La página rinde homenaje a la doctora Dora Maldonado Mancera, una de las mujeres más importantes de la trujillanidad contemporánea, poseedora de una biografía llena de valores intelectuales y éticos, cuya actuación como gobernadora del estado la hizo trascendente en identidad y memoria por su obra perdurable.
La historia es la biografía de los
grandes seres humanos (Carlyle)
Todo tiempo social reclama a la persona
humana, un dinamismo y un trabajo que haga llamar la atención. Una figuración
comunitaria con nombre propio, lo que produzca un conocimiento de su
individualidad. No propiamente por medio de un afán figurativo, porque eso no
provee de personalidad alguna, sino al contrario, un trabajo social auténtico y
efectivo, como un mandato de la conciencia y del sentido de responsabilidad que
da la condición natural de ser persona.
Hacemos ese preámbulo para introducir
una semblanza biográfica de una mujer trujillana muy significativa como valor
humano, de alto nombre y obra en una buena parte de la segunda mitad del siglo
XX. Hablamos de la doctora Dora Maldonado, representativa cabalmente como
mujer, hija, amiga, compañera, estudiante, deportista juvenil, dirigente
pionera, combativa, profesional, esposa, madre, figura política, gobernadora,
emprendedora, intelectual y otros rasgos enriquecedores de una biografía muy
destacada en valores y virtudes, que subyacen en ella, porque esa biografía
está por escribirse; pero la tiene y es verídica; hermosa y completamente
trascendente. Ella carga sobre su propia persona un universo de valores que la
destacan humana y moralmente, hay una gran referencia ética ahondada en su hoy
callada personalidad.
Dora Maldonado Mancera nació en la
ciudad de Trujillo, hija de un honorable hogar constituido por Francisco
Maldonado, empleado público y Victoria Mancera de oficios de maestra de primera
escuela, como hemos visto referencias en viejos periódicos donde aparece su
nombre. De este hogar nacieron Dora, Cristina, Rolando, Atanasio, José Luis, y
Raúl Eugenio, todos formados como hijos y ciudadanos, en el puesto humano que
les asignó el destino; unos ya fallecidos y otros, como la misma Dora, vivos en
una plenitud hogareña y social, al mismo tiempo de fecunda fe por la amistad también
socializada.
Dora fue a la escuela de primeras
letras, escuela de niñas, seguramente, aunque luego, en la fase de educación
secundaria, junto a otras compañeras de generación como su hermana Cristina,
Leonor Carrillo, María Cristina Herrera, Betty Urdaneta, Chepita Márquez…
rompieron la barrera del género y entraron a competir con los varones en el
viejo Colegio Federal. Luego, Dora iría a la Universidad de Los Andes, en
Mérida, de donde egresó como Odontóloga, a mediados del año 1954.
En todos estos momentos de su vida, la
joven mujer emprendedora, fue mostrando los diversos caracteres de su
personalidad, tan así que la prensa local de aquellos años: los periódicos
“Hoy” y “Sabatino”, que circulaban en Trujillo, estaban pendientes de lo que
hacía, y la nombraban cuando venía de Mérida en vacaciones, lo mismo que
resaltaron su grado universitario. Y en crónica destacaron su matrimonio, en
enero de 1955, con el joven también odontólogo Jesús Falcón Campins, con quien
procreó una hermosa familia de un hijo, Alejandro, prematuramente desaparecido
y sus hijas, profesionales en campos de la ciencia y la literatura.
La anterior completa armonización de
elementos configurados, bien podemos agruparlos en la constitución anímica de
la personalidad de la Doctora Maldonado, porque ella ha hecho de su vida un
hacer creativo por la actividad, desde la profesión ejercida en cargos públicos
y privados, en el ejercicio clínico y en posiciones que fue ocupando en
distintas instancias de la función pública: puestos hospitalarios y sanitarios
ejercidos por largos años, con dedicación y entrega, con la suficiente
responsabilidad de una deontología aprendida en la lección continua desde el
hogar hasta la universidad. En todas esas instancias esta diga mujer trujillana
hizo méritos para acrecer una biografía ejemplar, aunque por sí misma, no buscó
nunca el falso esplendor del elogio ni la recompensa banal del interés como
mérito. Lo suyo fue el trabajo cumplido con honestidad y rectitud, como el tiempo
moral trujillano sabe que es así, que siempre fue así.
En el pleno esplendor de su vida
profesional, luego de madurados logros y de nombre sobresaliente, convertida en
una mujer de significación dentro de espectro total de la vida trujillana y, de
aun más allá, llegado el gobierno nacional del doctor Luis Herrera Campins, a
finales de la década del setenta, fue llamada para desempeñar el alto cargo de
Gobernadora del Estado Trujillo. Fue aquella designación lo que le permitió
servir con la mayor entrega a la causa de la trujillanidad. Así, fue ejerciendo
una rectoría gubernativa entre signos modelares y significativos, condensados
en el inventario de obras muy importantes, aunque también, como sucede con
todos los seres humanos, hubo en ese lapso de cinco años aproximadamente,
signos y avatares dolorosos, como la muerte de su señor padre, que a la doctora
Dora le tocó presenciar y vivir en carne propia, lo mismo que la tragedia de
Boconó, la vasta tragedia provocada por la crecida del río Boconó, que arrasó a
su paso con vidas y propiedades, hasta llegar a aislar por días al hermoso
“Jardín de Venezuela”. La doctora Dora Maldonado de Falcón enfrentó aquel
doloroso trance regional y pudo dar una ayuda solidaria a autoridades y
población boconesas, que ambas por igual, sufrieron las inclemencias de aquella
tragedia provocada por la naturaleza.
Pero lo más resaltante en la gestión que
cumplió la Dra. Dora Maldonado como gobernadora del estado, fue la construcción
total del Monumento de La Paz (Monumento de Nuestra Señora de La Paz, Patrona
de Trujillo); íntegro de su gestión, que en el tiempo se convirtió en el mayor
símbolo de la trujillanidad, y le dio una gran proyección a nuestro estado. Con
el tiempo esta obra crece en importancia.
La ciudad de Trujillo es deudora eterna
de la Dra. Maldonado, porque le construyó obras de mucha importancia como el
Monumento de La Paz, que ya nombramos, la avenida Numa Quevedo, que vino a
significar la tercera calle principal de la ciudad, la avenida “Amparo Briceño
Perozo”, obra vial de primera importancia, el Edificio de Previsión de Niño a
la entrada de la ciudad y la urbanización La Vega, entre otras.
En el orden conmemorativo, durante la
gestión de la doctora Maldonado se celebraron el sesquicentenario de la muerte
del Libertador, lo mismo que el bicentenario de su Natalicio en julio de 1983,
ocasiones en que Trujillo dio muestras de un gran fervor patriótico, que lo
llevó incluso al ámbito internacional, en Colombia.
Luego de su gestión gubernamental, como
Primera Magistrada de Trujillo, la doctora Dora Maldonado, volvió a sus labores
habituales como odontóloga en centros de salud y hospitalarios; mujer de hogar
en atención a su familia aun en formación, dirigente social y cultural en la
ciudad, y a una vida privada como acontecer anónimo en la mayor cotidianidad
familiar y amiga.
Con el paso del tiempo, esta señora
trujillana deviene hacia un homenaje filial que le hace en silencio la
trujillanidad. El merecimiento del respeto y la consideración, aunque faltando
aún el gran homenaje que se le debe, aunque en el fondo de su conciencia, ella
se sabe reacia a este tipo de agasajo, por su misma formación y constitución
espiritual que la valora.
En el espacio sagrado de sus propias
virtudes, en la serena y ponderada calma de la mejor vejez, rodeada del
silencio augusto de la naturaleza que envuelve su casa encimada en una colina
de la vieja ciudad de Trujillo: numen y propósito de su esclarecida vida útil,
personifica ahora la doctora Dora su obra maternal. Y le deja tiempo el tiempo
para la meditación como fundación de vida, para esas menudas circunstancias que
también fortifican y animan para mirar con gracia y entender los bienes de la
vida, los que la memoria le va devolviendo y la hacen saber que actuó con
propiedad en la vida; que fue hija, esposa y madre portentosa, como practicante
del modelo que había heredado de un hogar cristiano en que el bien común
compartido era la primicia de siempre para los suyos y para ella misma.
Ella anduvo por el camino e hizo camino.
Y por esa buena senda la lleva el tiempo ahora en una asunción segura a la
trascendencia histórica que se merece.
***Advertencia:
ésta publicación puede reproducirse libremente a condición de respetar su
integridad y mencionar la autoría, como fuente de la misma incluya la URL: https://memoria-trujillana.blogspot.com/
y el aviso de Derechos de Autor © ALÍ MEDINA MACHADO***
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