Página de Historia Regional

domingo, 26 de octubre de 2014

José Gregorio: vida heroica y santa

 

Por humano y santo uno lo puede llamar solamente por su nombre.  Eso es un prodigio y una bendición, porque no es fácil que a una persona de tal dimensión uno la pueda tutear con toda familiaridad. Pero en el caso de este trujillano si se puede hacer y la gente lo hace con cariño. José Gregorio le decimos y los apostrofamos con la familiaridad que al sujeto hablante le proporciona el tú delante. O mejor, a José Gregorio todos le hablamos de tú, lo tuteamos como si fuese un compañero de nuestra cotidianidad.

Hombre grande, sin duda, ciudadano a plenitud. Con la palabra de J. Martí podemos decir: “Cada vasillo suyo debe ser un vaso de aromas”. Ciertamente, porque su vida es espiritual, de adentro, del alma... Su biografía la sustenta lo espiritual, primordialmente.  Es un cargamento de alma y de mundo interior.  No obstante, su biografía total es todo un signo de grandeza por lo formidable de su existencia, larga y plena, sin desperdicio alguno. Los que no han asimilado su lección de vida lo respetan sin embargo, y reconocen en él una personalidad subyugante, como ciertamente ha habido hombres de toda condición que niegan sus cualidades y aptitudes, niegan su ciencia y su sabiduría, niegan su condición científica, niegan sus virtudes extremas, y hasta libros han escrito y presentado ante los “abogados del diablo”, para oponerse a la causa de su beatificación. José Gregorio no puede ser santo”, dijo un doctor venezolano, alegando que “el médico practicó la virtud, pero no en grado heroico que lo demanda la Iglesia para ser beato”. Y dijo que, “ingresó a la Cartuja de La Farnetta con el nombre de Fray Marcelo, pero la abandonó porque no soportó el rigor de la misma”.  Adujo que el Papa Urbano VIII prohibió el culto público para los postulados a  la santidad”, entre otros argumentos que vinieran a incidir o impedir, en todo caso, la disposición vaticana final de su beatificación.

Si este señor lo hizo desde el punto de vista de su condición de católico practicante, cuando dijo, “en nombre de mi religión que es la católica apostólica y romana yo vengo a discrepar con la ley en la mano de quienes consideran que el doctor Hernández tiene derecho a ser santo”.  Otros, científicos en este caso, han tratado de negarle su condición de científico e investigador.  “No era investigador científico y fue superado brillantemente en este campo por el bachiller Rafael Rangel, discípulo suyo”, dijo quién sabe con qué propósito un relevante hombre de ciencia venezolano.  Lo cierto es que en la conducta humana hay ausencia de límites, porque la libertad de juicio por naturaleza debe ser ejercida en plenitud de opinión y cada quien, alegando razonamientos propios o extraños da rienda suelta a sus pensamientos y emite conceptos para el debate.  Eso está bien. Pero, debo agregar que en estos dos casos, en el primero privaron más bien razones dogmáticas y reaccionarias, hasta de fanatismo en el denunciante, pues en el fondo reconoce todas las virtudes y cualidades posibles en la persona del doctor Hernández.  Y en el segundo, éste un prominente médico, sin duda, recibió el premio bianual “José Gregorio Hernández”, instituido en 1922 por la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela, con la anuencia de la Academia Nacional de Medicina, como tributo imperecedero del mundo médico a quien había descollado en el ejercicio científico y humanístico de la profesión.  Ese premio lo recibió quien negó los méritos científicos y de investigador del doctor Hernández.  ¿Y entonces?...Miremos la calidad del premio, lo recibieron entre otros ilustres venezolanos los doctores Enrique Tejera, Jesús Rafael Risquez, Félix Pifano, David Iriarte, Pablo Izaguirre, Francisco De Venanzi, Marcel Roche, Miguel Layrisse, Antonio Sanabria.  Por cierto, nuestro Pedro Emilio Carrillo recibió Mención Honorífica de este premio en 1946.

Saliéndonos de este tema de discordias en torno a la vida de nuestro Venerable, más bien queremos hacer una semblanza exaltativa de su personalidad, tocando aspectos de su biografía que la calificamos entre lo heroico y lo santo, que ambos pormenores tienen presencia en él como argumentos para considerarlo un personaje resaltante en lo social, por lo que hizo en la sociedad de su tiempo; y lo religioso, si vemos que, como asienta Briceño Iragorry, “el orden hace al hombre”, y Hernández fue un orden total, una sola línea recta regada por los más disímiles horizontes, entrecruzada con la línea vertical que vino a calificarlo como ciudadano paradigmático por ser “modelo de virtud y de bondad útil”

Su biografía es muy larga: va desde el terruño hasta lo nacional y el mundo.  Fue un hombre de su tiempo, no estacionado porque así es muy difícil ampliar una biografía total, sino andante y trashumante por diversos lugares, desde su origen en Isnotú, como sabemos, y de ahí su condición de eterna trujillanía, hasta Caracas, que lo dimensiona grandemente y otros países de América y Europa, donde conoció y asimiló la ciencia con fines médico-científicos, sin dejar de practicar un momento su cosmovisión cristiana de excepción.

“El terruño es la patria del corazón”, dijo Ingenieros, de ahí el simbolismo grandioso que ha tenido Isnotú como punto de origen de lo que fue aquel ser humano, y destino por siempre de lo que es y será su nombre para la venezolanidad.  El terruño natal insuperable por los otros grandes y pequeños momentos de la biografía.  No hay como el origen de la natalidad en la persona.  Pueden venir las grandes glorias de las otras latitudes, pero el terrón está pegado en el corazón.  Pueden glorificarse las hazañas cumplidas en otras geografías, pero ese puntico que dio la primera luz se anida en la conciencia y nada lo borra por más que haya mucha ausencia, o hasta una ausencia definitiva.  Y ejemplos hay por montones, señalamos dos nada más: Jáuregui en Niquitao.  Allí vivió meses nada más, pero su eternidad allí será eterna, por los siglos, como ya lo viene siendo.  Y Andrés Bello, distante muchos años después, y todavía le cantaba sus versos a Caracas, a sus quebradas, a sus lugares, con toda precisión.  Por eso, Isnotú es el origen, lo que importa, “la luz y el perfume”, que se da a la biografía de José Gregorio Hernández.

Lo otro, los largos quehaceres de su vida meritoria, los recoge la palabra de los estudios diversos que se han hecho de su personalidad, desde la más pequeña oración del creyente, hasta el injundioso estudio crítico del versado.  José Gregorio ha pasado y pasa por el lenguaje de la escritura, por lo que hallamos mucha literatura sobre su vida, mucho decir, el vasto pensamiento que lo ha tratado como causa productiva.  Y así, en la más simple enumeración estamos en capacidad de hacer un listado que incluye su origen, sus padres, su educación inicial, viajes, grados, compromisos, la misión propuesta, el llamado de Dios, salidas y entradas a la Patria, la divulgación de sus ciencia y de su fe, la visión múltiple sobre el estudiante, el médico, médico rural, elegido, egregio universitario, su vida científica, docente, académica, religiosa, periodística, musical, filosófica; su escritura, imagen, personalidad y cultura, venezolano ejemplar, su vida seglar, su eponimia, su liderazgo, sus milagros, los pobres a su alrededor, homenajes y testimonios, los premios, el largo camino a los altares, el largo proceso de beatificación, su actualidad creciente.  José Gregorio da para todo lo posible entre la realidad y lo imaginable.  José Gregorio, el hombre de la glorificación.  Cuántas veces se ha ido a la gloria, “hasta en las frágiles alas de un verso”, de los muchos versos populares hechos por el pueblo cuando le canta las oraciones más sencillas.

Aunque el heroísmo como la santidad son términos abstractos, ambos son esfuerzos vitales que no los pueden cumplir todas las personas sino aquellas de condiciones muy especiales, con gran voluntad y abnegación, capaces de renunciar a lo fácil y cómodo viviendo a veces hasta momentos torturantes y cargados de renunciamientos en persecución de un gran ideal, y eso es lo que los hace trascendentes y modelares a los ojos de la humanidad.  José Gregorio compartió esa condición de su inteligencia entre la heroicidad practicada por sus grandes esfuerzos y en ser buen médico, profesional de altura, estudioso con sentido de formación superior con fines de servir a sus semejantes.  Así vemos que en sus estudios secundarios “recibe la más alta distinción del Colegio expresada en la medalla de aplicación y buena conducta”.  Y los estudios de Medicina “los emprendió y llevó felizmente a su fin, con la mejor voluntad y con el mayor éxito, obteniendo las más altas calificaciones.”  En la Universidad, ya con carácter profesoral y como investigador, cargó ambos papeles con la máxima responsabilidad. Y así luchó y consiguió dotaciones y equipamientos, pidió mejoramiento y lo obtuvo en los mejores centros de otros países de América y Europa, en los que se les reconocieron sus méritos académicos que los hacía resaltar con trabajos y producciones, y eso se llama también heroísmo, porque buscaba no tanto servirse y satisfacerse él mismo, sino ponía por delante en sus acciones, primeramente a Dios, a su Patria y a su prójimo, como lo demanda el concepto lleno de moral.

En todo rasgo biográfico de Hernández, aparece como una constante, la calificación que lo define como hombre de ciencia dentro del complejo mundo de la medicina y sus aspectos de profunda investigación en este campo.  Eso es condición de heroísmo por la forma como desarrolló tales apostolados, en función de servir a los otros. Uno de sus panegiristas apuntó: “…trazó una línea recta en la reformación de los estudios médicos, como biólogo, como fundador de la medicina experimental y como connotado símbolo de la pedagogía”.  Asienta igualmente: “Con sus principios de filantropía, con su anhelo fecundo de bases firmes y compactas para prodigar ayuda al enfermo es que lo vemos erguido y grande abriendo el rumbo exacto de la asistencia social, esquematizada de acuerdo con valiosas experiencias en el campo científico.”  Esto, a nuestro juicio, es heroísmo con signos de grandeza.

Pero, es heroico José Gregorio desde la perspectiva de la santidad.  No en balde es “Venerable”, que en su sentido laxo significa “digno de veneración, de respeto. Epíteto concedido como gracia a personas de renombre, de reconocida virtud. Título que da la Iglesia a personas de grandes condiciones eclesiales, no necesariamente sacerdotes, también a seglares, como signo de prelacía y dignidad. Esto es ya José Gregorio, pero merece más en la glorificación de la Iglesia, y por eso se lucha desde hace mucho tiempo por la causa de su beatificación. Él merece en suficiencia por heroicidad tener esa condición de beato, que en la escala comúnmente ascendente es el paso de avanzada hacia su definitiva santificación.

En un reciente trabajo literario que hice con el nombre de “Guía de Ascensión”, que no es otro que el camino que debemos seguir los humanos para alcanzar el cielo en la inmortalidad, estuvo como modelo ideal la personalidad cristiana de José Gregorio. Allí, lastres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad lo retrataban con rasgos de heroicidad si vemos que él quiso la fe, esa virtud que hubo en él contagiosamente. Con júbilo y alegría inducimos esto al leer la esencia de sus rasgos biográficos. La fe fue uno de los maravillosos fulgores de su vida y lo hizo trascendente, lo mismo que las otras dos virtudes la esperanza y la caridad. De proponernos ir explicando el concepto etimológico de estas tres virtudes, bien pudiéramos ejemplarizar a cada una tomando referente a José Gregorio, como que quiso siempre regocijarse de la resurrección de la vida y el gozo eterno, “el maravillosos fulgor producido por la esperanza que sintió de gozar en la infinitud del tiempo trascendente, en que el alma es alma verdaderamente, únicamente alma, estela blanca que viven en la blancura infinita, en el ambiente bien creado y conservado del premio celestial, al lado del que nos permite la más absoluta libertad”.  Nunca contrarió en su comportamiento José  Gregorio a lo que estaba escrito, al mandato de los Mandamientos.  Su vida tuvo la significación virtuosa dada por la esperanza.  José Gregorio supo ser miembro de ese clan inmortal de los justos, ser humano en plenitud de vida terrestre, de una sola línea de conducta, en esa posición, definitivamente constante.  Y la llevó adelante, la cumplió al pie de la letra.

Eso digo del carácter heroico religioso de José Gregorio. Y pudiera revelar más. Pero debo detenerme. No quiero terminar sin decir que José Gregorio fue de aquellas personas que vivieron constantes en la virtud, entregado a una densa pasión por la esperanza de la vida eterna. De los que practicaron una gran caridad. De los que actuaron con mucha fe, porque esperanza y caridad sin fe no llena el cometido ni el producto de las virtudes teologales, las que Dios dictó para que los seres humanos las conocieran y practicaran fielmente como muchos las han cumplido, por lo que se ve en la biografía de esos justos, que debemos llamar santos, que hicieron de su existencia un concierto y una armonía, e interpusieron el alma como vía a esa gloria futura que les proveyó Dios inmediatamente después de su fallecimiento terreno.

Esas y otras razones son causas para que José Gregorio sea santo, para que goce de la santidad merecida, luego de este ya largo proceso histórico de su Beatificación. 

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domingo, 5 de octubre de 2014

Los homenajes del tiempo

Hacemos los homenajes del tiempo a personas de bien que vivieron entre nosotros, que supieron actuar y comportarse como ciudadanos auténticos, de formación moral y con valores familiares y sociales. Por eso constituyen un ideario a seguir, un paradigma modélico. Lucharon sin descanso por la vida e hicieron vida en plenitud. Buscaron una buena existencia para los suyos y para los otros, su entorno no fue otro que el que supieron servir. Son memoria ya y recuerdo para revivirlos siempre. Sobre ellos no habrá olvido porque tejieron una biografía de signos integrales, con una huella esclarecida. Por esas virtudes se ganaron los homenajes del tiempo. 

DOÑA  MYRIAM 

MULTIPLICIDAD DE VALORES

Es cierto que en algunas personas Dios hace que se condensen los valores. Es cierto que en personas con privilegios del destino conviven y conmilitan los afectos indelebles. Es cierto que una vida se hace insaciable dispensadora de sanas y ejemplarizantes vivencias integrales, como sucede la  anterior enumeración meritoria en la persona de Myriam Medina de Urrecheaga, para ventura, nuestro familiar de cercanías y de afectos impolutos como su misma estirpe.

Hacedora de querencias en torno de la Plaza Sucre. Este sitio ha sido su templo de espíritu, su casa prolongada a lo familiar  y social. Magnifica mujer, hija y madre de la misma cuadra, como con suerte de haber vivido siempre en consonancia estrecha con todo su núcleo familiar. Desde allí, centro minúsculo en la dimensión de tan pequeña geografía, ha proyectado una biografía imperecedera, porque los hilos de su luz formadora no tienen fin, sino más bien, se prolongan a un amplio grupo de seres integrados: padres, hermanos, esposo e hijos, en torno de una exclusiva sociedad de ellos en los días largos de un tiempo vivido que da para décadas, todas ellas pasadas en convivencia de armonías y en plenitud de correspondencias afectivas.

Muchacha que fue en un tiempo de la escolaridad. Bella alumna de la escuela cercana. Todo a mano como una bendición diaria. El genio de la vida la construyó graciosa, como la vemos graciosa en esta fotografía de crinejas, en la antesala de su boda con Ortelio, ese gran caballero social  que anduvo trasegando el tiempo entre la educación y el periodismo. Joven de una gran arquitectura mental. Venía posesionada de valores hogareños. Muchos valores la circunscribieron y animaron para esa gran empresa matrimonial, a la que concurrió en plena juventud y en la que ha vivido glorificada por la hermanación total del amor compartido.

Joven señora cuyo centro ha sido la casa, una grande y concentrada obra de la que sólo se alejó en el tiempo del trabajo, su  otra casa, no de sueños, sino de compromisos bien cumplidos, y a satisfacción de los superiores, porque si el trabajo fue realidad, la casa ha sido su sueño de plenitud humana, que la atesora a ella como su centro y fortaleza.

         En la plenitud de su madurez vital, la rodean ahora las grandes realidades que sembró sin ambiciones solapadas, más bien poseedora de una ambición de armonía como la saben tener los seres inteligentes. A Doña Myriam la miramos en este tiempo, con la inquebrantable fe que todos tenemos en su ejemplo, y en las virtudes morales que exhibe como uno de sus numerosos galardones existenciales. 

ORTELIO URRECHEAGA: LA ÚLTIMA MEMORIA

Ortelio Urrecheaga tuvo la suerte cuando joven de crecer en medio de memorias humanas prodigiosas, de ahí su buena formación intelectual. Era habitual en aquel Trujillo de hace cincuenta o sesenta años encontrar a ciudadanos cargados de memoria histórica, libros abiertos, mentalidades lúcidas que llevaban el acontecimiento histórico y comunitario en los sentidos y se desbordaban en el lenguaje escrito aunque solían hacerlo también en el oral. Ortelio tuvo la suerte de estar en medio de esas generaciones ciudadanas con una muy alta formación. Por eso se formó vastamente y nutrió su conocimiento para después él mismo convertirse en una de aquellas referencias que hicieron lucir a Trujillo como ciudad intelectual. Ortelio era mucho y sabía cosas inmensas que guardaba en su memoria, y que ahora, por su sensible fallecimiento hace días, desaparecieron como archivo vivo, aunque quedan sus signos y sus luces para guiar a los pocos empeñados en que no todo el pasado se borre ni se difumine como peligrosamente está sucediendo.

La biografía de Ortelio Urrecheaga se nos impronta para hacerla desde diversas perspectivas y visiones. Su vida estuvo nutrida por muchos factores. Fue un personaje de muy diversas particularidades. Hasta poéticamente podría reconstruirse su valiosa vida, porque su sola fisonomía en estos últimos tiempos que vivió, tenía una aura poética, como si fuese un personaje de una hermosa luminosidad, y así lo veíamos en ese sitio gravitatorio de su casa de la Plaza Sucre, en torno de los suyos como ese gran árbol genésico que sin hablar comunicaba, que sin decir nada trasmitía muchas cosas, que sentado allí como solía hacerlo en el quicio de la entrada de su casa de siempre parecía un filósofo en soliloquio con la naturaleza, y por qué no,, estaba él en ese trance tan habitual interrogando e interrogándose sobre la vida y sus pormenores en ese lugar en que solió citarse solo para dar satisfacción a sus lucubraciones existenciales acumuladas en esos ochenta años de raciocinio que le dio su larga vida de entre los ochenta y cinco que vivió en el absoluto espacio de su ciudad del alma, Trujillo, la que ahora y en adelante tiene el compromiso moral de rendirle los homenajes del tiempo.

Ortelio Urrecheaga fue un hombre inteligente. Todos sabíamos eso y lo admirábamos por ello. Jesús Enrique Zuleta, nos refirió que su padre don Luis, tenía un alto concepto de la personalidad de Ortelio. Le confesó una vez que Ortelio era un hombre inteligente, ese juicio de una persona como fue don Luis Zuleta, califica mucho la biografía de Ortelio y es una razón para que nos obliguemos entre todos a ir configurando esa biografía para que su memoria no vaya a caer en el olvido como ha pasado con otros personajes importantes de nuestra ciudad.

Yo siempre vi y tuve a Ortelio como un maestro. Sentía una clara admiración por su persona. Vi en él un ductor a seguir, a imitarlo en su conducta y en sus quehaceres. Desde siempre fue así, desde aquellos lejanos tiempos en que él junto con compañeros generacionales hacían periódicos y nosotros, muchachos, salíamos a venderlos por las calles de la ciudad. Allá en ese lapso remoto comenzó tal vez ese hilo de comunicación espiritual entre Ortelio y varios de nosotros que lo fuimos de a poco tratando en la amistad creciente, hasta definitivamente conseguir con él esa necesaria comunicación que nos nutrió mucho y definió en parte nuestra inquietud intelectual. Ortelio fue un absoluto maestro para lo positivo que debe transmitir la persona humana que sabe estar en posición de destino cultural. Muchos años después, ya con otros destinos sobre nuestra propia vida escudriñando con fines de investigación aquellos viejos periódicos locales, veíamos y leíamos las escrituras de Ortelio, el nombre suyo en los periódicos, el permanente grabado con su fotografía, en la que aparece imponente con un pantalón de alto talle sostenido con tirantes. Afloraban entonces los recuerdos, porque la memoria tiene esa facultad de llevarlo a uno descarnada y nítidamente a los momentos más lejanos, en este caso, a más de cincuenta años atrás cuando circulaban en Trujillo periódico como el “Cuatricentenario”, “Hoy”, “Momento”, “Sabatino”, “Punto” y otros de muy efímera existencia. En todos aquellos aparece marcada la huella inteligente de Ortelio Urrecheaga, porque él era miembro de la familia poseedora de la tipografía donde se editaban esos voceros, y laboraba junto a su padre don Isaac y sus hermanos Luis y Venancio, quijotes de aquella empresa en esa luminosa década trujillana entre los años cincuenta y sesenta, tal vez la más grandiosa de nuestra historia citadina, o una de las más, porque en la precedente, cuando estuvieron aquí Numa Quevedo y Luis Beltrán Guerrero también afloró mucho la capacidad intelectual de los trujillanos, integrada por ciudadanos que juntaron su inteligencia para dar nombradía cultural a la ciudad y al estado.

Larga y fecunda debemos hacer entre todos la biografía de Ortelio Urrecheaga para convertirla en una lección moral de este tiempo difícil y dramático que estamos viviendo, en que los valores se están perdiendo, y no hay interés absoluto por los hechos de la historia local; en que hemos perdido el respeto social y pareciera que el atosigamiento de formas extrañas de conducta y de acción estuviesen vulnerando a todos, con mucha mayor intensidad a nuestros niños y jóvenes.

UNA PAREJA EN APOTEOSIS

Ahora en el reencuentro dado por la inmortalidad, luego del reciente fallecimiento de la señora Myriam, la lección de vida de Ortelio Urrecheaga y Myriam Medina de Urrecheaga se ha fortalecido. Ahora se nutre de mayor espiritualidad esta pareja matrimonial, luego de haber sido una fortaleza en la materialidad de existencia terrena. Ellos llenaron los espacios físicos y hoy los llenan de otra manera, porque hay una lección familiar hecha eternidad y hecha memoria reluciente para los suyos y para el  entorno familiar y amigo que los conoció y trató, y llegó a comprender los signos de sus valores en los largos y hermosos años de vida matrimonial  familiar.

         Desde aquellos años lejanos, entrado largamente el tiempo en los anales del espacio natal, cuando la vida parroquial y la de un poquito más allá, aparecía dimensionada por el contacto familiar y social en un solo lenguaje y en un solo ámbito entre la hogareñidad y la amistad, esta pareja de jóvenes activos, educador y comunicador él, trabajadora secretarial ella; ambos sujetos de cultura en la categoría social viviente, animaron una naciente familia hecha paulatinamente grupo progresivo por la llegada de los hijos y de las hijas; unción de fe por la religiosidad que se practicaba  y que jamás dejó de practicarse en el interior, y de una cultura adquirida no tanto por los rasgos del saber sino de los ancestros. Trujillo, la pequeña ciudad visualizada en el también pequeño valle, dejó ver la nueva imagen de una pareja convertida en hogar, en centro atado para una vida en unión. Y así fue por espacio de más de medio siglo, con llenura de amor y comprensión, que ambos  valores crean signos conformadores de nuestra historia parroquial por la trayectoria de vida de los que aquí han sabido vivir una vida meritoria.

Hay muchas maneras de hacer una cultura en la ciudad. Desde la misma esencia histórica esto puede percibirse en el entorno. De muy diversas formas se han venido produciendo fuentes y anales de cultura entre nosotros. Los valores integrales, los que provienen como una buena fluencia desde el interior de grupos familiares, han resultado una fortaleza espiritual entre nosotros, una nutrición como camino y forma de conducirse de muchos. Tales actividades espirituales subyacentes afloran en el momento en que se quiere argumentar una historia de vida y ayuda grandemente en su construcción. Así Ortelio y Myriam modelaron una sobresaliente acción hogareña por medio de la totalidad viviente de una biografía compartida sin lapsos ni interrupciones. El hilo conductor de una causa matrimonial jurada para siempre se convirtió en  grueso tejido hogareño que cubrió en plenitud  a los suyos, hasta que el designio de Dios, la llamada, rompió aquel lazo con la muerte de Ortelio, y vino la separación perentoria hasta ahora, cuando Dios llamó a Myriam y propició el reencuentro y la unión definitiva en el gozo del Cielo para estos esposos que en la tierra fueron conciencia  y dignidad, cultivadores de una vida sana, por lo que desde ahora gozan  de ese premio definitivo: el acceso a la inmortalidad en el paraíso inmaculado

La creación de una familia como un bien social es una consecuencia natural de vidas matrimoniales que se comportan bien, que actúan ajustadas a códigos morales enseñados y practicadas con los suyos y con los demás; padres que aman a sus hijos y viceversa; padres  e hijos que aman a los otros y los tratan en amistad y en solidaridad. Estos hilos conductuales están como animación en este grupo familiar, Ortelio, Myriam y su descendencia estructuraron una familia muy bien fortalecida con irradiaciones del nombre en el cuerpo social de nuestra ciudad y otros horizontes. La familia originó esta herencia que queda para mantenerla viva y seguirla nombrando  por lo que en los hijos y en los hijos de los hijos siguen viviendo los padres como vemos sucede en este caso.

     De Ortelio podemos decir que fue un ciudadano integro, formado, sabio y culto. Pudo ir más allá en sus aportaciones a la sociedad, pero se fijó a su ciudad natal y la sirvió con creces. Reconocido como intelectual, eso fue su trabajo. Educador a carta cabal, comunicador radial y de la prensa escrita. Su intelectualidad la puso también al servicio de la judicatura. Por eso, los que solemos mirar prensa escrita local vieja, descubrimos su nombre con asiduidad en diferentes formatos serviciales en instituciones socioculturales de la ciudad.

         De Miryam se destacó siempre la presencia de una mujer totalmente bella en forma y en espíritu. Aunque sale resaltarle el espíritu activado como núcleo de su grupo familiar de padres y hermanos; de esposo e hijos y nietos. Centro de un hogar luminoso alrededor de ella en la perdurabilidad del amor  y del cariño. Fue y es luz conductora que no permitirá jamás la penumbra ni la sombra entre los suyos, porque supo ser madre, y las madres así lo siguen siendo cuando mueren porque se nombran siempre como si estuvieran vivas en la cotidianidad de la casa.

     El tiempo florece perdurable cuando hay amor. Y aquí lo hubo. Un tiempo hogareño compartido por más de cincuenta años hace una huella profunda, tiene que haberla hecho. Las huellas de los padres están siempre vivas. Sobre los surcos de esas huellas memorables hay que seguir caminando siempre, en rectitud y sin desviaciones.

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