Rostro del amor es diciembre con la
frenética emoción de sus días. Este último mes del año nos impulsa a buscar la
felicidad en lo que de humana tiene y se desafían las cosas terrestres, las
hechuras del hombre para buscar un horizonte distinto representado por el
nacimiento del Niño Dios, a quien todos cantamos con una gran esperanza. En
diciembre se incineran los malos momentos, nos apartamos un poco de nuestras
preocupaciones habituales para redefinir nuestra propia vida en la felicidad y
en la prosperidad. Desear un feliz año nuevo no es otra cosa que alimentar una
esperanza, una vida mejor.
Que este diciembre sea de reencuentro y
de fraternidad entre todos los trujillanos. Es nuestro mejor deseo.
CANTOS DE LA NAVIDAD
En el tiempo continúa fluyendo el ideal
de la Navidad. La humanidad está sujeta a cambios, de acuerdo; pero algo hay en
el fondo de esta tradición que resiste el embate del tiempo, para consolidarse
cada año en el espíritu de todos los pueblos del mundo. La alegría
contemplativa de la Navidad nos hace ver diferente el entorno festivo que
siempre nos envuelve. La navidad es la fiesta del pueblo, que asiste expectante
al nacimiento del Niño Dios, que es cosa bella en el canto aguinaldero,
primordialmente por ser el hijo de la Virgen, que lo levanta para que de
inmediato reciba el alumbramiento de una inmensa estrella. Los recuerdos más
amorosos de la vida fluyen en la navidad. En estos días percibimos la
alucinación de los buenos tiempos, que nos cubren con su manto de paz y
felicidad. La luz de las estrellas que alumbra al Niño Dios, trae hasta
nosotros sus reflejos y sus rayos nos bañan. En la Navidad surgen por doquier
los mayores deseos amorosos de la humanidad. La Navidad es un sueño del que
nunca deberán despertar los pueblos, para de esta manera, evitar conflictos y
guerras, que diezman la población y pronostican los días finales de la
humanidad. La música de la navidad es un elixir del alma para hacer más felices
a los hombres. “Nació el Redentor, nació, nació,/ en humilde cuna, nació,
nació,/ para dar al hombre la paz, la paz,/ paz y ternura, ventura y paz”.
La navidad exige del hombre que
justifique su existencia sobre la tierra. La navidad exige un hombre lleno de
vida interior, que sepa entender su condición afectiva para el anhelo
inveterado de la paz y de la concordia, antes que otra consideración de tipo
material. La Navidad tiene que ser una época en la que el hombre entienda los
postulados del espíritu por encima de todo lo demás. El tiempo de la navidad es
una permanente carga de luminosidad. Básicamente la noche que es espléndida,
que llena de luz radiante, que es la Nochebuena en la que nace el Salvador del
mundo, Emmanuel llamado. Si aprendiéramos el mensaje del canto que nos habla de
un Dios cargado de humildad, que se muestra así para que el ser humano también
se recubra de humildad, como tiene que ser. Dios humanizado es toda una bondad.
De este modo canta el aguinaldo. Y quisiéramos ver al hombre también
humanizado, pensando y actuando en función de los demás, antes que de sí mismo.
Un individuo cargado de bondad, como requisito esencial para que existan la
igualdad y la justicia... “Noche de paz/ noche de amor/ todo duerme en
derredor/ sólo vela mirando la faz/ una Virgen que en su amor/ canta tierna al
Niño Dios”.
POESÍA DE LA NAVIDAD
En toda circunstancia, se escucha el
grito silencioso del verso, el largo hastío del mundo interior, la canción del
tiempo inventada en la conciencia con la que se nombran las edades del tiempo
que son las mismas edades de la poesía. Las realidades entonces se hacen
inmutables, se quedan mudas y guardadas detrás del poema, hasta que llega el
instante vital de la resurrección, del minuto al siglo, pues la poesía es capaz
de devorar los siglos siendo que es el eterno caos detenido. Así, de pronto,
tropezamos por necesidad con propuestas poéticas sobre un tema o asunto
determinado, en este caso, con una poética cuyo referente es la Navidad. Y
aparece ante nosotros ese código concreto con una extensa fundamentación de
pormenores relacionados con esa voz antigua y desnuda como una piedra; la
Navidad, y versos narradores de las memorias fúlgidas que hablan del suceso público,
todo ello enmarcado por el mágico esplendor de la poesía.
Del ciclo Evangélico, de la Suma
Poética, podemos leer un poema de Francisco de Ocaña, titulado Camino de Belén:
"Caminad, Esposa, / Virgen Singular, / que los gallos cantan / cerca está
el lugar"... "Caminad, Señora, / bien de todo bien, / que antes de
una hora / somos en Befen, / y allá muy bien / podréis reposar"... Dos
estrofas bastan para hallar ese caracol eterno por el que circula el lenguaje
de la poesía navideña; las palabras que responden a un manifiesto repetitivo
como un circular estribillo que nos habla del reencuentro con aquella luz del
Nacimiento que hace suya la eternidad por el prodigio y la magicidad de la
creencia religiosa.
Y de inmediato nos encontramos con otra
huella poética que pertenece a Fray Ambrosio de Montesinos. Es un poema
titulado en latín In Nativitate Christi. Este es un dialogado entre los
personajes involucrados en el suceso del Nacimiento del Niño Dios; poema para
ser representado. Dice Fray Ambrosio; "-¿Si dormís, esposo, / de mi más
amado / -No; que de tu gloria / estoy desvelado./ Josef. ¿Quién puede dormir, /
¡oh reina del cielo! / viendo ya venir / ángeles en vuelo, / ¿ay!, a te servir,
/ tendidos por el suelo? / porque sola eres / del cielo traslado. / María, a mi
parecer, / esposo leal, / ya quiere nacer / el Rey eterno; / así debe ser, /
pues este portal / claro paraíso / se nos ha tomado /.
Las figuras van apareciendo en sucesión
que el tiempo no ha podido cambiar, y si la historia de la Navidad es estable o
inmutable, lo mismo ocurre con la poesía de la Navidad, que nos presenta
personajes y situaciones generacionales detenidas sin posibilidad alguna de
agregados ni de desfiguraciones. La poesía navideña tiene el impresionante
valor del repetitivo: el tema no cambia sino en leves alteraciones nada más;
sólo la inventiva de la palabra es lo novedoso, el esfuerzo poético de proponer
elogios y exaltaciones sobre un conjunto humano que es una sola y
definitiva estampa mantenida por siglos.
La poesía no es más, como tal, que
"una invención de la palabra" esta palabra en el mundo del escritor
se va solidificando, tomando un cuerpo preciso desde la perspectiva del hacer
poético, hasta definir un hecho concreto como consecuencia visible u observable
de lo que antes fue ficción. Todo poema es la sublime emanación de un acto de
creación que se hace con la palabra. Se crea con una palabra mediante un
divertimento constructivo que debe su existencia a la mezcla de "figuras
mediante procedimientos esenciales", como dice Cohen.
En la poesía, lo propio de la palabra es
la libertad de combinaciones. Y así toma cuerpo preciso ese edificio de signos
que nos ablandan o endurecen en el momento de la confrontación. Por caso, el
soneto Diciembre del poeta parnasiano venezolano Luis Churión, que nos llena de
nostalgia y nos altera de angustia por lo que dice: "Oh buen sol de
diciembre, hasta mi huerto / nos vienes a mirar hondos estragos, / por si
rompen en flor sus jaramagos / la pascua azul de navidad no ha muerto / Hermano
de fulgor que rumbo cierto / me da en la estrella de los Reyes Magos, / con un
beso tenaz brota en halagos / de mi jardín por entre el muro abierto. / Y ya de
que los ciertos otoñales / el ímpetu desflora los rosales / y abate en un
temblor los jazmineros, / ella cambia en un bien todos mis daños, / y ante su
azul de mis temidos años, / hace un jubilo blanco de corderos". Sí, es que
la Navidad cambia la tristeza por la alegría; aún nostálgico su rostro no tiene
sino amor de cantos vivos porque la Navidad no es otra cosa que un pequeño
cielo que todos formamos para llenarnos de azules el alma.
En todo trance y ambiente, el poeta
percibe de una manera especial la Navidad. Le canta tierra arriba, tierra
abajo, con su ramaje de versos. Esto sucede porque hay una percepción especial
de la fiesta, con un sentido más profundo, porque se siente una necesidad de
meditación de la que luego eclosionan los claroscuros de las plegarias. En la
aldea, para el poeta, la noche buena es: "La noche, de zafiro, coronada /
de trémulos diamantes brilladores; / y la luna -magnolia de esplendores-
/surgiendo tras la selva perfumada"... mientras que, en la ciudad, dice el
poeta: "La ciudad, bajo el cielo peregrino / de azul perlas, plácida se
extiende, / Y Diana a ella taciturna prende / su diáfano cendal
alabastrino". / (Gabriel E. Muñoz, poeta venezolano)... La misma historia.
Es la efímera circunstancia de la celebración de la que el hombre se posesiona
enfebrecido, en la que hay "gente alborozada chocar con copas, cantos
vibradores"... y a lo lejos, gentil, llena de flores, / la lugareña ermita
iluminada”.
Narra el poeta versificadamente:
"En las bohemias copas ríe el vino / en los rostros el júbilo se enciende;
/ y el áureo son de las campanas hiende, / claro y triunfal, el éter cristalino.
/ En la suntuosa catedral radiante / piensa el bardo en su fe -cirio expirante-
/ frente a un altar de gemas y escarlata..."
La poesía de la Navidad es pura y de
versos cristalinos. Es una poesía para el elogio y el canto, principalmente,
aunque a veces deja escapar ráfagas de crítica. A veces, no va más allá de la
simple evocación y de la exaltación poética de un acto de fe y devoción. En
todas las épocas las expresiones poéticas de la Navidad son un canto a la vida.
La verbalización del poema apunta a esa sensación de amor, de rendición y
postración ante un suceso revelador como lo es el nacimiento del Niño Dios. Si
él logra algún trascendentalismo, esto viene dado por el elogio, por la
constante fe demostrada. Hay aquí un auténtico libre fluir de la conciencia
dado por la fe y la creencia religiosa, básicamente... Veamos lo que se plantea
en este villancico que pertenece al poeta Rafael Montesinos: "Lloran los
Panderos / por la Navidad, / porque en esta tierra / ya no hay caridad /... No
de carne, sino / del barro de Adán / (antes de aquel soplo) / bajo su portal, /
hay un niño. Llora, / terco en su llorar, / hace veinte siglos / ya / ...Un
ángel de tierra... Pide / buena voluntad. / Pero nadie escucha / ya /. Pastores
de arcilla / marchan al portal. / Pastores y hombres / unen su cantar, / que de
barro vienen / y hacia el barro van, / muerte y sólo barro / ya".
La poesía de la Navidad es sencilla,
tiene que serlo. Por lógica, la estructura de este lenguaje no puede
obedecer a la rigurosidad de la desviación del código, ni puede pretender (no
es necesario hacerlo), una marcada separación del código de la lengua. En esta
poesía se tiende mucho a una significación primaria. Es enteramente descriptiva
en una escenografía en la que aparecen contados personajes. La poesía, en este
caso, vendría a ser entonces, el pesebre hecho con palabras. Aquí no es posible
hablar de rupturas ni de inconsecuencias del lenguaje; que, por lo contrario,
es más afectivo que intelectual, más atenido a cuadros lógicos y gramaticales,
concretado a la propia limitación de los temas y asuntos. Esto es fácilmente
perceptible... Del mismo autor Rafael Montesinos, citamos un retablillo de
navidad, que dice: "Pastores, Dios ha nacido / sobre un
pesebre, Aleluya. / Pastores, cantad conmigo: / Gloría a Dios en las alturas. /
Desde el cielo he traído / mis alas hasta su cuna / Pastores, cantad conmigo: /
Gloria a Dios en las alturas.
Ni en la adversidad es triste la
Navidad. El hombre, movido por la piedad de la fiesta decembrina, hace un alto
en su dolor para trastocarlo por una incontenible alegría que se torna en
virtud y fe por la vida... Se tiene la necesidad de no quedarse en el dolor, se
abren y vislumbran nuevos caminos de luz, hay una indagación por la esperanza y
el desvelo es una apertura a la vida en plenitud. La poesía tiene la virtud de
abrir los mecanismos de la fantasía con la que el poeta abre una escisión para
dar rienda suelta a su imaginación y escape hacia la libertad. Así lo captamos
en este sonetillo de Alfredo Arvelo Larriva, titulado Noche Buena: Dijérase una
ilusión. / Es noche de Navidad; / y, mientras que la ciudad / difunde su
agitación / en torno a mi soledad, / viene la muchacha y con / ella la
felicidad / suprema. Y en la prisión / revivo la libertad, / con una intensa
emoción/que pone sueños, bondad, / ternura, en mi corazón; / y en la rugiente
pasión / de mis rencores, piedad".
Por el tránsito continuo de los siglos,
la poética navideña nos da una visión de conjunto de esta fiesta tradicional.
Es como la sustentación de un orden inacabable, de una temática genérica, una
misma manera de plantear aquel suceso, símbolo de la cristiandad. La poesía
navideña existe en todos los lugares fundida en la propia vocación humana de la
exaltación. Es una señal de amor, un constante reflujo de imágenes que se
entornan al hecho del Nacimiento de Dios. Esta poesía nos alienta por ser un
augurio de fe, una oración de amor reverencial, un canto constante a la
glorificación de una fiesta con pleno vigor para los que sentimos y vivimos la
alegría de la vida. Y es, porque en la palabra poética, la Navidad también nos
llena a todos de una inmensa alegría.
AGUINALDOS
Nos hablan de las profecías del pueblo,
que es quien los compone por medio de la inteligencia creadora del compositor.
A los aguinaldos se les pone alas para que viajen por todos los caminos y
puedan hacer felices a los humanos, enternecidos con sus decires y sus ritmos
sencillos, como este coro dirigido a los dichosos mortales: “Derrama una estrella
/ divino fulgor: / hermosa doncella / nos da el Salvador”.
Todo aguinaldo es la primera luz que
quita las tinieblas al mes de diciembre, por eso amamos tanto estos cantos que
son hechos con el ritual de la adoración a Dios por medio de su hijo. Todo aguinaldo
es el hallazgo de las alegrías finales del año. Ellos nos dan las últimas horas
del año bañadas de canto. Advienen felices y esperanzadores como un códice de
luz para anunciarnos la fiesta de la creación, ecos de fríos y alabanzas,
repiques de campanas en los templos, y otras menudencias espirituales presentes
en la Navidad.
El aguinaldo obra el milagro de detener
nuestra luz para querer vivir eternamente con la vista puesta en la historia de
la ciudad, de esta ciudad de cada uno de nosotros; villa convertida en campo
cuando se sabe florecida con la nota luminosa de la alegre navidad: “Dichosos
mortales, / ya brilla en Oriente / la aurora que anuncia / al Dios refulgente”.
A la espléndida noche de la Navidad se
abren las puertas del tiempo y las del corazón. En sus días todo es sencillo.
Para referirse a un niño, por ejemplo, no puede haber otra cosa que frases
sencillas, por eso, las letras de los aguinaldos son estrofas superficiales en
la forma y el fondo, pero con un simbolismo que se adentra en el alma
colectiva... Todo aguinaldo es una fácil gracia dirigida a la exaltación del
Redentor... La noche de la Navidad se despoja totalmente de sombras, y se hace
radiante de luz. Es Nochebuena y nace Jesús. Y este niño bueno se levanta
reciente en sus orígenes, porque su origen es eterno, y no cesa nunca de pasar
el detenido día de su Nacimiento... Nació con los ojos abiertos para mirarlo
todo a su alrededor. En él se originaron la promesa y la esperanza. En tal
sentido, la estrofa del aguinaldo solicita que todos acudamos a su adoración y
que nos vistamos de humildad para ir a su lado, considerando que en esencia
todo niño es bondadoso e inspira bondad, mayormente éste que es hijo de Dios,
humanizado desde la primera vez que se hizo carne y se descubrió en él la
Verdad... El aguinaldo nos trae al niño Dios, y nos lleva hasta él para que
nunca esté solo, puesto que el Ungido, por principio, jamás estará solo.
El aguinaldo pide que se den rosas a
María, Madre de Dios. Son las flores que se ofrecen en agasajo a quien
identifica a la madre por el candor de la pureza y la fidelidad. A la par de la
flor se otorga a la Madre un canto sencillo que le habla del hijo y de la fe,
que ambos sustancian el concepto universal de la paz. Flor y música es la
ofrenda. Es el eco del mensaje navideño a la Madre de Dios, que dio a la luz el
hijo en la cuna vegetal del pequeño pesebre donde pernoctó en la noche. El
aguinaldo es entonces el amanecer de la música con que se adora. Sencillo
lenguaje ofrendoso, fresco como el agua de la fuente o el verdor del musgo
montañés que adorna la casa del Elegido. El aguinaldo ofrece a la Señora los
loores del agradecimiento, las flores con los colores vivos de los pájaros, los
cantos como epopeya inocente de los que se sienten ya protegidos por el
Redentor... “Los Ángeles cantan gloria, / sin descanso, noche y día, / para
honrar en el pesebre / a Jesús, José y María”.
Y las ovejillas se posan asustadas sobre
los filos de las breves montañas, que el tiempo tradicional llena de tupida
vegetación, pero que las sabemos primigeniamente despejadas y resbaladizas en
la cuenta de la realidad. Cual claridad en la epopeya de la navidad, los
pequeños animales dan cuerpo al simbolismo de la pureza que ha de caracterizar
al Niño Dios. Las ovejas ornamentan el portal de Belén en toda la inmortal
jornada de la Anunciación. En ella está también la vida, la blanca aurora de
aquel Infante que vino para quitar las sombras de la humanidad.
De pronto, en la noche profunda, brilla
una estrella en el Oriente. Apareció al tiempo de concebirse otra luz: el Niño
Jesús... El esplendor es cegante. Es una luz muy especial que anuncia la
presencia del Divino Sol, de la auténtica luz de salvación, de la que vino al
seguimiento humano como camino de salvación, es decir, la luz que significa
Dios, el Dios de los cristianos. Por eso el aguinaldo dice: “Brilla en el
Oriente / con gran esplendor / la aurora que anuncia / al Divino Sol”.
Dios lo era todo, lo es todo: lo más
alto y absoluto, la justicia, la fe y la redención. Lejano y hondo aparece este
canto en la memoria. Es un pozo de melodías en el recuerdo nuestro. Tiene sabor
de eternidad, y, justamente, habla de la eternidad del Emmanuel del Mundo, del
que nació como Rey y Salvador, para el rescate de la humanidad de las garras de
lo malo. Con Dios nada de lo malo existe. El canto así lo proclama: “almas
redimidas, / si glorias queréis / la gloría del cielo / venid y veréis”.
La gloria es eso pozo de eternidad feliz
que ofrece el Niño Dios a las criaturas que se colocan a su vera. La vida
deviene como una permanente adoración que busca la gloria por la eternidad del
bien. En Dios está el principio y el final, el eco eterno de la salvación. Por
eso redime y rescata. A su lado, en su pesebre eterno debe colocarse el ser
humano para que nunca llegue a flotar en la nada del mundo, signo alrededor de
esta señal de esperanza que en la Navidad nos viene dado por los cielos y las
estrellas, por los tantos pastores que nos muestran su luz para saber llegar,
al “Portal sacrosanto / al Pesebre de honor / a esa dulzura inefable / a ese
divino esplendor...”.
En el aguinaldo está también la luna.
Dios nació una noche en Belén: noche plena de estrellas y de luna, como quiera
que se necesitaba mucha luz para enceguecer de admiración al mundo. Aquella noche
parecía más bien un sol de mañana abierta, había música y pájaros alrededor.
Los aguinaldos describen la historia magnífica del Niño Dios. La gloriosa
hazaña de su nacimiento, la inmortal Jornada de su advenimiento en el sencillo
portal. “Al claro y sereno/ fulgor de la luna, cuenta la historia/ del Dios
humanado/ que brilla en la cuna/ cual astro eternal,/ alzad, oh mortales/
espléndido coro/ al eco vibrante/ de cítara de oro/ cantemos la gloria/ la
gloria inmortal”.
Nada hay que supere la sencilla poesía
de los aguinaldos; cantos de navidad como planticas musicales sembradas en cada
corazón para venir a hablarnos de la presencia del Hijo de Dios; de aquel
amanecer humano proveniente de la noche de Belén, nacido en el portal ligero,
ingenuo, como si hubiese sido preparado de antemano para el suceso de las cosas
más sencillas del universo cristiano: el nacimiento del Niño Jesús... Sencillo,
sí, con toda la carga de historia que traería consigo el que sería luz del
universo y paz del corazón.
Evocamos a través de los aguinaldos,
cantos dulces, prístinos, sencillos. Siempre los aguinaldos llegan a las fibras
del alma, a lo profundo del espíritu, como una revelación de amor por tantas
cosas que definen nuestra propia biografía. Cantos de pastores escuchados en
todos los lares. Las pascuas como palabra y signo de redención. Las tradiciones
visten el alma nuestra, la llenan de luces, de colores, de sonidos. Nadie es
insensible a la Navidad, a los signos pascuales, a esa concurrencia espiritual
tan llena de todas las cosas. Desde Belén se viste la Navidad del mundo. Desde
allá viene cantando a la Nochebuena en que nació Jesús el Redentor.
Evocando a través de la música que hace
el pueblo mismo, o por medio de los compositores. Qué gran ternura tiene la
música de la Navidad, cómo nos anima a todos sin distingos, cuánto nos
identifica esta música que suena y resuena por todas partes. Qué inmenso
sortilegio tiene la música de la Navidad. Se renueva nuestro espíritu al son de
un aguinaldo, de un canto de parranda, de una gaita. Los grupos musicales
representan el sentir espiritual de todo pueblo. Ellos ensayan por un tiempo
para darle definición plena al lapso de la Navidad y de las Pascuas floridas.
Traen en sus cantos todos los signos y las estampas que constituyen la
totalidad de la Navidad. Así vemos que hablan de San José, la Virgen y el Niño;
hablan de los “Reyes Magos”, de las tierras de Belén y sus alrededores; hablan
del pesebre y de los pastores, de las ovejas que pastan en los predios
aledaños. Las pascuas navideñas son una porción importante de la biografía del
mundo, acaso la parte más sensible y espiritual de la historia de la humanidad,
y nadie escapa a su sortilegio, a su significado interior, a su carga de
sentimientos y afectos.
En los aguinaldos (hablemos de los
aguinaldos venezolanos) se condensa el sentimiento histórico del país por la
Navidad. Desde los inicios de la ciudad grande, hasta bajar a lo más interior
de los pueblos, los cantos aguinalderos van surgiendo o brotando en todas
partes. No hay comarca venezolana que no haya producido un canto de paz
decembrino. Y así, muchos autores desde el siglo XVIII (al menos desde esta
fecha están recopilados los cantos) “hicieron composición de villancicos para
amenizar las Misas de Aguinaldos que en Venezuela se celebran en horas de la
madrugada (gratísima tradición que aún se conserva) desde el día 16 hasta el 23
de diciembre, para culminar en la Misa de Gallo, cuyo 'Gloria' se canta al filo
de la medianoche, y, luego, por las noches subsecuentes, resonaban en los
Nacimientos o Pesebres domésticos, los cuales se mantenían expuestos hasta el 2
de febrero, día festivo de la Candelaria.
Hacia mediados del siglo XIX, el influjo
de la Contradanza y de la Danza, bailes de figuraciones elegantes y de técnica
muy complicada, surgió la forma definitiva del aguinaldo venezolano, gracias al
ingenio de Rafael Izaza y de Ricardo Pérez, quienes son los más notables
cultivadores de ese género de composición sacro-profana”.
Es infinita la lista de los cantos
navideños venezolanos. La historia los va definiendo representativos de
regiones y de autores, no tanto en la escasa dimensión de los siglos anteriores
(XVIII y XIX), pero si ahora por la proliferación de la música a escala
nacional. Nombres llenos de belleza tradicional podemos citar “Oh, Virgen Pura”
de Rafael Izaza, y del mismo autor los aguinaldos “Los Ecos”, “De Contento”,
“Venid”, “Oh, Enmanuel”, “Purísima”, “Como el rocío”; del compositor Ricardo
Pérez se conoce un aguinaldo muy célebre que no falta en ninguna navidad: “A ti
te cantamos”... A ti te cantamos, / preciosa María / y de ti esperamos / Paz y
alegría... “Nació el Redentor”, pertenece también a su autoría, lo mismo que
“Espléndida noche”.
La lista es larga, y queremos decir que
los aguinaldos nos representan como venezolanos de honda sensibilidad
espiritual, como hijos y herederos de la pureza de Dios, como poseedores de la
mejor identidad cristiana y católica, y como amantes de la paz, a lo largo de
esa hermosa historia que se repite cada año hasta la inmensidad de los tiempos,
pues jamás cederá esta tradición, acaso la más grande y completa del mundo, que
envuelve al hombre y lo carga de una potencialidad interior para divisar y
practicar el amor, la confraternidad y la convivencia, entre otras cualidades afectivas.
***Comenta sobre el escrito para que se posicione en los buscadores***
***Advertencia: ésta publicación puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar la autoría, como fuente de la misma incluya la URL: https://memoria-trujillana.blogspot.com/ y el aviso de Derechos de Autor © ALÍ MEDINA MACHADO***
No hay comentarios:
Publicar un comentario