Página de Historia Regional

viernes, 20 de noviembre de 2015

Memoria y Desmemoria (y III)

EXORDIO

La cultura es también una forma de asistencia al hombre. Nutre el espíritu y lo cambia. Muchas veces no comprendemos por qué el individuo se hace reacio a la cultura e inmune a sus rayos benéficos. La evita sin darse cuenta que sin ella no ha vivido el hombre jamás, menos puede vivirse en el mundo de hoy. El de hoy es un universo absolutamente culturizado, impactado por las revelaciones de la inteligencia superior del hombre. Vivimos la era de la cultura, del mundo culturizado a plenitud, en el que las sombras del atraso se están quedando en las fronteras de la nada absoluta. Eso sí, aprovechemos estos bienes culturales para que el ser humano deje de lado tantos dolores espirituales que lo abaten.

EL NICHO DE LA VIRGEN DEL CARMEN

En el nicho de la Virgen del Carmen están las miradas de todos los pobladores de la Calle Arriba. Esta imagen preside la historia comunal del Barrio. Persiste a pesar del cambio de los tiempos y de las virtudes de mucha gente de estos años nuevos, negativa y maculada, porque a esta Virgen la han agredido en varias oportunidades. Aunque quiero decir que nadie de los de antes se atrevió al sacrilegio, aunque si muchos de los de ahora se han atrevido por la falta de valores y la pérdida del sentido religioso de la vida misma. 

¡Virgen del Carmen bendita! Allí estás con el Niño en brazos y el escapulario colgando. Virgen guiadora que a tantos consolaste cuando se acercaron a tu noche, al pie de ese pequeño monumento que te hicieron los fieles, para pedirte favores e implorarte a veces un milagro socorredor de una angustia o una necesidad.

Virgen de la historia. Texto del sentido espiritual de la gente de pueblo, creyente y silenciosa que ora ante tus pies con el imperceptible rezo de los labios cerrados, musitando plegarias, susurrando oraciones para dignificarte en tu valor superior.

Virgen que viene desde hace muchos años mirando desde su altura. Antes más baja cuando el lugar era la Plaza del Carmen, con jardines, y avenidas, y poblada de bancos y de árboles. Esa fue la naturaleza callejera de nuestra niñez. Los predios aledaños a la casa, la de los primeros juegos y la primera noviecita. La Plaza con la estatua de Sancho Briceño. La que originalmente se llamó Plaza Sancho Briceño, pero que el fervor popular prefirió llamar Plaza del Carmen, pues es lógico suponer que lo divino está por encima de lo humano, además de que don Sancho no las traía todas consigo por razones históricas. Pero eso es tema que lo podemos dejar para otra ocasión. 

Lo destacable en esta rememoración es, justamente, el breve elogio a este signo cristiano vinculante del sentido  histórico y tradicional de nuestras familias, que cumplieron la hermosa epopeya de congregarse en torno de este lugar, para orar su destino, para exhortar su temor a Dios, a  través de un simple canto de aleluya, aunque a  veces, la congregación se hizo más bien velorio, y mucho más destacable fueron las misas que los párrocos vecinos “ceremoniaron” delante de este altar, en aquellos días festivos  de mediados de Julio, según recordatorio de la memoria de algunos que todavía tenemos la dicha de recordarlos. 

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