marco Tulio Mendoza Dávila, el cuarto,
en orden consecutivo. La lectura de cada trabajo permite obtener una visión
precisa de este autor que, haciendo cita de un concepto de César Rengifo,
nos permite conocer que: “Hoy más que nunca el arte ha de ser clara militancia
al servicio del hombre. Yo creo en el arte en función de la humanidad”.
Y otra ocupación poco conocida por
nosotros los trujillanos, porque la realizó en Barquisimeto, fue la de experto
conocedor, estudioso y cultivador de orquídeas, de toda la gama familiar
orquidácea. Se hizo conocido en esta escasa ocupación. Esa devoción ecológica
lo distinguió también. Y si vemos, se necesitan condiciones muy especiales para
asumir este tipo de actividad, como una extremada sensibilidad, amor por la
naturaleza y dotes técno-científicas. Los tres nombrados componentes
tuvieron base firmes en su condición humana, porque entendió la vida en lo
que ésta tiene de complejidades, como un haz de partes entre lo
propiamente biológico y lo afectivo. Ese mundo sensible tan necesario que debe
tenerse para comprender y validar por uno mismo la condición
humana.
No se negó nada en su vida Segundo
Barroeta, no fue mezquino con su persona sino más bien la nutrió de valores en
exceso. Nunca puso trabas a sus capacidades y posibilidades, porque fue de
mirada ancha para abarcar todos los espacios posibles. Y todo lo hizo con
verdad y con honestidad, como un hombre virtuoso. Y eso fue en vida. Y es el
legado que nos deja. Como Don Mario “murió de mal de patria”, del mismo tipo de
muerte que garantiza la trascendencia y la vigencia más allá del tiempo y el
olvido.
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