A lo mejor la soledad y la miseria
que rodearon la geografía física y humana de don Andrés Bello en su largo
peregrinaje por la tierra y la sociedad, en la dilatada andanza que sostuvo en
el tiempo y la distancia, despertaron una compensación a su espíritu para el
enriquecimiento de las ideas y la fructificación generosa de su pensamiento. Y
no pudo haber sido otra la causa que motivó tal riqueza interior, centrada
esencialmente en esa compenetración que tuvo con el entorno natural que le
rodeó, tanto en los años de Caracas, como los vividos en Londres. En Caracas
sabemos de su aislamiento social; tímido e introvertido, el joven Bello
prefirió recluirse en el estudio profundo que participar en la tertulia
ciudadana promovida por jóvenes contemporáneos. Resiste la tentación de lo
social y prefiere la reclusión de la alcoba donde el aula abierta de los libros
lo pone en contacto directo con el temprano mundo amigo del conocimiento
cultural más heterogéneo. Y su vida exterior la comparte con el conocimiento, comprensión
y diálogo con la naturaleza caraqueña de aquel entonces, que hace nacer en el
joven un extraño sentimiento de amor por el paisaje natural, retenido para
siempre en su memoria lúcida y la primera lección de gran conciencia espiritual
americana, de las infinitas que brindó a lo largo de su preclara existencia
útil.
Bello enamorado del paisaje caraqueño, laboratorio existencial
donde practicaba la enseñanza, que horas antes, en el oscurecido reducto de la
habitación hogareña, le habían inculcado, bien una égloga virgiliana, bien una
oda horaciana. Bello, una naturaleza humana diferente dada en la acción del
estudio concreto y en la contemplación de un mundo para él sólo, y que jamás lo
abandonó en el recuerdo permanente por su terrón de origen. La Caracas bucólica
de entonces formó su corazón para lo espiritual, las ideas y las subjetividad
más plenamente humanas: Caracas, material inagotable, logró el milagro afectivo
de conformar la universal semblanza espiritual de Andrés Bello: promotora del
credo poético de Bello: eterna musa juvenil, que lo haría exclamar en un
arrebato de exaltación americana: "aún el espectáculo del mundo físico,
¿cuántos nuevos recursos no ofrece el pincel poético, ahora que la tierra,
explorada hasta en sus últimos ángulos, nos brinda con una copia infinita de
tintes locales para hermosear las decoraciones de este drama de la vida real,
tan vario y tan fecundo de emociones? ".
Es que no hubo nunca momentos de olvido de su tierra en la
memoria de este peregrino universal. Es que en ese largo y doloroso permanecer
de Bello allende los mares, la visión espiritual de la patria lo acompañaba, y
el paisaje imaginario le sembraba espigas en el corazón proscrito. La patria
lejana era duelo de todos los días que le oscurecía el alma de dolor. Y se
interrogaba: ¿Y posible será que destinado he de vivir en sempiterno duelo,/
lejos del suelo hermoso, el claro suelo/ do a la primera luz abrí los ojos?/
Cuántas, ¡ah!, cuántas veces/ dando aunque breve, a mi dolor consuelo,/ oh
montes, oh colinas, oh praderas/ amada sombra de la patria mía,/ orillas del
Anauco placenteras,/ escenas de la edad encantadora,/ que ya de mí, mezquino,/
huyó con presta irrevocable huida;/ y toda en contemplarlos embebida/ se goza
el alma, a par que pena y llora!".
Las hermosas horas de aquella lejana y pequeña ciudad matinal,
seguirían conformando la grandiosa vida espiritual de Bello, alimentando el
aliento de su genio sin par, creando el mundo de su gloria infinita, canto en
el grande y magnífico asiento de sus obras y aurora en el brillo naciente que
le sigue confiriendo la historia contemporánea universal.
Por eso, Andrés Bello, venezolano y padre; la estrofa de Ramón
Montes define tu estatura espiritual: tu nombre es EL GENIO; las algunas tu
aliento;/ tu vida la gloria; tu voz la del mar.../ tu canto es el grande
magnífico asiento/ que elevan las aves, la aurora al brillar.
En la apetecida tarea de la cultura, para la que lo había
señalado el destino, embarca Bello a Londres, en junio de 1810. La misión
diplomática encargada a la trilogía de jóvenes valores nacionales, va a recibir
de Bello una fecunda actividad en toda su vida restante. Lúcido en el
conocimiento integral de los pormenores culturales que mueven el mundo
universal de aquella época, va más allá de la simple misión encomendada, y es
un signo de nuevas luces el que lo conduce con serenidad a esa aterida
metrópoli, gran capital, "poder cultural y poder financiero
reunidos", Londres, donde el joven intelectual está seguramente avizorando
una nueva gran posibilidad de nutrición intelectual para su ya fecunda
mentalidad, que lo llevaría durante el largo lapso de diecinueve años, a sufrir
toda clase de penalidades, espantosas vicisitudes, afrentas sociales, pobreza
franciscana, dolor familiar e inesperados cambios domiciliarios, todo ello como
contrapartida para tener acceso claro al advenimiento de fuentes de
conocimiento frescas, que lo ponen al tanto de un historia política y social
que propone un cambio violento en la estructura económica y cultural de Europa.
Bello no hace otra cosa sino mejorar sobre el escenario real de
los hechos, el conocimiento integral del mundo en transición, y renuncia
geográficamente a su puesto de combate sobre el escenario físico americano
dependiente cada vez más del poder extranjero, aunque nunca su espíritu estuvo
distanciado de América, porque comprendía que la batalla de la cultura sería
más escabrosa, rodeada de dificultades de toda naturaleza, negada hasta la
saciedad por los mismos americanos, y él quería entonces, llenarse de otro
ideario que le permitiera sembrar una nueva conciencia americana, lo que logra
con creces desde el mismo Londres, donde "representó ante la Corte de ST.
James los anhelos preocupantes e intereses de los emergentes estados
soberanos" y "donde acabo de formar su conciencia americana,
despertada seguramente, por la inspiración de Miranda. Todo lo que allí hizo lo
hizo pensando en su América. Su poesía es un manifiesto de liberación para el
arte poética americana. En una de las revistas que publicó en Londres, el
“Repertorio Americano”, en unión de Juan García del Río, y con la colaboración
de otros latinoamericanos, subrayó que no darían atención a lo local de cada
uno, sino a lo común de todos los países iberoamericanos. Estudió mucho y se
preocupó especialmente por asegurar un cuerpo de doctrina en materia de Derecho
Internacional, para amparar los nuevos estados contra el peligro de la
intervención y de la usurpación."
Bello pasa horribles años de privaciones y miseria, por la
cultura y el espíritu. Su tarea europea, lejos de aquel paisaje de su temprana
juventud que vive alerta todo el tiempo en su mente, es conformar un cuerpo
cultural para hacer despertar un verdadero espíritu americano, darle
trascendencia histórica a las nacientes naciones inmersas en un feudalismo
remanente, carácter de humanidad a la existencia americana, y que las naciones
europeas conozcan la presencia de un continente americano dueño de su propia
identidad y destino.
La insatisfacción económica no significaba óbice para la satisfacción
humana que vivía este ilustre hombre venezolano. El sentido del dolor lo
compensaba con la poesía, en la cual confesaba su tristeza, su llanto y su
anhelo por la lejana patria. En ella, su sentimiento pueblerino volvía a su lar
caraqueño; en ella estaba el ansia del retorno; las claras aguas de los ríos
hermanos; los valles que aguardaban su voz juvenil; el aura ligera que lo
acompañaba en las tardes del Ávila. Bello, el de 1800, cantor del Anauco: verde
y apacible/ ribera del Anauco, / para mí más alegre, / que los bosques idalios
/ y las vegas hermosas / de la plácida Pafos, / resonarás continuo / con mis
humildes cantos"
El Bello niño, que describiría Juan Vicente González en
1849, en el poema que con el título de “El Arauco” publicara en "Flores de
Pascua"; "Mira que cuentan ¡oh río!/ Que ocasionan tu quebranto /
Ausencia, de un pastorcito/Que amaste en sus verdes años. / Niño jugó a tus
riberas,/ Mancebo le viste, caso/Con la amorosa zampoña/ Acompañando su canto.
/ Tristes memorias! juraba/ De tus apartados antros, / Y un tiempo se vas
umbrías/ Jamás alejar los pasos........./ Y se fue lejos, muy lejos/
El mismo Andrés Bello hombre, con el sentido pleno de una
América integrada para la fortaleza social y política. El líder cultural que la
América necesitaba. Luz que se hacía para la voz de un continente incipiente.
La misma voz lejana que se acercaba con el gran proyecto americano, proponente
del intercambio con las viejas metrópolis europeas, donde él y otros varones de
las nuevas patrias publicitaban con orgullo la fervorosa realidad de la
vigencia latinoamericana:
"Tiempo es ya que dejes la culta Europa / que tu nativa
rustiquez desama, / y dirijas el vuelo donde te abre / el mundo de Colón su
grande escena"; valiente imprecación de su angustia americana, por ver y
sentir la vastedad de un continente que debía hacerse, que necesitaba
construirse en su universal naturaleza.
El Andrés Bello de la madurez, forjador cultural de un
país hermano, Chile, que tuvo la suerte de recibirlo en la plena fecundidad
creadora de su vida útil, y donde ejerció la más profunda magistratura
intelectual que hombre alguno haya rendido a nación alguna, y que como bien
dice Luis Bocaz: “Las circunstancias histéricas determinarán que sea en
territorio de la República de Chile donde este vástago de una familia caraqueña
de abolengo artístico despliegue su enciclopédico saber. En las faenas de
organización de una cultura nacional, su magisterio brillará en la filología,
el periodismo, la creación literaria, la crítica literaria, el derecho
internacional, el derecho civil, la filosofía y la educación"
El Andrés Bello cargado de genio, talento y obra que, jubiloso
en 1829, regresa al continente americano, para instalarse en la delgada línea
del país austral, donde se residencia por el resto de su vida, y donde siente
por años el verdadero sabor de la patria que se paladea entre la creación y el
reconocimiento; entre la obra que se produce para hacer nacer el concepto de la
patria y el tributo que se recibe en la admiración y el cariño de un pueblo que
le considera como el padre espiritual de su cultura.
Chile lo ha ganado para su causa, que nosotros diríamos es la
misma causa de la necesidad americana, y, parafraseando a Bolívar, es lo menos
malo que tiene la América, igual que Colombia. Su patria, decía El Libertador,
cuando quiso atraerlo a su servicio en 1829, debe ser preferida a todo. Y si el
destino dispuso llevarlo a Chile, ya había en Bello el concepto de la patria
grande, una América toda integrada, que sería en el deseo de su corazón un solo
mundo libre y próspero, despojado de la ignominia del vasallaje colonial, y
culturizada hasta poder hablar con voz propia, con brío y optimismo, llena la
voz de nuevos cantos de esperanza. El Andrés Bello de Chile es ya maestro consumado
de la nacionalidad, conocedor integral de la ciencia política, enjundioso
artífice del conocimiento social. El Andrés Bello de Chile, aliento intelectual
para una nacionalidad en ciernes, no vive ya la hipótesis de la organización
social, sino el ideario monumental de un organizador estable, de un práctico
integral de la organizador social, que le permite dirigir el trabajo de la
creación del estado chileno. Por tales presupuestos, la labor intelectual del
maestro va encaminada a esa obligante conciencia social que tiene que
conformarse en la ciudadanía chilena, y en este sentido apunta:
"Obstáculos que parecen invisibles desaparecerán gradualmente: los
principios tutelares, sin alterarse en la sustancia, recibirán en su forma
externa las modificaciones necesarias, para acomodarse a la posición peculiar
de cada pueblo; y tendremos constituciones estables, que afiancen la libertad e
independencia, al mismo tiempo que el orden y la tranquilidad, a cuya sombra
podamos consolidarnos y enriquecernos." Abría en esta forma Bello, el
camino de la democracia social americana, la que eternamente hemos anhelado y
que tantas afrentas pasadas y presentes ha padecido. Y venía Bello al regreso
para el compromiso sagrado que tenía con sus ancestros aborígenes americanos,
cuando en la lejana fecha de 1810, habíase decidido a renunciar a su puesto de
lucha en la cruzada emancipadora, para formarse en los rígidos esquemas de la
cultura europea, con la posible extraña premonición de que el destino lo había
colocado en posición para enseñar más tarde a los americanos los postulados
culturales que devienen de la libertad y de la independencia.
"Hazte a tu nada/ plena./ Déjala florecer./ Acostúmbrate/
al ayuno que eres" Estas palabras meditabundas de Hanni Ossott, nos llevan
a pensar en don Andrés Bello, a recorrer su peregrinaje existencial de ochenta
y cuatro años, en los que logró la plenitud de su corazón con la llenura
intelectual de su mente, que floreció tanto como para rebosar de ideas la
dilatada geografía de todo un continente, y que, en la eternidad del tiempo, ha
sido una poderosa razón americana plenamente consolidada para que su obra siga
cumpliendo “su tarea libertadora y preparando las bases de la autonomía
cultural” y que nuestras naciones americanas se despojen de una vez por todas
del sojuzgamiento que sobre ellas mantienen el imperialismo y el fascismo.
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