Página de Historia Regional

jueves, 24 de diciembre de 2015

Murales decembrinos

Rostro del amor es diciembre con la frenética emoción de sus días. Este último mes del año nos impulsa a buscar la felicidad en lo que de humana tiene y se desafían las cosas terrestres, las hechuras del hombre para buscar un horizonte distinto representado por el nacimiento del Niño Dios, a quien todos cantamos con una gran esperanza. En diciembre se incineran los malos momentos, nos apartamos un poco de nuestras preocupaciones habituales para redefinir nuestra propia vida en la felicidad y en la prosperidad. Desear un feliz año nuevo no es otra cosa que alimentar una esperanza, una vida mejor.

Que este diciembre sea de reencuentro y de fraternidad entre todos los trujillanos. Es nuestro mejor deseo.

CANTOS DE LA NAVIDAD

Siempre por este tiempo final del año llega a nuestras casas pesebres grandes o pequeños pero todos receptores de luces y de adornos brillantes. Como condición para hacerlos real y pascualmente festivos. Las mujeres de la casa, que son las que fabrican siempre la navidad hogareña, sacan de viejas cajas las cosas guardadas desde el año anterior. Así se van redescubriendo, entre otros adornos, las lindas estrellas cubiertas de escarcha. De la destartalada caja de cartón van emergiendo otros típicos juguetes navideños; tenues campanitas, muchos angelitos y muñecos de anime, casi en su totalidad pastores que merodearán en los días pascuales por los alrededores del Nacimiento. La navidad tiene que gustar a todos. No hay fecha más cargada de alegría que esta época final del año cuando desaparecen las privaciones y las calamidades para la celebración efusiva del advenimiento del Niño Dios, redentor del mundo. Por esta consideración, fundamentalmente, nos gusta la navidad, y la celebramos con alborozo y entusiasmo. La humanidad festeja la Natividad. Tiene que ser así para darle sabor del amor a todo cuanto nos rodea. “Cantemos a la Virgen/ con fervor/ y regalemos flores/ a nuestro redentor./ Adoremos al Niño./ Salvador/ Y bendigamos todos/ Tan hermoso primor”.

En el tiempo continúa fluyendo el ideal de la Navidad. La humanidad está sujeta a cambios, de acuerdo; pero algo hay en el fondo de esta tradición que resiste el embate del tiempo, para consolidarse cada año en el espíritu de todos los pueblos del mundo. La alegría contemplativa de la Navidad nos hace ver diferente el entorno festivo que siempre nos envuelve. La navidad es la fiesta del pueblo, que asiste expectante al nacimiento del Niño Dios, que es cosa bella en el canto aguinaldero, primordialmente por ser el hijo de la Virgen, que lo levanta para que de inmediato reciba el alumbramiento de una inmensa estrella. Los recuerdos más amorosos de la vida fluyen en la navidad. En estos días percibimos la alucinación de los buenos tiempos, que nos cubren con su manto de paz y felicidad. La luz de las estrellas que alumbra al Niño Dios, trae hasta nosotros sus reflejos y sus rayos nos bañan. En la Navidad surgen por doquier los mayores deseos amorosos de la humanidad. La Navidad es un sueño del que nunca deberán despertar los pueblos, para de esta manera, evitar conflictos y guerras, que diezman la población y pronostican los días finales de la humanidad. La música de la navidad es un elixir del alma para hacer más felices a los hombres. “Nació el Redentor, nació, nació,/ en humilde cuna, nació, nació,/ para dar al hombre la paz, la paz,/ paz y ternura, ventura y paz”.

La navidad exige del hombre que justifique su existencia sobre la tierra. La navidad exige un hombre lleno de vida interior, que sepa entender su condición afectiva para el anhelo inveterado de la paz y de la concordia, antes que otra consideración de tipo material. La Navidad tiene que ser una época en la que el hombre entienda los postulados del espíritu por encima de todo lo demás. El tiempo de la navidad es una permanente carga de luminosidad. Básicamente la noche que es espléndida, que llena de luz radiante, que es la Nochebuena en la que nace el Salvador del mundo, Emmanuel llamado. Si aprendiéramos el mensaje del canto que nos habla de un Dios cargado de humildad, que se muestra así para que el ser humano también se recubra de humildad, como tiene que ser. Dios humanizado es toda una bondad. De este modo canta el aguinaldo. Y quisiéramos ver al hombre también humanizado, pensando y actuando en función de los demás, antes que de sí mismo. Un individuo cargado de bondad, como requisito esencial para que existan la igualdad y la justicia... “Noche de paz/ noche de amor/ todo duerme en derredor/ sólo vela mirando la faz/ una Virgen que en su amor/ canta tierna al Niño Dios”.

POESÍA DE LA NAVIDAD

Como forma expresiva, la poesía demanda caminos superficiales y profundos y temas que también desandan vertientes exteriores de sencillos planteamientos, así como laberintos aparentemente inaccesibles. En todo caso, su sentido último es la estética del pensamiento propuesta para que el hombre dé rienda suelta a su libertad de creación por medio del lenguaje, o mejor, de la palabra, con la que suele oficiar sus propuestas. Con su palabra el poeta explora los universos infinitos de las posibilidades, material con el que escruta los mundos más diversos y construye sus revelaciones. La poesía es un comportamiento eminentemente interior, recogedor de los estremecimientos; un juego abierto de correspondencias entre el sentir y el ser por medio del lenguaje. Y siempre ha sido así durante las épocas y los años, la armonización de la palabra del código poético va dejando fluir las ideas, como si se dictara una meditación o como si hubiese un repartimiento del pensamiento con el cual decir lo pensado y lo hablado.

En toda circunstancia, se escucha el grito silencioso del verso, el largo hastío del mundo interior, la canción del tiempo inventada en la conciencia con la que se nombran las edades del tiempo que son las mismas edades de la poesía. Las realidades entonces se hacen inmutables, se quedan mudas y guardadas detrás del poema, hasta que llega el instante vital de la resurrección, del minuto al siglo, pues la poesía es capaz de devorar los siglos siendo que es el eterno caos detenido. Así, de pronto, tropezamos por necesidad con propuestas poéticas sobre un tema o asunto determinado, en este caso, con una poética cuyo referente es la Navidad. Y aparece ante nosotros ese código concreto con una extensa fundamentación de pormenores relacionados con esa voz antigua y desnuda como una piedra; la Navidad, y versos narradores de las memorias fúlgidas que hablan del suceso público, todo ello enmarcado por el mágico esplendor de la poesía.

Del ciclo Evangélico, de la Suma Poética, podemos leer un poema de Francisco de Ocaña, titulado Camino de Belén: "Caminad, Esposa, / Virgen Singular, / que los gallos cantan / cerca está el lugar"... "Caminad, Señora, / bien de todo bien, / que antes de una hora / somos en Befen, / y allá muy bien / podréis reposar"... Dos estrofas bastan para hallar ese caracol eterno por el que circula el lenguaje de la poesía navideña; las palabras que responden a un manifiesto repetitivo como un circular estribillo que nos habla del reencuentro con aquella luz del Nacimiento que hace suya la eternidad por el prodigio y la magicidad de la creencia religiosa.

Y de inmediato nos encontramos con otra huella poética que pertenece a Fray Ambrosio de Montesinos. Es un poema titulado en latín In Nativitate Christi. Este es un dialogado entre los personajes involucrados en el suceso del Nacimiento del Niño Dios; poema para ser representado. Dice Fray Ambrosio; "-¿Si dormís, esposo, / de mi más amado / -No; que de tu gloria / estoy desvelado./ Josef. ¿Quién puede dormir, / ¡oh reina del cielo! / viendo ya venir / ángeles en vuelo, / ¿ay!, a te servir, / tendidos por el suelo? / porque sola eres / del cielo traslado. / María, a mi parecer, / esposo leal, / ya quiere nacer / el Rey eterno; / así debe ser, / pues este portal / claro paraíso / se nos ha tomado /.

Las figuras van apareciendo en sucesión que el tiempo no ha podido cambiar, y si la historia de la Navidad es estable o inmutable, lo mismo ocurre con la poesía de la Navidad, que nos presenta personajes y situaciones generacionales detenidas sin posibilidad alguna de agregados ni de desfiguraciones. La poesía navideña tiene el impresionante valor del repetitivo: el tema no cambia sino en leves alteraciones nada más; sólo la inventiva de la palabra es lo novedoso, el esfuerzo poético de proponer elogios y exaltaciones sobre  un conjunto humano que es una sola y definitiva estampa mantenida por siglos.

La poesía no es más, como tal, que "una invención de la palabra" esta palabra en el mundo del escritor se va solidificando, tomando un cuerpo preciso desde la perspectiva del hacer poético, hasta definir un hecho concreto como consecuencia visible u observable de lo que antes fue ficción. Todo poema es la sublime emanación de un acto de creación que se hace con la palabra. Se crea con una palabra mediante un divertimento constructivo que debe su existencia a la mezcla de "figuras mediante procedimientos esenciales", como dice Cohen.

En la poesía, lo propio de la palabra es la libertad de combinaciones. Y así toma cuerpo preciso ese edificio de signos que nos ablandan o endurecen en el momento de la confrontación. Por caso, el soneto Diciembre del poeta parnasiano venezolano Luis Churión, que nos llena de nostalgia y nos altera de angustia por lo que dice: "Oh buen sol de diciembre, hasta mi huerto / nos vienes a mirar hondos estragos, / por si rompen en flor sus jaramagos / la pascua azul de navidad no ha muerto / Hermano de fulgor que rumbo cierto / me da en la estrella de los Reyes Magos, / con un beso tenaz brota en halagos / de mi jardín por entre el muro abierto. / Y ya de que los ciertos otoñales / el ímpetu desflora los rosales / y abate en un temblor los jazmineros, / ella cambia en un bien todos mis daños, / y ante su azul de mis temidos años, / hace un jubilo blanco de corderos". Sí, es que la Navidad cambia la tristeza por la alegría; aún nostálgico su rostro no tiene sino amor de cantos vivos porque la Navidad no es otra cosa que un pequeño cielo que todos formamos para llenarnos de azules el alma.

En todo trance y ambiente, el poeta percibe de una manera especial la Navidad. Le canta tierra arriba, tierra abajo, con su ramaje de versos. Esto sucede porque hay una percepción especial de la fiesta, con un sentido más profundo, porque se siente una necesidad de meditación de la que luego eclosionan los claroscuros de las plegarias. En la aldea, para el poeta, la noche buena es: "La noche, de zafiro, coronada / de trémulos diamantes brilladores; / y la luna -magnolia de esplendores- /surgiendo tras la selva perfumada"... mientras que, en la ciudad, dice el poeta: "La ciudad, bajo el cielo peregrino / de azul perlas, plácida se extiende, / Y Diana a ella taciturna prende / su diáfano cendal alabastrino". / (Gabriel E. Muñoz, poeta venezolano)... La misma historia. Es la efímera circunstancia de la celebración de la que el hombre se posesiona enfebrecido, en la que hay "gente alborozada chocar con copas, cantos vibradores"... y a lo lejos, gentil, llena de flores, / la lugareña ermita iluminada”.

Narra el poeta versificadamente: "En las bohemias copas ríe el vino / en los rostros el júbilo se enciende; / y el áureo son de las campanas hiende, / claro y triunfal, el éter cristalino. / En la suntuosa catedral radiante / piensa el bardo en su fe -cirio expirante- / frente a un altar de gemas y escarlata..."

La poesía de la Navidad es pura y de versos cristalinos. Es una poesía para el elogio y el canto, principalmente, aunque a veces deja escapar ráfagas de crítica. A veces, no va más allá de la simple evocación y de la exaltación poética de un acto de fe y devoción. En todas las épocas las expresiones poéticas de la Navidad son un canto a la vida. La verbalización del poema apunta a esa sensación de amor, de rendición y postración ante un suceso revelador como lo es el nacimiento del Niño Dios. Si él logra algún trascendentalismo, esto viene dado por el elogio, por la constante fe demostrada. Hay aquí un auténtico libre fluir de la conciencia dado por la fe y la creencia religiosa, básicamente... Veamos lo que se plantea en este villancico que pertenece al poeta Rafael Montesinos: "Lloran los Panderos / por la Navidad, / porque en esta tierra / ya no hay caridad /... No de carne, sino / del barro de Adán / (antes de aquel soplo) / bajo su portal, / hay un niño. Llora, / terco en su llorar, / hace veinte siglos / ya / ...Un ángel de tierra... Pide / buena voluntad. / Pero nadie escucha / ya /. Pastores de arcilla / marchan al portal. / Pastores y hombres / unen su cantar, / que de barro vienen / y hacia el barro van, / muerte y sólo barro / ya".

La poesía de la Navidad es sencilla, tiene que serlo. Por lógica, la estructura de este lenguaje no puede obedecer a la rigurosidad de la desviación del código, ni puede pretender (no es necesario hacerlo), una marcada separación del código de la lengua. En esta poesía se tiende mucho a una significación primaria. Es enteramente descriptiva en una escenografía en la que aparecen contados personajes. La poesía, en este caso, vendría a ser entonces, el pesebre hecho con palabras. Aquí no es posible hablar de rupturas ni de inconsecuencias del lenguaje; que, por lo contrario, es más afectivo que intelectual, más atenido a cuadros lógicos y gramaticales, concretado a la propia limitación de los temas y asuntos. Esto es fácilmente perceptible... Del mismo autor Rafael Montesinos, citamos un retablillo de navidad,   que dice: "Pastores, Dios ha nacido / sobre un pesebre, Aleluya. / Pastores, cantad conmigo: / Gloría a Dios en las alturas. / Desde el cielo he traído / mis alas hasta su cuna / Pastores, cantad conmigo: / Gloria a Dios en las alturas.

Ni en la adversidad es triste la Navidad. El hombre, movido por la piedad de la fiesta decembrina, hace un alto en su dolor para trastocarlo por una incontenible alegría que se torna en virtud y fe por la vida... Se tiene la necesidad de no quedarse en el dolor, se abren y vislumbran nuevos caminos de luz, hay una indagación por la esperanza y el desvelo es una apertura a la vida en plenitud. La poesía tiene la virtud de abrir los mecanismos de la fantasía con la que el poeta abre una escisión para dar rienda suelta a su imaginación y escape hacia la libertad. Así lo captamos en este sonetillo de Alfredo Arvelo Larriva, titulado Noche Buena: Dijérase una ilusión. / Es noche de Navidad; / y, mientras que la ciudad / difunde su agitación / en torno a mi soledad, / viene la muchacha y con / ella la felicidad / suprema. Y en la prisión / revivo la libertad, / con una intensa emoción/que pone sueños, bondad, / ternura, en mi corazón; / y en la rugiente pasión / de mis rencores, piedad".

Por el tránsito continuo de los siglos, la poética navideña nos da una visión de conjunto de esta fiesta tradicional. Es como la sustentación de un orden inacabable, de una temática genérica, una misma manera de plantear aquel suceso, símbolo de la cristiandad. La poesía navideña existe en todos los lugares fundida en la propia vocación humana de la exaltación. Es una señal de amor, un constante reflujo de imágenes que se entornan al hecho del Nacimiento de Dios. Esta poesía nos alienta por ser un augurio de fe, una oración de amor reverencial, un canto constante a la glorificación de una fiesta con pleno vigor para los que sentimos y vivimos la alegría de la vida. Y es, porque en la palabra poética, la Navidad también nos llena a todos de una inmensa alegría.

AGUINALDOS

Desde los rituales de nuestros más viejos ancestros se conocen los aguinaldos. Ellos son palabra y música de antiguo. En ellos se desnuda diciembre hecho gozo y esplendor. Palabra musical decembrina siempre, Aguinaldo es un poema de amor que reluce en el tiempo de la pascua.

Nos hablan de las profecías del pueblo, que es quien los compone por medio de la inteligencia creadora del compositor. A los aguinaldos se les pone alas para que viajen por todos los caminos y puedan hacer felices a los humanos, enternecidos con sus decires y sus ritmos sencillos, como este coro dirigido a los dichosos mortales: “Derrama una estrella / divino fulgor: / hermosa doncella / nos da el Salvador”.

Todo aguinaldo es la primera luz que quita las tinieblas al mes de diciembre, por eso amamos tanto estos cantos que son hechos con el ritual de la adoración a Dios por medio de su hijo. Todo aguinaldo es el hallazgo de las alegrías finales del año. Ellos nos dan las últimas horas del año bañadas de canto. Advienen felices y esperanzadores como un códice de luz para anunciarnos la fiesta de la creación, ecos de fríos y alabanzas, repiques de campanas en los templos, y otras menudencias espirituales presentes en la Navidad.

El aguinaldo obra el milagro de detener nuestra luz para querer vivir eternamente con la vista puesta en la historia de la ciudad, de esta ciudad de cada uno de nosotros; villa convertida en campo cuando se sabe florecida con la nota luminosa de la alegre navidad: “Dichosos mortales, / ya brilla en Oriente / la aurora que anuncia / al Dios refulgente”.

A la espléndida noche de la Navidad se abren las puertas del tiempo y las del corazón. En sus días todo es sencillo. Para referirse a un niño, por ejemplo, no puede haber otra cosa que frases sencillas, por eso, las letras de los aguinaldos son estrofas superficiales en la forma y el fondo, pero con un simbolismo que se adentra en el alma colectiva... Todo aguinaldo es una fácil gracia dirigida a la exaltación del Redentor... La noche de la Navidad se despoja totalmente de sombras, y se hace radiante de luz. Es Nochebuena y nace Jesús. Y este niño bueno se levanta reciente en sus orígenes, porque su origen es eterno, y no cesa nunca de pasar el detenido día de su Nacimiento... Nació con los ojos abiertos para mirarlo todo a su alrededor. En él se originaron la promesa y la esperanza. En tal sentido, la estrofa del aguinaldo solicita que todos acudamos a su adoración y que nos vistamos de humildad para ir a su lado, considerando que en esencia todo niño es bondadoso e inspira bondad, mayormente éste que es hijo de Dios, humanizado desde la primera vez que se hizo carne y se descubrió en él la Verdad... El aguinaldo nos trae al niño Dios, y nos lleva hasta él para que nunca esté solo, puesto que el Ungido, por principio, jamás estará solo.

El aguinaldo pide que se den rosas a María, Madre de Dios. Son las flores que se ofrecen en agasajo a quien identifica a la madre por el candor de la pureza y la fidelidad. A la par de la flor se otorga a la Madre un canto sencillo que le habla del hijo y de la fe, que ambos sustancian el concepto universal de la paz. Flor y música es la ofrenda. Es el eco del mensaje navideño a la Madre de Dios, que dio a la luz el hijo en la cuna vegetal del pequeño pesebre donde pernoctó en la noche. El aguinaldo es entonces el amanecer de la música con que se adora. Sencillo lenguaje ofrendoso, fresco como el agua de la fuente o el verdor del musgo montañés que adorna la casa del Elegido. El aguinaldo ofrece a la Señora los loores del agradecimiento, las flores con los colores vivos de los pájaros, los cantos como epopeya inocente de los que se sienten ya protegidos por el Redentor... “Los Ángeles cantan gloria, / sin descanso, noche y día, / para honrar en el pesebre / a Jesús, José y María”.

Y las ovejillas se posan asustadas sobre los filos de las breves montañas, que el tiempo tradicional llena de tupida vegetación, pero que las sabemos primigeniamente despejadas y resbaladizas en la cuenta de la realidad. Cual claridad en la epopeya de la navidad, los pequeños animales dan cuerpo al simbolismo de la pureza que ha de caracterizar al Niño Dios. Las ovejas ornamentan el portal de Belén en toda la inmortal jornada de la Anunciación. En ella está también la vida, la blanca aurora de aquel Infante que vino para quitar las sombras de la humanidad.

De pronto, en la noche profunda, brilla una estrella en el Oriente. Apareció al tiempo de concebirse otra luz: el Niño Jesús... El esplendor es cegante. Es una luz muy especial que anuncia la presencia del Divino Sol, de la auténtica luz de salvación, de la que vino al seguimiento humano como camino de salvación, es decir, la luz que significa Dios, el Dios de los cristianos. Por eso el aguinaldo dice: “Brilla en el Oriente / con gran esplendor / la aurora que anuncia / al Divino Sol”.

Dios lo era todo, lo es todo: lo más alto y absoluto, la justicia, la fe y la redención. Lejano y hondo aparece este canto en la memoria. Es un pozo de melodías en el recuerdo nuestro. Tiene sabor de eternidad, y, justamente, habla de la eternidad del Emmanuel del Mundo, del que nació como Rey y Salvador, para el rescate de la humanidad de las garras de lo malo. Con Dios nada de lo malo existe. El canto así lo proclama: “almas redimidas, / si glorias queréis / la gloría del cielo / venid y veréis”.

La gloria es eso pozo de eternidad feliz que ofrece el Niño Dios a las criaturas que se colocan a su vera. La vida deviene como una permanente adoración que busca la gloria por la eternidad del bien. En Dios está el principio y el final, el eco eterno de la salvación. Por eso redime y rescata. A su lado, en su pesebre eterno debe colocarse el ser humano para que nunca llegue a flotar en la nada del mundo, signo alrededor de esta señal de esperanza que en la Navidad nos viene dado por los cielos y las estrellas, por los tantos pastores que nos muestran su luz para saber llegar, al “Portal sacrosanto / al Pesebre de honor / a esa dulzura inefable / a ese divino esplendor...”.

En el aguinaldo está también la luna. Dios nació una noche en Belén: noche plena de estrellas y de luna, como quiera que se necesitaba mucha luz para enceguecer de admiración al mundo. Aquella noche parecía más bien un sol de mañana abierta, había música y pájaros alrededor. Los aguinaldos describen la historia magnífica del Niño Dios. La gloriosa hazaña de su nacimiento, la inmortal Jornada de su advenimiento en el sencillo portal. “Al claro y sereno/ fulgor de la luna, cuenta la historia/ del Dios humanado/ que brilla en la cuna/ cual astro eternal,/ alzad, oh mortales/ espléndido coro/ al eco vibrante/ de cítara de oro/ cantemos la gloria/ la gloria inmortal”.

Nada hay que supere la sencilla poesía de los aguinaldos; cantos de navidad como planticas musicales sembradas en cada corazón para venir a hablarnos de la presencia del Hijo de Dios; de aquel amanecer humano proveniente de la noche de Belén, nacido en el portal ligero, ingenuo, como si hubiese sido preparado de antemano para el suceso de las cosas más sencillas del universo cristiano: el nacimiento del Niño Jesús... Sencillo, sí, con toda la carga de historia que traería consigo el que sería luz del universo y paz del corazón.

Evocamos a través de los aguinaldos, cantos dulces, prístinos, sencillos. Siempre los aguinaldos llegan a las fibras del alma, a lo profundo del espíritu, como una revelación de amor por tantas cosas que definen nuestra propia biografía. Cantos de pastores escuchados en todos los lares. Las pascuas como palabra y signo de redención. Las tradiciones visten el alma nuestra, la llenan de luces, de colores, de sonidos. Nadie es insensible a la Navidad, a los signos pascuales, a esa concurrencia espiritual tan llena de todas las cosas. Desde Belén se viste la Navidad del mundo. Desde allá viene cantando a la Nochebuena en que nació Jesús el Redentor.

Evocando a través de la música que hace el pueblo mismo, o por medio de los compositores. Qué gran ternura tiene la música de la Navidad, cómo nos anima a todos sin distingos, cuánto nos identifica esta música que suena y resuena por todas partes. Qué inmenso sortilegio tiene la música de la Navidad. Se renueva nuestro espíritu al son de un aguinaldo, de un canto de parranda, de una gaita. Los grupos musicales representan el sentir espiritual de todo pueblo. Ellos ensayan por un tiempo para darle definición plena al lapso de la Navidad y de las Pascuas floridas. Traen en sus cantos todos los signos y las estampas que constituyen la totalidad de la Navidad. Así vemos que hablan de San José, la Virgen y el Niño; hablan de los “Reyes Magos”, de las tierras de Belén y sus alrededores; hablan del pesebre y de los pastores, de las ovejas que pastan en los predios aledaños. Las pascuas navideñas son una porción importante de la biografía del mundo, acaso la parte más sensible y espiritual de la historia de la humanidad, y nadie escapa a su sortilegio, a su significado interior, a su carga de sentimientos y afectos.

En los aguinaldos (hablemos de los aguinaldos venezolanos) se condensa el sentimiento histórico del país por la Navidad. Desde los inicios de la ciudad grande, hasta bajar a lo más interior de los pueblos, los cantos aguinalderos van surgiendo o brotando en todas partes. No hay comarca venezolana que no haya producido un canto de paz decembrino. Y así, muchos autores desde el siglo XVIII (al menos desde esta fecha están recopilados los cantos) “hicieron composición de villancicos para amenizar las Misas de Aguinaldos que en Venezuela se celebran en horas de la madrugada (gratísima tradición que aún se conserva) desde el día 16 hasta el 23 de diciembre, para culminar en la Misa de Gallo, cuyo 'Gloria' se canta al filo de la medianoche, y, luego, por las noches subsecuentes, resonaban en los Nacimientos o Pesebres domésticos, los cuales se mantenían expuestos hasta el 2 de febrero, día festivo de la Candelaria.

Hacia mediados del siglo XIX, el influjo de la Contradanza y de la Danza, bailes de figuraciones elegantes y de técnica muy complicada, surgió la forma definitiva del aguinaldo venezolano, gracias al ingenio de Rafael Izaza y de Ricardo Pérez, quienes son los más notables cultivadores de ese género de composición sacro-profana”.

Es infinita la lista de los cantos navideños venezolanos. La historia los va definiendo representativos de regiones y de autores, no tanto en la escasa dimensión de los siglos anteriores (XVIII y XIX), pero si ahora por la proliferación de la música a escala nacional. Nombres llenos de belleza tradicional podemos citar “Oh, Virgen Pura” de Rafael Izaza, y del mismo autor los aguinaldos “Los Ecos”, “De Contento”, “Venid”, “Oh, Enmanuel”, “Purísima”, “Como el rocío”; del compositor Ricardo Pérez se conoce un aguinaldo muy célebre que no falta en ninguna navidad: “A ti te cantamos”... A ti te cantamos, / preciosa María / y de ti esperamos / Paz y alegría... “Nació el Redentor”, pertenece también a su autoría, lo mismo que “Espléndida noche”.

La lista es larga, y queremos decir que los aguinaldos nos representan como venezolanos de honda sensibilidad espiritual, como hijos y herederos de la pureza de Dios, como poseedores de la mejor identidad cristiana y católica, y como amantes de la paz, a lo largo de esa hermosa historia que se repite cada año hasta la inmensidad de los tiempos, pues jamás cederá esta tradición, acaso la más grande y completa del mundo, que envuelve al hombre y lo carga de una potencialidad interior para divisar y practicar el amor, la confraternidad y la convivencia, entre otras cualidades afectivas.

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