Página de Historia Regional

viernes, 4 de julio de 2014

Glorias Patrias (y II)

EL 5 DE JULIO: FECHA NACIONAL FUNDAMENTAL

 Un exordio necesario

Hay como una premonición en la sentencia de Bolívar en la Sociedad Patriótica. Dijo el Libertador: "Vacilar es perdernos". Y en el contexto venezolano de esta hora democrática, parecieran resonar las palabras bolivarianas cuando pensamos que ahora también nos podemos perder si vacilamos en tomar las decisiones trascendentes y urgentes que se requieren para que el país emerja de esta crisis que lo mantiene enfermo y a punto de sucumbir en muchas de sus instancias fundamentales. El país se resiente de una problemática política y social que antes de enfrentamientos debe concitar la atención y el interés de todos los ciudadanos para buscar soluciones precisas a los padecimientos y para colocar a la nación en una onda propicia de desarrollo y de prosperidad. Pero ocurre que el silencio de muchos está haciendo daño, tanto como la mirada de indiferencia de otros que nada quieren aportar a la causa venezolana, porque no les interesa nuestra suerte o porque simplemente piensan que los asuntos del Estado es competencia privativa de los funcionarios. Nada más contrario a la verdad; el país es una sola comunidad de intereses compartidos por todos los habitantes y su suerte es nacional y colectiva, por lo que tenemos que reconocer que si no cambiamos nuestra actitud y nuestra conducta es posible que nos “perdamos” en el sentido bolivariano del término, que vale decir, Venezuela involucionará en su sentido democrático, en su ideario constructivo y en la posibilidad de los cambios sociales que son inmanentes a su condición de nación libre y soberana.

El ideario libertario

En las fechas patrias hay que buscar las huellas de los libertadores para caminar sobre ellas. Ellos hicieron el país, le dieron fisonomía y lo cedieron a las generaciones de la historia para su construcción definitiva. Ellos fueron a las cumbres de las montañas para descubrir el punto en que nace la libertad, y de ahí bajaron para estamparla en el rostro del individuo, del pueblo y del país, en una sola concurrencia de elementos constitutivos. Ellos se hicieron autores de la soberanía, que no es otra cosa que el albedrío que tiene el pueblo para dirigirse y para nombrar las formas de su propia conducta. Ellos no vacilaron en los momentos cruciales, sino salieron al frente de todos los compromisos, y decidieron ofrendar la vida, de ser preciso, para la búsqueda de la libertad que le era negada por el imperio español. Y a más de doscientos años de distancia, el país venezolano, el heredero de las glorias de los libertadores, vacila en el pesimismo de una institucionalidad a la que se le hace difícil el entendimiento de la praxis de la democracia total, porque intereses parciales niegan el desarrollo de las potencialidades que, como sabemos, son muchas, desde lo natural mismo hasta lo humano; naturaleza y hombre como fuerzas para la misión trascendental del pleno desarrollo.

En múltiples instancias, posiciones, ideologías, etc., la historia nacional ha contado los sucesos políticos que eclosionaron aquel 5 de julio de 1811. Un poco de tiempo antes, la efervescencia social de una dirigencia con ardor pasionario y adoctrinado; con valores políticos y económicos en boga, había hecho mella en la conciencia social caraqueña. El 19 de abril de 1810 abrió las puertas al debate definitivo de lo que sería la cruzada histórica de la Independencia venezolana. Desde aquel día, aparecieron las posiciones encontradas “entre los sostenedores de un nuevo orden político y los partidarios de la monarquía”. “La juventud revolucionaria que se agrupaba en la Junta Patriótica, presidida por un hombre de tanta experiencia y de tanto mundo como el General Francisco de Miranda, abogaba por la independencia y presionaba al Congreso para que diera este paso”. Jamás se hace borrosa aquella generación primigenia para la posteridad venezolana, y jamás debemos olvidar los postulados de un grupo de hombres jóvenes que anhelaban otro destino para la tierra de origen. En aquel suceso estaba naciendo un cabal concepto de Patria en lo que ésta tiene de libertad, de justicia y de igualdad. Nada detendría el curso de la historia sólo la libertad era la consigna anidada en el cerebro y en el corazón de aquella gente que con pies firmes se atrevió a desafiar al imperio europeo para decirle basta, desde ahora será la ideología de los venezolanos la que rija este país y su destino. Esta generación fogosa y valiente constituida en Junta la integraban entre otros:

José Félix Ribas, Miguel Peña, García de Sena, los Salias, los Montilla, Coto Paul y Simón Bolívar. Este último, ya depuraba su alma para la causa de la libertad, marchaba a la vanguardia dentro del movimiento, y a juicio del historiador, “era uno de los principales que tomaron secretamente el movimiento del 19 de abril”.

Aquella generación había puesto rótulo a su misión terrena; hallar la libertad a costa de todos los sacrificios exigidos y por encima de las mismas contingencias de la vida. Sin embargo, no todo fue fácil, el Congreso resistía la presión de los noveles tribunos, dudaban si sería tiempo de dar el grito de independencia. “Y previendo, anota Baralt al ver el encarnizamiento de los realistas, el cúmulo de horrores que podría sobrevenir. Había en el congreso hombres que apoyaban la hostilidad de las autoridades españolas en Maracaibo, Coro y Guayana, para mostrarse demasiado cautos. El tiempo transcurría en inútiles discusiones sobre puntos secundarios de la administración gubernativa y económica, mientras que el punto capital que era el rompimiento a la sumisión imperial se difería. Con esto progresaban la inquietud y el desasosiego. Los republicanos más recelosos, por ser los que se habían aventurado a fondo en la empresa, dábanse por engañados y vencidos y los realistas, para quienes cada momento de dilación era una ventaja, trataban de prolongarla y mostraban cada día mayor satisfacción y confianza. Tal era el estado de cosas a principios de julio de 1811"

No Obstante, nada detendría el espíritu y la razón de aquellos ciudadanos. No habría fuerza humana capaz de impedir la empresa nacional, ni siquiera los horrores vislumbrados en la praxis de una guerra que efectivamente se dio por largos años, y que tantos desvelos costó a la causa de la nacionalidad. Y así tiene que ser la misión del hombre auténtico que da sentido a la vida por una causa noble. Participar en lo social para que el país alcance un sistema de vida que beneficie a un colectivo, debe ser la condición de la persona humana formada en la virtud y en los valores fraternales.

Aquellos Valores Fraternales

El país de aquel tiempo era una contradicción de modos y sistemas sociales encontrados, opuestos y enfrentados; los que veían la conveniencia de mantener el orden establecido por medio de un pacto de sumisión a la Corona, y aquellos que soñaban con la libertad, vislumbrada en todos los horizontes del joven país, en los que habría de tener razón de ser nación como era ya un hecho vivido en lejanos países del viejo continente. Y en la proyección de la historia, la contradicción venezolana pareciera seguir existiendo igual; por una parte, aquellos ciudadanos apegados a sus intereses más particulares, que se enroscan en posiciones económicas y políticas para usufructuar los mejores réditos, y que no quieren ni desean ver otra realidad nacional que no sea la que les conviene; y aquellos otros, que quieren disfrutar de los bienes de la democracia, empeñados en la afirmación de ese sistema de vida que mantiene a las sociedades, siempre dispuestas hacia nuevas y provechosas aperturas. El optimismo nacional, sin embargo, se sobrepone a la sumisión, y en fechas clásicas como esta del 5 de Julio, se presenta propicio el ambiente para asomar denuncias y tomas de conciencia, hacer llamados al orden y a la responsabilidad, y que el país tanto en lo nacional como en lo político, asuma conductas esencialmente más apropiadas a la gran causa venezolana por la solidaridad, el encuentro y la misma pluralidad

La sociedad patriótica marcó un hito en la conducta venezolana de 1811. El estilo social de sus miembros dejaba entrever una conducta comprometida que daría en breve buenos frutos, como ocurrió en la realidad. Había en la calle la confesión clandestina de la necesidad de abrir nuevos fuegos para la imposición de otro estado de cosas distinto al imperante.

Había la expresión de una convocatoria a la declaración de independencia que viniera a significar una mejor vida para una patria ya afinada en territorio y definida en población. La visión política de aquellos gestores se enmarcaba plenamente en el porvenir, y ellos quisieron cambiar la fisonomía nacional, “cambiar enteramente todo el viejo orden de: colonialismo, opresión política, injusticia económica, desigualdad y esclavitud, separación entre nuestros pueblos y atraso cultural. Se buscó hacer una autentica sociedad nueva en América con libertad, independencia, democracia, justicia agraria, igualdad social absoluta, unidad y desarrollo de la cultura”.

 5 de julio, la Independencia en una proclamación

Si vemos el caudal integral de sus postulados, tendremos que conferir obligatoriamente un hondo significado a la Declaración de la Independencia Nacional. La simple enumeración de hechos presentes concomitantes en la vida social de aquellos años, venía forzosamente a estimular la apetencia ética del hombre hasta hacerlo partícipe de la idea de la libertad. El colonialismo marcaba la vida más importante, sin dejar vías de escape a muchas iniciativas sociales distintas, y ello mismo llevaba a la praxis de una gran opresión política y económica, lo que se traducía en el mantenimiento de un hondo estado de atraso educativo y cultural que impedía al hombre del pueblo mirar un poco más allá de sus propias y grandes limitaciones. La opresión niega la libertad y la justicia y antes del 5 de Julio de 1811, estos eran los signos rectores de nuestra vida y precipitaron la actuación de los patriotas, que reunidos en junta se decidieron a dar la gran batalla política que llevó indefectiblemente a aquel glorioso día 5 del mes de julio de 1811, cuando en congreso se acuerda declarar solemnemente la independencia absoluta de Venezuela. El 5 de Julio de 1811, ciertamente, se declara la Independencia Nacional, el Acta se firmaría días después y con ello, Venezuela se declaraba libre y soberana, sin dependencia de nadie. La primera Constitución de nuestra patria dejaría asentada para la posteridad esta condición de emancipación. La acción produjo la República. Las reacciones no se hicieron esperar. Apareció el largo proceso de la guerra emancipadora, hasta la victoria culminante y definitiva dada en los campos de Carabobo el 24 de junio de 1821.

El significado de esta fecha genésica

El 5 de Julio 1811 es la génesis del sentido de la patria venezolana. El momento de una osadía y el nacimiento de otra todavía más arrogante y agresiva. El ideario de la patria era indetenible, como tiene que ser toda misión que busque el mejoramiento de las condiciones existenciales del ser humano y de los pueblos.

El 5 de julio de 1811 es la fecha divisoria entre el pasado y el presente inicial de nuestra Patria, si consideramos el pasado como un  estado negador de la libertad con su carga de acontecimientos y hechos contrarios; y el presente como el estado auspiciador y sostenedor de las libertades que sustancian la justicia y la igualdad.

Retomando el hilo de los sucesos de la alborada de la venezolanidad republicana, podemos asentar que la diputación nacional se propuso atizar el fuego social para generar un clima propicio a la revolución. El historiador Baralt no cree que los diputados hicieran de esta manera los preparativos para la sesión clave del 5 de Julio. Sin embargo, hay un hecho cierto “y es que en el curso de una tumultuosa sesión de la Junta el 3 de julio, Bolívar pronuncia allí un encendido discurso. Fustiga en él a los que propagaban la especie de que la Junta Patriótica pretendía usurpar las funciones del Congreso y rechaza de una vez por todos los temores y la ambigüedad de algunos representantes. Su elocuencia precipita los acontecimientos. “No es que hay dos congresos dice. ¿Cómo fomentan el cisma los que conocen más la necesidad de la unión? Lo que queremos es que esa unión sea efectiva para animamos a la gloriosa empresa de nuestra Libertad. Unirnos para reposar, para dormir en los brazos de la apatía, ayer fue una mengua, hoy es una traición. Se discute en el Congreso Nacional lo que debiera estar decidido. ¿Y qué dicen? Que debemos comenzar por una confederación, como si todos no estuviéramos confederados contra la tiranía extranjera. Que debemos atender a los resultados de la política de España. ¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte sus esclavos o los conserve, si estamos resueltos a ser libres? ¡Esas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas! Que los grandes proyectos deben prepararse en calma. ¿Trescientos años de calma no bastan? La Junta Patriótica respeta, como debe al Congreso de la Nación, pero el Congreso debe oír a la Junta Patriótica, centro de luces y de todos los intereses revolucionarios. Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana; vacilar es perdemos. Que una comisión del seno de este Cuerpo lleve al soberano Congreso estos sentimientos”.                                                             

En estos términos hablaba aquel joven revolucionario al que la historia tenía señalado para liberar a un continente. La palabra encendida de Bolívar varió el curso de los acontecimientos fundamentales en los que se soportó el ideario de nuestra Emancipación.

Para hacer un país hay que tomar siempre decisiones trascendentes, muchas veces graves y delicadas. Sólo el arrojo del hombre lo lleva a las grandes empresas, pero sin espíritu de aventura no hay transformaciones sociales. Aquella situación venezolana comenzó a cambiar palpablemente cuando el grupo de jóvenes revolucionarios encendieron el ánimo de representantes y comunidad. De esta manera entonces se originó esa gracia agresiva que vendría a ser el signo identificador de toda la causa republicana. La libertad no significaba en el propósito de aquellos venezolanos un simple cambio de autoridades, ni la aprobación de otro proyecto político emanado de la corona española. La libertad propuesta era la causa de la emancipación total del país, que tenía condiciones para autodeterminarse y forjarse su propio gobierno y destino. El juicio apreciativo de Augusto Mijares sostiene que: “...la emancipación no significa simplemente la separación de España, sino la realización de una idea política que cambia totalmente la organización social en que se había apoyado el régimen colonial”

El 5 de julio es la fecha del primer Congreso venezolano. En él se congrega la representación caraqueña en conjunción con la diputación provincial. Aparece un acuerdo expreso entre todos: la definición del país soberano, la idea de la patria emancipada, la concreción de un destino que le abra a Venezuela los caminos de la libertad, de la justicia y de la democracia. Arturo Uslar Pietri calificadamente asienta sobre el Congreso de 1811: “En ese Congreso, desde su instalación, el tema central va a ser necesariamente el nuevo orden que se va a crear. Ya nadie duda que el regreso al imperio español está cerrado y no hay posibilidad de volver. La posibilidad de hacer otra cosa es la que surge allí, que es la de crear una república democrática, representativa, inspirada en los derechos del hombre, que realice el ideal político más avanzado de la época, que no existía en realidad sino en un solo país que era en los Estados Unidos". "Eso es lo que va a ocurrir en el seno del Congreso. Allí van a ir como diputados los hombres más ilustres de ese momento, los más educados, los que habían tenido más acceso a las ideas extranjeras; y esos hombres, en un debate muy ilustrado, largo y sabio van a terminar bajo la influencia de algunos de los más convencidos, en proclamar el 5 de julio de 1811 la Independencia absoluta de Venezuela”.

El debate histórico de aquel 5 de julio 1811, debería considerarse como un monumento eterno de la ética política y humana del hombre venezolano. Allí nada fue pintoresco ni circunstancial, sólo una causa moral llevó allí a los asistentes: la creación de una república totalmente soberana. Delante de un pueblo anheloso y expectante, el dirigente político supo cumplir su misión suprema, aquella para la cual había jurado al pueblo la proposición de un nuevo sistema político en el que los venezolanos gobernaran y fijaran los rumbos totales de la nación. En este hecho se titula la causa de nuestra Independencia.

Cuánto quisiéramos que el elogio a aquellos representantes pudiera trasplantarse al país actual, pero qué difícil resulta hacerlo. La representación política venezolana contemporánea, fruto de la democracia, no está cumpliendo a cabalidad con su destino, y hasta en tono conmovido muchos debemos hacer declaraciones para que haya un propósito de cambio en la conducta política de este tiempo, que por difícil exige al dirigente, al representante, otra manera de actuar y de comportarse con respecto al país, para que el afecto venezolano no sea la simple declaración amorosa e intrascendente, sino la férrea disposición de darlo todo por la Patria, por el destino de una nación que reúna realidades y potencialidades hasta convertirse en bastión del desarrollo, al menos en el ámbito del Continente Latinoamericano.

Las fechas clásicas de la Patria, no deben reducirse a un toque de campanas, ni a la fría recordación del héroe y del suceso: deben ser, por el contrario, un toque a la conciencia del hombre, para que con sus ideas, con su trabajo, con su aporte total haga reventar las simientes de este gran suelo venezolano, como hijos que somos de la doctrina bolivariana.

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