Página de Historia Regional

domingo, 19 de enero de 2014

Una semblanza de Andrés Bello

A lo mejor la soledad y la miseria que rodearon la geografía física y humana de don Andrés Bello en su largo peregrinaje por la tierra y la sociedad, en la dilatada andanza que sostuvo en el tiempo y la distancia, despertaron una compensación a su espíritu para el enriquecimiento de las ideas y la fructificación generosa de su pensamiento. Y no pudo haber sido otra la causa que motivó tal riqueza interior, centrada esencialmente en esa compenetración que tuvo con el entorno natural que le rodeó, tanto en los años de Caracas, como los vividos en Londres. En Caracas sabemos de su aislamiento social; tímido e introvertido, el joven Bello prefirió recluirse en el estudio profundo que participar en la tertulia ciudadana promovida por jóvenes contemporáneos. Resiste la tentación de lo social y prefiere la reclusión de la alcoba donde el aula abierta de los libros lo pone en contacto directo con el temprano mundo amigo del conocimiento cultural más heterogéneo. Y su vida exterior la comparte con el conocimiento, comprensión y diálogo con la naturaleza caraqueña de aquel entonces, que hace nacer en el joven un extraño sentimiento de amor por el paisaje natural, retenido para siempre en su memoria lúcida y la primera lección de gran conciencia espiritual americana, de las infinitas que brindó a lo largo de su preclara existencia útil.

Bello enamorado del paisaje caraqueño, laboratorio existencial donde practicaba la enseñanza, que horas antes, en el oscurecido reducto de la habitación hogareña, le habían inculcado, bien una égloga virgiliana, bien una oda horaciana. Bello, una naturaleza humana diferente dada en la acción del estudio concreto y en la contemplación de un mundo para él sólo, y que jamás lo abandonó en el recuerdo permanente por su terrón de origen. La Caracas bucólica de entonces formó su corazón para lo espiritual, las ideas y las subjetividad más plenamente humanas: Caracas, material inagotable, logró el milagro afectivo de conformar la universal semblanza espiritual de Andrés Bello: promotora del credo poético de Bello: eterna musa juvenil, que lo haría exclamar en un arrebato de exaltación americana: "aún el espectáculo del mundo físico, ¿cuántos nuevos recursos no ofrece el pincel poético, ahora que la tierra, explorada hasta en sus últimos ángulos, nos brinda con una copia infinita de tintes locales para hermosear las decoraciones de este drama de la vida real, tan vario y tan fecundo de emociones? ".

Es que no hubo nunca momentos de olvido de su tierra en la memoria de este peregrino universal. Es que en ese largo y doloroso permanecer de Bello allende los mares, la visión espiritual de la patria lo acompañaba, y el paisaje imaginario le sembraba espigas en el corazón proscrito. La patria lejana era duelo de todos los días que le oscurecía el alma de dolor. Y se interrogaba: ¿Y posible será que destinado he de vivir en sempiterno duelo,/ lejos del suelo hermoso, el claro suelo/ do a la primera luz abrí los ojos?/ Cuántas, ¡ah!, cuántas veces/ dando aunque breve, a mi dolor consuelo,/ oh montes, oh colinas, oh praderas/ amada sombra de la patria mía,/ orillas del Anauco placenteras,/ escenas de la edad encantadora,/ que ya de mí, mezquino,/ huyó con presta irrevocable huida;/ y toda en contemplarlos embebida/ se goza el alma, a par que pena y llora!".

Las hermosas horas de aquella lejana y pequeña ciudad matinal, seguirían conformando la grandiosa vida espiritual de Bello, alimentando el aliento de su genio sin par, creando el mundo de su gloria infinita, canto en el grande y magnífico asiento de sus obras y aurora en el brillo naciente que le sigue confiriendo la historia contemporánea universal.

Por eso, Andrés Bello, venezolano y padre; la estrofa de Ramón Montes define tu estatura espiritual: tu nombre es EL GENIO; las algunas tu aliento;/ tu vida la gloria; tu voz la del mar.../ tu canto es el grande magnífico asiento/ que elevan las aves, la aurora al brillar.

En la apetecida tarea de la cultura, para la que lo había señalado el destino, embarca Bello a Londres, en junio de 1810. La misión diplomática encargada a la trilogía de jóvenes valores nacionales, va a recibir de Bello una fecunda actividad en toda su vida restante. Lúcido en el conocimiento integral de los pormenores culturales que mueven el mundo universal de aquella época, va más allá de la simple misión encomendada, y es un signo de nuevas luces el que lo conduce con serenidad a esa aterida metrópoli, gran capital, "poder cultural y poder financiero reunidos", Londres, donde el joven intelectual está seguramente avizorando una nueva gran posibilidad de nutrición intelectual para su ya fecunda mentalidad, que lo llevaría durante el largo lapso de diecinueve años, a sufrir toda clase de penalidades, espantosas vicisitudes, afrentas sociales, pobreza franciscana, dolor familiar e inesperados cambios domiciliarios, todo ello como contrapartida para tener acceso claro al advenimiento de fuentes de conocimiento frescas, que lo ponen al tanto de un historia política y social que propone un cambio violento en la estructura económica y cultural de Europa.

Bello no hace otra cosa sino mejorar sobre el escenario real de los hechos, el conocimiento integral del mundo en transición, y renuncia geográficamente a su puesto de combate sobre el escenario físico americano dependiente cada vez más del poder extranjero, aunque nunca su espíritu estuvo distanciado de América, porque comprendía que la batalla de la cultura sería más escabrosa, rodeada de dificultades de toda naturaleza, negada hasta la saciedad por los mismos americanos, y él quería entonces, llenarse de otro ideario que le permitiera sembrar una nueva conciencia americana, lo que logra con creces desde el mismo Londres, donde "representó ante la Corte de ST. James los anhelos preocupantes e intereses de los emergentes estados soberanos" y "donde acabo de formar su conciencia americana, despertada seguramente, por la inspiración de Miranda. Todo lo que allí hizo lo hizo pensando en su América. Su poesía es un manifiesto de liberación para el arte poética americana. En una de las revistas que publicó en Londres, el “Repertorio Americano”, en unión de Juan García del Río, y con la colaboración de otros latinoamericanos, subrayó que no darían atención a lo local de cada uno, sino a lo común de todos los países iberoamericanos. Estudió mucho y se preocupó especialmente por asegurar un cuerpo de doctrina en materia de Derecho Internacional, para amparar los nuevos estados contra el peligro de la intervención y de la usurpación."

Bello pasa horribles años de privaciones y miseria, por la cultura y el espíritu. Su tarea europea, lejos de aquel paisaje de su temprana juventud que vive alerta todo el tiempo en su mente, es conformar un cuerpo cultural para hacer despertar un verdadero espíritu americano, darle trascendencia histórica a las nacientes naciones inmersas en un feudalismo remanente, carácter de humanidad a la existencia americana, y que las naciones europeas conozcan la presencia de un continente americano dueño de su propia identidad y destino.

La insatisfacción económica no significaba óbice para la satisfacción humana que vivía este ilustre hombre venezolano. El sentido del dolor lo compensaba con la poesía, en la cual confesaba su tristeza, su llanto y su anhelo por la lejana patria. En ella, su sentimiento pueblerino volvía a su lar caraqueño; en ella estaba el ansia del retorno; las claras aguas de los ríos hermanos; los valles que aguardaban su voz juvenil; el aura ligera que lo acompañaba en las tardes del Ávila. Bello, el de 1800, cantor del Anauco: verde y apacible/ ribera del Anauco, / para mí más alegre, / que los bosques idalios / y las vegas hermosas / de la plácida Pafos, / resonarás continuo / con mis humildes cantos"

 El Bello niño, que describiría Juan Vicente González en 1849, en el poema que con el título de “El Arauco” publicara en "Flores de Pascua"; "Mira que cuentan ¡oh río!/ Que ocasionan tu quebranto / Ausencia, de un pastorcito/Que amaste en sus verdes años. / Niño jugó a tus riberas,/ Mancebo le viste, caso/Con la amorosa zampoña/ Acompañando su canto. / Tristes memorias! juraba/ De tus apartados antros, / Y un tiempo se vas umbrías/ Jamás alejar los pasos........./ Y se fue lejos, muy lejos/

El mismo Andrés Bello hombre, con el sentido pleno de una América integrada para la fortaleza social y política. El líder cultural que la América necesitaba. Luz que se hacía para la voz de un continente incipiente. La misma voz lejana que se acercaba con el gran proyecto americano, proponente del intercambio con las viejas metrópolis europeas, donde él y otros varones de las nuevas patrias publicitaban con orgullo la fervorosa realidad de la vigencia latinoamericana:

"Tiempo es ya que dejes la culta Europa / que tu nativa rustiquez desama, / y dirijas el vuelo donde te abre / el mundo de Colón su grande escena"; valiente imprecación de su angustia americana, por ver y sentir la vastedad de un continente que debía hacerse, que necesitaba construirse en su universal naturaleza.

 El Andrés Bello de la madurez, forjador cultural de un país hermano, Chile, que tuvo la suerte de recibirlo en la plena fecundidad creadora de su vida útil, y donde ejerció la más profunda magistratura intelectual que hombre alguno haya rendido a nación alguna, y que como bien dice Luis Bocaz: “Las circunstancias histéricas determinarán que sea en territorio de la República de Chile donde este vástago de una familia caraqueña de abolengo artístico despliegue su enciclopédico saber. En las faenas de organización de una cultura nacional, su magisterio brillará en la filología, el periodismo, la creación literaria, la crítica literaria, el derecho internacional, el derecho civil, la filosofía y la educación"

El Andrés Bello cargado de genio, talento y obra que, jubiloso en 1829, regresa al continente americano, para instalarse en la delgada línea del país austral, donde se residencia por el resto de su vida, y donde siente por años el verdadero sabor de la patria que se paladea entre la creación y el reconocimiento; entre la obra que se produce para hacer nacer el concepto de la patria y el tributo que se recibe en la admiración y el cariño de un pueblo que le considera como el padre espiritual de su cultura.

Chile lo ha ganado para su causa, que nosotros diríamos es la misma causa de la necesidad americana, y, parafraseando a Bolívar, es lo menos malo que tiene la América, igual que Colombia. Su patria, decía El Libertador, cuando quiso atraerlo a su servicio en 1829, debe ser preferida a todo. Y si el destino dispuso llevarlo a Chile, ya había en Bello el concepto de la patria grande, una América toda integrada, que sería en el deseo de su corazón un solo mundo libre y próspero, despojado de la ignominia del vasallaje colonial, y culturizada hasta poder hablar con voz propia, con brío y optimismo, llena la voz de nuevos cantos de esperanza. El Andrés Bello de Chile es ya maestro consumado de la nacionalidad, conocedor integral de la ciencia política, enjundioso artífice del conocimiento social. El Andrés Bello de Chile, aliento intelectual para una nacionalidad en ciernes, no vive ya la hipótesis de la organización social, sino el ideario monumental de un organizador estable, de un práctico integral de la organizador social, que le permite dirigir el trabajo de la creación del estado chileno. Por tales presupuestos, la labor intelectual del maestro va encaminada a esa obligante conciencia social que tiene que conformarse en la ciudadanía chilena, y en este sentido apunta: "Obstáculos que parecen invisibles desaparecerán gradualmente: los principios tutelares, sin alterarse en la sustancia, recibirán en su forma externa las modificaciones necesarias, para acomodarse a la posición peculiar de cada pueblo; y tendremos constituciones estables, que afiancen la libertad e independencia, al mismo tiempo que el orden y la tranquilidad, a cuya sombra podamos consolidarnos y enriquecernos." Abría en esta forma Bello, el camino de la democracia social americana, la que eternamente hemos anhelado y que tantas afrentas pasadas y presentes ha padecido. Y venía Bello al regreso para el compromiso sagrado que tenía con sus ancestros aborígenes americanos, cuando en la lejana fecha de 1810, habíase decidido a renunciar a su puesto de lucha en la cruzada emancipadora, para formarse en los rígidos esquemas de la cultura europea, con la posible extraña premonición de que el destino lo había colocado en posición para enseñar más tarde a los americanos los postulados culturales que devienen de la libertad y de la independencia. 

"Hazte a tu nada/ plena./ Déjala florecer./ Acostúmbrate/ al ayuno que eres" Estas palabras meditabundas de Hanni Ossott, nos llevan a pensar en don Andrés Bello, a recorrer su peregrinaje existencial de ochenta y cuatro años, en los que logró la plenitud de su corazón con la llenura intelectual de su mente, que floreció tanto como para rebosar de ideas la dilatada geografía de todo un continente, y que, en la eternidad del tiempo, ha sido una poderosa razón americana plenamente consolidada para que su obra siga cumpliendo “su tarea libertadora y preparando las bases de la autonomía cultural” y que nuestras naciones americanas se despojen de una vez por todas del sojuzgamiento que sobre ellas mantienen el imperialismo y el fascismo.

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