Página de Historia Regional

lunes, 26 de septiembre de 2016

Fragmentos

     En lo adelante, estimados lectores, estaremos presentando pequeños textos recogidos, o mejor, escogidos, de entre la larga escritura realizada. Una síntesis conceptual de un lenguaje expositivo, cuyo propósito fundamental, es haber querido transmitir un ideario pedagógico, yacente en el espíritu de un escritor, -que como tal me siento-,  que ha visto transcurrir su vida en labores educativas escolares, en los distintos ámbitos del sistema educativo, en el que hemos ejercido esta delicada función cual profesión y tarea enaltecedoras.

Pero, además, en un largo trecho existencial, nos ha gustado hablar de las cosas menudas de la evolución socio-histórica de la ciudad y del estado, en labores cronísticas, con cuya práctica tenemos elaborados varios libros, entre publicados e inéditos, de los cuales, en una labor de búsqueda adelantada en los últimos meses, hemos ido escogiendo trozos, fragmentos, párrafos, de contenidos esencialmente conceptuales, para con ellos, ir cultivando este “jardín” definido, como se puede ver, con las múltiples germinaciones que lo integran en sus diferentes secciones o capítulos.

DE LO GEOGRÁFICO-HISTÓRICO

JARDÍN DE EXORDIOS – TOMO I

1

No dejo de querer a esta tierra que me anida. Las calles con el tiempo detenido. Sus casas grandes en el centro y los alrededores. Y la lineal visión alargada de sus dos calles principales. No oculto el sentimiento de escribir sobre la historia y el acontecer de mi nativa tierra, de sus glorias y de sus fracasos. En ella aún palpitan las grandes epopeyas de la Emancipación, cumplidas por sus hijos y por hombres de otras tierras, que vinieron en aquellos tiempos lejanos a cubrirla con sus hazañas portentosas en la búsqueda de la Independencia.  Se perpetúan en ella los cantos de aquellos pobladores que, con sus instrumentos y sus voces, y con su vena compositora, daban sus serenatas en los ventanales de las casonas, en las noches silentes de la pequeña urbe. Ciudad de ilimitada condición anímica, con su iglesia, con sus tejas, con sus campanas: imágenes del espíritu creyente que han sido pan espiritual del habitante. Tierra cargada de memorias y desmemorias, arrastra secularmente los signos de sus tradiciones  y leyendas, que han servido para eternizar su hondo significado cultural. A pesar de su apariencia pueblerina, este bendito suelo  lleva en su conciencia, la grandeza ancestral de ser la Ciudad de la Paz. La presiden en la estela inmemorial de sus edades, el viejo templo en que han rezado los siglos, y el egregio monumento que desafía la altura inconmensurable de los nuevos tiempos.

2

La ciudad es una realidad pública que busca y debe ser eficiente. Son los individuos agrupados en una red dirigida hacia un hecho concreto, una meta o lugar buscado con sentido prospectivo y real. Una concreción de obras terminadas con características de servicio y utilidad. Una ciudad es un organismo viviente, pues son los habitantes los que la empujan hacia adelante, con la mirada dirigente y supervisora de especialistas previamente dotados de un proyecto para la visualización  de la empresa total que le da vida y le permite el ascenso hacia los estadios de la prosperidad. Convertida en una red de servicios públicos en consonancia con las necesidades de la población, mirada con signos de grandeza, partiendo de sus componentes unitarios bien agrupados y enredados con ansias de significado, con el sentido completo de la eficacia en el funcionamiento de sus dependencias, con sus espacios abiertos para una mejor existencia, con los pobladores dispuestos a ocupar y hacer funcionar esos espacios, con un conjunto de escenarios vivos y bien organizados. Donde sea precisa la concurrencia masiva a participar y hacer participar a todos en conjunto, con la búsqueda incesante de propuestas para alcanzar los valores sociales que son los que permiten existir bien, con los fundamentos de una cultura esencial de servicios múltiples, puestos a funcionar para alcanzar mayoritariamente sus beneficios integrales.

3

Las pequeñas ciudades primigenias, y más aún otros pueblos, fueron de una baja línea horizontal. Así se percibe por las formas que se dibujan en los viejos daguerrotipos. Y en su totalidad fueron esencialmente monocolores, como para darles una gran dimensión de antigüedad. Ver estos grabados anima a los que sienten amor por la historia, porque se encuentra en ellos una fortaleza espiritual que la define tangiblemente la presencia de hombres y mujeres que allí hubo como pobladores. Y hoy, desde distintos ángulos, se puede replantear la vida de aquellos habitantes que anduvieron en la cotidianidad por las aceras y las calles largas y delgadas, que también se distinguen en las detenidas imágenes de los daguerrotipos de pueblos y ciudades.

4

En aquellos tiempos, entre los siglos, las obras públicas fueron construidas con escasos recursos materiales y técnicos. Están allí en los daguerrotipos. Se ven como un triunfo de aquella ingeniería, o mejor, de la pericia de los albañiles prácticos que las levantaron, dirigidos por ellos mismos; hechas, muchas de ellas sin ninguna planificación previa, aunque con honda responsabilidad y un profundo criterio formal. La memoria gráfica  de ese largo tiempo permanece recogida en diversos documentos públicos y privados. Lástima que no hubo el cuido de personas entendidas, pero sin criterio de posterioridad, por salvaguardar aquel patrimonio documental formado durante el proceso constructivo de las obras públicas y privadas: carreteras y puentes; casa y edificios, y construcciones de otros tipos, para lo que, tanto el gobierno como personas particulares, solían contratar fotógrafos especializados. Y muchos, la mayoría de aquellos documentos se perdieron, lo que impide al investigador tener el apoyo ilustrativo o los pormenores gráficos de tal como era en la realidad la obra en ejecución. La implacable acción del tiempo sobre el documento de papel, la desidia en otros casos, y hasta la ignorancia  dieron al traste con documentos  fotográficos del ayer de la ciudad.

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***Advertencia: ésta publicación puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar la autoría, como fuente de la misma incluya la URL: https://memoria-trujillana.blogspot.com/ y el aviso de Derechos de Autor © ALÍ MEDINA MACHADO***

lunes, 28 de marzo de 2016

Una semblanza de la doctora Elina Rojas

Hay canto y soledad entre nosotros. Cantos que se tornan espirituales, hímnicos, para despedir la existencia terrenal de una gran mujer, íntegra por sus valores e integral por su vasta formación; dispuesta al servicio de las mejores causas, dentro de este cuerpo social en que vivió.

Aparece ahora una inmensa soledad entre nosotros, originada por la ausencia que es dolor y despedida, como un silencio. Canto y soledad en el momento de la sentida muerte de la doctora Elina Rojas, nombre y apellidos vigorosos, de una mujer que entendió su destino y lo supo vivir. Para ella entonces nuestro homenaje, el tributo emocionado de quienes fuimos sus compañeros de trabajo en la Universidad, en esta casa de Carmona, que sostiene el tiempo y el espacio del alma mater en la máxima significancia. Alma mater como frase memorable, que en sentido individualizado, lo podemos aplicar a ella, por su personalidad descollante como mujer de espíritu y madre solícita, por el amor que dio como una siembra expandida de lo familiar a lo social; desde el hogar a la comunidad, porque hogar y servicio comunitario fueron las dos ramas enlazadas de su escudo de vida, como una bandera desplegada.

Lo importante en la función social de la persona, es hacerse íntegra moralmente cuando sirve a la colectividad. El servicio social es, debe ser, tiene que ser, una inquieta emoción cotidiana del ser humano, cuando éste ha adquirido conocimientos y aptitudes para hacer el bien, unas veces por la acción que sabe poner en práctica como profesional; otras, para complementar esa  vocación por medio de su participación en instituciones y asociaciones dirigidas, como un empeño, hacia fines serviciales. Este juicio contiene y valora la personalidad vital de la doctora Elina.

Fue una mujer de profunda raigambre con los asuntos del espíritu, de su propio mundo interior. Actuaba con los dictados de su alma, de su conformación afectiva. En silencio casi siempre, sin aspavientos figurativos, con una parsimonia en el caminar y el hablar, pensativa y meditabunda, sacando fuerzas como un ideario de conciencia, haciendo cosas provechosas y aportes, como sustancias nutricias de su pensamiento, que lo llenaron el estudio y el conocimiento de la ciencia, aunque también, una praxis profesional que no le dio descanso, como todos nosotros estamos en capacidad de testificar.

Hermosa plenitud la de la doctora Elina. Con qué gusto le dábamos el doctorado. Pudimos llamarla Elina simplemente. Pero ninguna otra persona como ella merecía el reconocimiento de su doctorado, que siendo un inmenso valor académico, era en ella más bien un título de afecto y de cariño, un reconocimiento a su religiosidad, cuando usamos el término con visos de sentimientos, de veneración a lo que se practica, de “normas morales para la conducta individual y social”, como una práctica de virtudes que nos mueven, como una obligación de conciencia y cumplimiento de saberes.

Mujer moralizada, impulsada por las acciones del corazón. Daba a su propia consistencia una razón humana en la autenticidad, en la colaboración, en el reconocimiento del otro, porque la vida tiene sentido de diálogo, es y debe ser un diálogo para hacerla fructífera, como la producción de una gran cosecha; la moral como prueba del entendimiento o de la conciencia: la conducta que manda el saber ser inteligente.

Mujer familiar, supo dirigir su hogar como una plenitud de correspondencias entre ella, sus hijas y su hijo: triunfo y adoración de su vida en esa entrega que todos llegamos a notarle, y en esa satisfacción de ser madre, practicante de una maternidad solícita y solidaria. Sabía de familia y extendía el concepto hasta su entorno profesional y amigo, con gran sentimiento de compañerismo llano y sin ceremonia, como una característica de su personalidad.

Una inmensa luz comenzará a alumbrar en recuerdo de esa mujer que está allí yacente, en la quietud de su vida trascendida y trascendente. Y habrá una voz que no se callará en estos espacios, gravitando entre nosotros, como un ideario.

Una inmensa huella, profunda y en todas direcciones, nos llevará desde ahora hacia el recuerdo vivo de la doctora Elina; abierta huella en los corredores y salones de este histórico edificio que lo fabricó el destino para el gran proyecto de la educación. Abrirán senda los recuerdos y la nostalgia por esta mujer sencilla y luminosa que, desde la humildad y la pobreza, supo esplender y llegó a ser doctora, que lo fue sin hacer ostentación de vanidad ni falso orgullo, más bien, para ser eficaz en las enseñanzas, dar mayor presencia al espíritu, a los sanos conocimientos y creencias, la mejor aplicación de la sabiduría y para usar en la cotidianidad de éste y otros espacios, la gracia femenina de la cordialidad y la amabilidad, que son también valores componentes de un doctorado ejercido con mucha calidad humana.

Quiera Dios que la luz del ejemplo de trabajo que dio la doctora Elina, sea una de las razones supremas que orienten en adelante la vida de nuestra institución académica universitaria. Ojalá que así sea

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lunes, 8 de febrero de 2016

Memoria y Desmemoria (y IV)

EXORDIO

La historia nos hace sentir cómplices de los que supieron ser ciudadanos y dieron ejemplo por sus hechuras sociales. Ella nos pone en contacto documental con lo que fue en su momento una acción que se convirtió, con el paso del tiempo, en una obra de importancia. La historia nos hace devotos y nos inculca lecciones de moral dictada por los ciudadanos útiles de las ciudades y de los pueblos, cuando enfrentados a miserias, limitaciones y calamidades, no se amilanaron ante los obstáculos, sino que los sobrepasaron para que surgieran los signos propicios de la vida que ellos mismos vieron y que quisieron siempre vivieran las generaciones humanas que los sobrevivieran.

LA AÑEJA TORRE

La añeja Torre de la Catedral. Imponente. Es vino fragante de la nativa historia. Nosotros crecimos bajo su presencia. Su sentido religioso cuida nuestros pasos desde tanto tiempo. La Torre es el permanente valor espiritual de Trujillo. Ella cobijó a los viejos abuelos con su férreo manto. Es un valor arquitectónico. Es un monumento al amor y a la fe.

Los tiempos de los antepasados fueron siempre visionarios. Fueron palabra y parábola para mirar la realidad social. De allí, provino la idea de su hechura y su fabricación. Los rezos y oraciones en el interior de los templos locales sustentaron los pilares afectivos para su futura edificación. Horas serenas y días apacibles los de aquellos años finales del siglo XIX. Los pobladores vieron como el noble arquitecto italiano iba dirigiendo los trabajos de la construcción de la Torre. No en vano la placa conmemorativa refleja el hecho en una de las paredes de la Catedral: “Esta ciudad tributa honor a S. Lucas Montani. Eximio Constructor de esta Torre 1886-1893. Sus restos inmortales posan en ella”.

Fue levantándose durante seis largos años. Como anexo imprescindible para las funciones del templo principal, en el que oficiaba con total entrega y celo eucarístico el Padre Carrillo. Vicario hacedor con una trayectoria apostólica que cubrió parte importante del siglo muriente y largos años después en ese otro siglo XX.

La Torre ha sido primavera y otoño alternativamente, como es la historia del hombre sobre el suelo. Los largos años desde la Colonia comenzaron a llenar de pátina este templo de la parroquia central. La iglesia vio el paso de los guerreros de la Independencia que por aquí muchos anduvieron libertando pueblos. En otro tranco, atestiguó los signos de civilización del general Cruz Carrillo y del civilista Carrillo Guerra. A escasos años de su inauguración, en 1893, la Torre soportó la agresión del bravo caudillo González Pacheco, que osó incendiarle las entrañas y la tiñó de negro. Luego, muchos años después, alquimistas citadinos le quitaron la pátina negra y la pintaron de blanco, cuestión aprobada por unos y reprobada por otros. Y así, vestida de blanco ha permanecido por años su piel perenne.

La Torre de la Catedral preside la condición histórica de la ciudad. Aunque ella no es colonial, si lo es la iglesia. A sus alrededores viven los ancestros de la urbe cuatricentenaria. Ella ayuda mucho a que la estampa de la vieja iglesia sea el patrimonio histórico que nos enorgullece. La Torre es, por demás, un hermoso tatuaje de fe en el alma de los trujillanos.

LA CASONA DE LA CALLE REAL

Ahí está, arrojada, como cansada en la imagen del viejo daguerrotipo. Pero viva, siempre viva como una lección de integridad. La casona vencida de tiempo por la carga de su historia, aunque ha sabido soportar los rigores seculares. Nada le ha derrumbado. Es la más gallarda estampa de la ciudad colonial. Ahí, hermanada con las otras casas que siguen en línea en dirección a la Plaza Mayor y, en contrario, hacia el Convento de los  Franciscanos. Ahí, los pasos y las huellas icónicas en la calle principal. Y con las piedras rotas ahuecadas de siglos y pisadas.

La apacible Calle Real de Trujillo, ciudad en la que se forjó la Independencia de la Provincia. Desde entonces, ese nombre para llamarla. Y la casa, la mayor de todas con su frontis hermoso. De una sola puerta, inmensa, majestuosa. Abierta en luminosidad para facilitar el ingreso a los patriotas que enfrentaban a los realistas españoles para darnos la libertad. Como si pudiéramos saber de arte arquitectónico para describirla en sus más pequeños detalles.

La casona augusta, que tuvo y tiene el coraje de permanecer como una gran lección de trujillanía. A pesar del ultraje y de las negaciones. De las afrentas ominosas que, en vano, tratan de restarle méritos y autenticidad. La más clara denuncia. La más palpable prueba de su valor, es ella misma, sin duda alguna.

En vano, el tiempo de la naturaleza y la propia iniquidad humana trataron de derrumbarla en épocas distintas. Antes, ciertamente, tuvo días aciagos y tormentosos. Durante un lago lapso estuvo casi dormido de abandono. Hasta intentos hubo de picarle sus paredes centenarias para hacerla más “moderna”. Pero alguien, en arenga oportuna y fortunosa, impidió el sacrilegio. Y con ello, la defensa de la historia. Dijo aquel buen hombre (Rafael María Villasmil), que al tumbarla, se perderían las huellas de los próceres que la caminaron por sus corredores y aposentos. Y así, aquellos pasos memorables de la historia quedaron intactos, luego de dos restauraciones que se le hicieron: la primera, para el ateneo; y la segunda, para el Centro de Historia del Estado. Ahí están aquellas huellas luminosas. Gravitan vivas, llenas de una grandeza secular inmarcesible.

Por tales atributos la entrañable casona condensa el historial de la trujillanía. Cómo no amarla sin ambages ni componendas. Cómo no respetarla. Cómo no reconocerla como hogar de la suprema historicidad regional. Aquí, en esta casona, cuenta el historiador:

“Se desarrollaron sucesos de gran trascendencia para la vida republicana”

Y asienta también, este mismo historiador:

“Dentro de sus muros, Trujillo está allí, con la verticalidad de sus ejecutorías”                                                           Briceño Valero

La casona severa, como fue la ciudad colonial. Firme siempre como ha permanecido ante los avatares del tiempo. Invencible como tales hombres de la patria primigenia. Guarda en sus espacios el eco de las voces que atronaron en los momentos portentosos de las asambleas, cuando ciudadanos representativos, junto con el pueblo, pronunciaron en ellas las palabras inmortales de la proclama total de la libertad y de la emancipación.

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miércoles, 6 de enero de 2016

Los adorados Reyes Magos

Siempre así, adoradores ellos y adorados ellos por todos: los Tres Reyes Magos llegan en estos primeros días del año, para contentamiento de la humanidad asidua a la tradición, admirada del escenario fastuoso por el rico atuendo, aunque sencillo, en el sentido popular de la celebración religiosa. Y de lo religioso, pasa a lo popular, con el objetivo de alegrar al pueblo, fundamentalmente a los niños del mundo, que los sienten venir, que les escriben cartas petitorias, y que por nada aceptarían otra versión que aquella de la fidelidad a la creencia que los humaniza y familiariza, hasta hacerlos padrinos o compadres en el círculo breve de un hogar determinado.

Los Reyes de la tradición enseñan muchas cosas. La iglesia los puso en el lugar de las escrituras con una misión determinada. El objetivo supremo es reconocer la superioridad de Aquel que nació Niño y Rey absoluto del universo. El Unigénito, el Mesías, el anunciado por la historia para librar las grandes causas de la humanidad. A ese Rey grande habrían de venir a rendir culto los Tres Reyes Magos de Oriente. Desde los lejanos horizontes llegaría el cumplido de una adoración filial, a entregar riquezas y honores, a rendir una cálida emoción de obediencia. La iglesia refiere entonces la actitud de estos varones poseídos de una gran humildad por encima de toda otra caracterización. La adoración de los Reyes Magos como acto divino. La leyenda se ha quedado en la historia. Se ha agigantado con el paso de los siglos, porque en tanto haya una nueva visión o versión dadas por el artista o el poeta, allí estará la vigencia de estos tres reyes especiales, que siguen diciendo a la humanidad la conveniencia de aceptar supremacías, superioridades, estrados por encima, como lección para nunca creerse el ungido definitivo, porque en resumidas cuentas, nadie tiene la última verdad, ni ocupa el lugar supremo, sino Aquel que es Dios, y que reúne condiciones impuestas por el Padre, como paradoja, el mismo Hijo, es decir, la misma grandeza, elevada arriba, en el Cielo.

Los Reyes de túnicas vistosas. Así los recuerdo siempre. Mi madre los guardaba con suma reverencia. Jamás en los cajones se ajaron sus vestidos. Si acaso un leve raspón en la nariz de Gaspar o un leve desteñido de la túnica de Baltasar. Pero, en definitiva, los tres respetados señores de tantos años de infancia y adolescencia, vivían en mi casa en las mejores condiciones, muy cerca del altar de los santos, pues al fin y al cabo ellos también son santos. Rezongaba mi madre cuando alguno de nosotros se atrevía a remover la caja, para mirar en su interior el rostro de ébano del Rey Negro.

Y los artistas han conformado un legado histórico para testimoniar su admiración por las tres personas reales. Unos los colocan en el momento supremo de la adoración. Otros en la larga caminata desde los países orientales. Otros más, en las cercanías del Portal de Belén. Ahí, en la antesala del pesebre, alegrando el rostro sorprendido del recién nacido, que hasta el momento de la llegada de los Reyes era sólo heno y animales, y estos últimos alarmados también por la angelical mirada de la Virgen María, la Madre de la excelsa criatura naciente. Los Reyes depositando cumplidos en el portal del otro Rey, del que habían recibido noticias por el brillo mayúsculo de las estrellas, y por la comunicación directa de los ángeles, que fueron por el mundo anunciando la nueva del nacimiento del Hijo de Dios.

Los santos Reyes Magos viven eternamente. Están siempre en medio de los hombres de bien. En la grandeza de una fe que no muere por su sinceridad. Monarcas de la ingenuidad en lo que de puro tiene el corazón de los hombres. Vivieron llenos de humildad. Fueron a postrarse delante de Aquel que no conocían sino por revelaciones divinas. A Él sirvieron con devoción y desprendimiento. Por eso ellos viven en nosotros, en nuestra eterna devoción.

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