Pórtico
Estas palabras eran para decirlas en un homenaje
preparado por el Museo Salvador Valero. En su oportunidad causas fortuitas
hicieron suspender el acto. Hoy las colocamos en este portal como el homenaje
que quisimos hacer a tan importante hombre contemporáneo.
Francisco Prada, un amigo, un ser
solidario que nos sigue dando la mano, y sigue sonriendo con nosotros. Y esa es
la razón de este encuentro en el Museo, en su Museo, del que no puede alejarse,
del que no dejaremos que se aleje, porque él es parte sustantiva de este lugar.
Él ayudó a definirlo y a forjarlo, desde los puntos casi iniciales de su
estructuración, hasta la cercanía de su muerte que no es muerte, sino lejanía
que acerca; un ir que lo devuelve, un silencio que se convierte en alta voz,
porque puede haber soledad de cuerpo, pero no hay soledad de espíritu en este
caso, menos porque Prada sigue con sus ojos abiertos mirándonos a todos, a los
artistas compañeros, a los creadores y amigos que aún lo necesitan, que lo van
a seguir necesitando, porque lo que se siembra con amor renace con amor y cobra
la propiedad de su permanencia en el tiempo.
De Prada podemos hablar en un plural que
nos envuelve a todos, porque fácilmente es posible determinar
que sentimos las mismas emociones para referir su personalidad.
Quiero decir, que lo que yo digo lo decimos como una coincidencia en la
apreciación de lo que fue este hombre pleno por su sencillez; y, al mismo
tiempo, por su complejidad. Sencillez y complejidad como caracterizaciones de
su personalidad. Y no lo digo con el sentido de la antinomia ni de la
contrariedad, sino más bien desde una plenitud, una concurrencia y una
armonización, como dejar ver que fue un hombre múltiple, capaz de hacer
desparramar su personalidad en muchas direcciones, con un radio de acción y
cubrimiento, desde la máxima sencillez posible en las cosas menudas de la
cotidianidad como hombre del común, espontáneo, coloquial, informal, hasta un
orden superior cuando tuvo que subir a los estrados en los que se hacía
necesaria su condición académica y ductora. Entre esos saberes hizo debatir su
vida, y eso lo convierte en sujeto trascendente, sin duda; en memoria y anhelo,
como si dijéramos que aprender de su memoria es una buena forma de ser y de
vivir.
Prada tiene muchas singularidades. Su
plenitud es abarcadora. La irradiación de su personalidad tiene vértices que
apuntan en muchas direcciones, como si se buscara en los demás y no en sí
mismo. Esto último es un rasgo esencial de su personalidad: dar de sí, la
entrega, a veces a una sola causa. Y esto es plausible. Otras veces, como su
caso, entregarse también a una causa múltiple, pues fue un hombre incansable en
el propósito del bien social común, de que la sociedad se dirija a un estatus
solidario y compartido entre todos sin distingos, a que la existencia humana
tenga un sentido de bienestar, de buena conciencia y ética que
conduzca con luminosidad a todo lo ancho del camino abierto. Puedo parafrasear
y hacer uso de un lenguaje, apropiarme de otro lenguaje y hacerlo mío y decir
con él: “en el bien, hay que buscar el bien y no la complacencia en uno mismo”,
como hizo Prada siempre. Y todos los que lo conocimos podemos dar
testimonio de que él fue así; que él siempre
fue así.
En otro sentido, puedo decir que
Francisco Prada era hombre de saber culto, con una muy buena conformación
cultural. En lo particular lo admiraba por la afluencia que encontraba en su
palabra, en la expresión densa y rigurosa de su conceptualidad. Pocas veces fue
a un programa que yo conducía en la radio, y al hablar él, yo infería que
estaba delante de un hombre intelectualmente bien formado, trajinado por una
adquisición humanística de gran densidad, manejador de un consumado lenguaje
formal, tanto que desafiaba al conocimiento por el mismo
conocimiento que tenía de las cosas. Y eso es muy importante para el liderazgo,
y Prada fue un líder en plenitud expresiva porque conmovía y convencía con la
palabra y, de igual forma por su praxis conductual. A cualquiera le gustaba
leerlo también cuando era el género ensayístico o el simple artículo escrito,
lo que le permita expresar su vasta ideología cultural, política, sociológica,
filosófica, artística, porque manejó la dimensión del saber culto como un
humanista en plenitud.
A veces uno se tropieza con individuos,
o mejor, ciudadanos, porque ciudadanía es consciencia. Y provoca hacerles una
petición o sugerencia. Podría decirse, no sé, si es un atrevimiento la
propuesta, pero provoca hacerla. Es la de pedirles que aprovechen ese don, la
plenitud de su lenguaje, la elevación del conocimiento poseído para expresarlos
en obra escrita, que los hará trascendentes, sin duda.
Hay personajes en medio de nosotros que tienen esa capacidad
adquirida, no sé si entre dones naturales y logrados. Pero cuánta memoria se
ha perdido por el no hacer, por falta de esa necesaria entrega a la escritura
de una pedagogía total. Mi sugestión la he realizado a tres personalidades
trujillanas: al Dr. Víctor Valera Martínez, a la Dra. Diana Rengifo de Briceño
y la tercera personalidad a la que hice mi propuesta fue, precisamente,
Francisco Prada, por signos de admiración y por el reconocimiento que daba a su
formación intelectual, con la que seguramente pudo llenarnos de buenos libros
que lo harían también, en la trascendencia del tiempo, una memoria escrita, una
de las mejores y mayores memorias escritas de toda la bibliografía trujillana.
Otra faceta de la personalidad de este
ciudadano a quien se exalta como premio moral, era sin duda, su don de gente,
su calidad humana. La sencillez viene a ser también una grandeza en la persona,
que la constituye en una referencia social colectiva. Eso fue Prada entre
nosotros: una referencia social cotidiana, sobre todo en los últimos años de
su vida que los dejó transcurrir por estas calles, y con un trato colectivo.
Eso lo engrandecía aún más y lo hacía feliz, saber que era un ser humano
transitando entre el común de los seres humanos contemporáneos. Saber que la
vida más auténtica es la que se vive en un diarismo coloquial, sencillo,
comunicante; ese sabor a pueblo que llena las alforjas del espíritu por encima
de cualquier otra riqueza; esa palabra dicha o escuchada en un diálogo
fraterno, franco y cordial, en el que los sintagmas de
la familiaridad se hacen núcleos expresivos, como que todos le
decíamos “Flaco” para identificarlo, con el gesto y la risa por delante, en un
recodo o en el alero de una casa; en la ventanilla del carro o en el momento de
la compra del periódico. En todo lugar posible, los trujillanos y los no
trujillanos, topábamos con la amistad de Francisco Prada, y ese signo amistoso
es ahora una pedurabilidad de su tiempo en el espacio integral de la
trujillanía.
Y el Museo Salvador Valero. Cómo no
perpetuar el nombre de Francisco Prada en los aposentos de esta casa
de la cultura popular y académica, en el seno de la Universidad, que Museo y
Universidad fueron hogar de Prada, no para la pernoctación sino para la gran
aventura de su capacidad y sentimiento humanos. Constituyente social integral
de esta institución. Fortaleció el espíritu existencial de este Museo por las
intensas cruzadas de lucha que supo dar para su consolidación y su
esplendencia. Personaje de primera fila cuando hubo que dar un grito de
angustia por las calamidades y penurias de la institución;
pero también gritó muy fuerte el ¡hurra! colectivo de la celebración y de la
gloria, constituyentes importantes en la dimensión existencial de este centro
de la cultura plástica. Por él entonces, a la historia no la vamos a considerar
como un hecho ya vivido, sino que tiene, a su vez, los signos prospectivos de
una memoria por hacer, de una plenitud por lograr, de nuevos retos y
compromisos que deben venir en los espacios de los tiempos prospectivamente,
como misión y visión, y razón de ser también del museo popular que lleva el
nombre imperecedero de Salvador Valero.
Finalmente, me gustaría decir que la palabra
juntura, no es muy eufónica que se diga, pero aquí contiene o le queremos dar
una significancia simbólica, porque recordamos con fidelidad la emoción filial
y la vasta identidad espiritual de la expresión ¡SALVADOR!, que emitió Prada,
cuando entraron a este recinto en la urnita blanca los restos inmortales de
Salvador Valero. Y lo digo, porque, constituye un hermoso acto simbólico el que
ahora se junten en estos aposentos los nombres portentosos de Salvador Valero y
de Francisco Prada, como hermandad que será plenitud de memoria identitaria,
otra presencia luminosa que hará más grande al Centro por los nombres y la
fuerza espiritual desparramada, como la mágica miel cromática de las ya
múltiples obras de creación artística que plenan y ornan la grandiosa biografía
de este instituto, como el mayor referente de la vida cultural trujillana.
Felicitamos entonces a los autores
de esta acertada disposición: a la profesora Carmen Araujo y su valioso equipo;
a su esposa Laura Pérez Carmona de Prada, hijos y familiares, a las autoridades
universitarias, a los creadores plásticos y otras personas involucradas, porque
vemos que sigue en ascenso la dimensión del Museo Salvador Valero, en sus
realizaciones y en sus valores.
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