Página de Historia Regional

domingo, 26 de octubre de 2014

José Gregorio: vida heroica y santa

 

Por humano y santo uno lo puede llamar solamente por su nombre.  Eso es un prodigio y una bendición, porque no es fácil que a una persona de tal dimensión uno la pueda tutear con toda familiaridad. Pero en el caso de este trujillano si se puede hacer y la gente lo hace con cariño. José Gregorio le decimos y los apostrofamos con la familiaridad que al sujeto hablante le proporciona el tú delante. O mejor, a José Gregorio todos le hablamos de tú, lo tuteamos como si fuese un compañero de nuestra cotidianidad.

Hombre grande, sin duda, ciudadano a plenitud. Con la palabra de J. Martí podemos decir: “Cada vasillo suyo debe ser un vaso de aromas”. Ciertamente, porque su vida es espiritual, de adentro, del alma... Su biografía la sustenta lo espiritual, primordialmente.  Es un cargamento de alma y de mundo interior.  No obstante, su biografía total es todo un signo de grandeza por lo formidable de su existencia, larga y plena, sin desperdicio alguno. Los que no han asimilado su lección de vida lo respetan sin embargo, y reconocen en él una personalidad subyugante, como ciertamente ha habido hombres de toda condición que niegan sus cualidades y aptitudes, niegan su ciencia y su sabiduría, niegan su condición científica, niegan sus virtudes extremas, y hasta libros han escrito y presentado ante los “abogados del diablo”, para oponerse a la causa de su beatificación. José Gregorio no puede ser santo”, dijo un doctor venezolano, alegando que “el médico practicó la virtud, pero no en grado heroico que lo demanda la Iglesia para ser beato”. Y dijo que, “ingresó a la Cartuja de La Farnetta con el nombre de Fray Marcelo, pero la abandonó porque no soportó el rigor de la misma”.  Adujo que el Papa Urbano VIII prohibió el culto público para los postulados a  la santidad”, entre otros argumentos que vinieran a incidir o impedir, en todo caso, la disposición vaticana final de su beatificación.

Si este señor lo hizo desde el punto de vista de su condición de católico practicante, cuando dijo, “en nombre de mi religión que es la católica apostólica y romana yo vengo a discrepar con la ley en la mano de quienes consideran que el doctor Hernández tiene derecho a ser santo”.  Otros, científicos en este caso, han tratado de negarle su condición de científico e investigador.  “No era investigador científico y fue superado brillantemente en este campo por el bachiller Rafael Rangel, discípulo suyo”, dijo quién sabe con qué propósito un relevante hombre de ciencia venezolano.  Lo cierto es que en la conducta humana hay ausencia de límites, porque la libertad de juicio por naturaleza debe ser ejercida en plenitud de opinión y cada quien, alegando razonamientos propios o extraños da rienda suelta a sus pensamientos y emite conceptos para el debate.  Eso está bien. Pero, debo agregar que en estos dos casos, en el primero privaron más bien razones dogmáticas y reaccionarias, hasta de fanatismo en el denunciante, pues en el fondo reconoce todas las virtudes y cualidades posibles en la persona del doctor Hernández.  Y en el segundo, éste un prominente médico, sin duda, recibió el premio bianual “José Gregorio Hernández”, instituido en 1922 por la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela, con la anuencia de la Academia Nacional de Medicina, como tributo imperecedero del mundo médico a quien había descollado en el ejercicio científico y humanístico de la profesión.  Ese premio lo recibió quien negó los méritos científicos y de investigador del doctor Hernández.  ¿Y entonces?...Miremos la calidad del premio, lo recibieron entre otros ilustres venezolanos los doctores Enrique Tejera, Jesús Rafael Risquez, Félix Pifano, David Iriarte, Pablo Izaguirre, Francisco De Venanzi, Marcel Roche, Miguel Layrisse, Antonio Sanabria.  Por cierto, nuestro Pedro Emilio Carrillo recibió Mención Honorífica de este premio en 1946.

Saliéndonos de este tema de discordias en torno a la vida de nuestro Venerable, más bien queremos hacer una semblanza exaltativa de su personalidad, tocando aspectos de su biografía que la calificamos entre lo heroico y lo santo, que ambos pormenores tienen presencia en él como argumentos para considerarlo un personaje resaltante en lo social, por lo que hizo en la sociedad de su tiempo; y lo religioso, si vemos que, como asienta Briceño Iragorry, “el orden hace al hombre”, y Hernández fue un orden total, una sola línea recta regada por los más disímiles horizontes, entrecruzada con la línea vertical que vino a calificarlo como ciudadano paradigmático por ser “modelo de virtud y de bondad útil”

Su biografía es muy larga: va desde el terruño hasta lo nacional y el mundo.  Fue un hombre de su tiempo, no estacionado porque así es muy difícil ampliar una biografía total, sino andante y trashumante por diversos lugares, desde su origen en Isnotú, como sabemos, y de ahí su condición de eterna trujillanía, hasta Caracas, que lo dimensiona grandemente y otros países de América y Europa, donde conoció y asimiló la ciencia con fines médico-científicos, sin dejar de practicar un momento su cosmovisión cristiana de excepción.

“El terruño es la patria del corazón”, dijo Ingenieros, de ahí el simbolismo grandioso que ha tenido Isnotú como punto de origen de lo que fue aquel ser humano, y destino por siempre de lo que es y será su nombre para la venezolanidad.  El terruño natal insuperable por los otros grandes y pequeños momentos de la biografía.  No hay como el origen de la natalidad en la persona.  Pueden venir las grandes glorias de las otras latitudes, pero el terrón está pegado en el corazón.  Pueden glorificarse las hazañas cumplidas en otras geografías, pero ese puntico que dio la primera luz se anida en la conciencia y nada lo borra por más que haya mucha ausencia, o hasta una ausencia definitiva.  Y ejemplos hay por montones, señalamos dos nada más: Jáuregui en Niquitao.  Allí vivió meses nada más, pero su eternidad allí será eterna, por los siglos, como ya lo viene siendo.  Y Andrés Bello, distante muchos años después, y todavía le cantaba sus versos a Caracas, a sus quebradas, a sus lugares, con toda precisión.  Por eso, Isnotú es el origen, lo que importa, “la luz y el perfume”, que se da a la biografía de José Gregorio Hernández.

Lo otro, los largos quehaceres de su vida meritoria, los recoge la palabra de los estudios diversos que se han hecho de su personalidad, desde la más pequeña oración del creyente, hasta el injundioso estudio crítico del versado.  José Gregorio ha pasado y pasa por el lenguaje de la escritura, por lo que hallamos mucha literatura sobre su vida, mucho decir, el vasto pensamiento que lo ha tratado como causa productiva.  Y así, en la más simple enumeración estamos en capacidad de hacer un listado que incluye su origen, sus padres, su educación inicial, viajes, grados, compromisos, la misión propuesta, el llamado de Dios, salidas y entradas a la Patria, la divulgación de sus ciencia y de su fe, la visión múltiple sobre el estudiante, el médico, médico rural, elegido, egregio universitario, su vida científica, docente, académica, religiosa, periodística, musical, filosófica; su escritura, imagen, personalidad y cultura, venezolano ejemplar, su vida seglar, su eponimia, su liderazgo, sus milagros, los pobres a su alrededor, homenajes y testimonios, los premios, el largo camino a los altares, el largo proceso de beatificación, su actualidad creciente.  José Gregorio da para todo lo posible entre la realidad y lo imaginable.  José Gregorio, el hombre de la glorificación.  Cuántas veces se ha ido a la gloria, “hasta en las frágiles alas de un verso”, de los muchos versos populares hechos por el pueblo cuando le canta las oraciones más sencillas.

Aunque el heroísmo como la santidad son términos abstractos, ambos son esfuerzos vitales que no los pueden cumplir todas las personas sino aquellas de condiciones muy especiales, con gran voluntad y abnegación, capaces de renunciar a lo fácil y cómodo viviendo a veces hasta momentos torturantes y cargados de renunciamientos en persecución de un gran ideal, y eso es lo que los hace trascendentes y modelares a los ojos de la humanidad.  José Gregorio compartió esa condición de su inteligencia entre la heroicidad practicada por sus grandes esfuerzos y en ser buen médico, profesional de altura, estudioso con sentido de formación superior con fines de servir a sus semejantes.  Así vemos que en sus estudios secundarios “recibe la más alta distinción del Colegio expresada en la medalla de aplicación y buena conducta”.  Y los estudios de Medicina “los emprendió y llevó felizmente a su fin, con la mejor voluntad y con el mayor éxito, obteniendo las más altas calificaciones.”  En la Universidad, ya con carácter profesoral y como investigador, cargó ambos papeles con la máxima responsabilidad. Y así luchó y consiguió dotaciones y equipamientos, pidió mejoramiento y lo obtuvo en los mejores centros de otros países de América y Europa, en los que se les reconocieron sus méritos académicos que los hacía resaltar con trabajos y producciones, y eso se llama también heroísmo, porque buscaba no tanto servirse y satisfacerse él mismo, sino ponía por delante en sus acciones, primeramente a Dios, a su Patria y a su prójimo, como lo demanda el concepto lleno de moral.

En todo rasgo biográfico de Hernández, aparece como una constante, la calificación que lo define como hombre de ciencia dentro del complejo mundo de la medicina y sus aspectos de profunda investigación en este campo.  Eso es condición de heroísmo por la forma como desarrolló tales apostolados, en función de servir a los otros. Uno de sus panegiristas apuntó: “…trazó una línea recta en la reformación de los estudios médicos, como biólogo, como fundador de la medicina experimental y como connotado símbolo de la pedagogía”.  Asienta igualmente: “Con sus principios de filantropía, con su anhelo fecundo de bases firmes y compactas para prodigar ayuda al enfermo es que lo vemos erguido y grande abriendo el rumbo exacto de la asistencia social, esquematizada de acuerdo con valiosas experiencias en el campo científico.”  Esto, a nuestro juicio, es heroísmo con signos de grandeza.

Pero, es heroico José Gregorio desde la perspectiva de la santidad.  No en balde es “Venerable”, que en su sentido laxo significa “digno de veneración, de respeto. Epíteto concedido como gracia a personas de renombre, de reconocida virtud. Título que da la Iglesia a personas de grandes condiciones eclesiales, no necesariamente sacerdotes, también a seglares, como signo de prelacía y dignidad. Esto es ya José Gregorio, pero merece más en la glorificación de la Iglesia, y por eso se lucha desde hace mucho tiempo por la causa de su beatificación. Él merece en suficiencia por heroicidad tener esa condición de beato, que en la escala comúnmente ascendente es el paso de avanzada hacia su definitiva santificación.

En un reciente trabajo literario que hice con el nombre de “Guía de Ascensión”, que no es otro que el camino que debemos seguir los humanos para alcanzar el cielo en la inmortalidad, estuvo como modelo ideal la personalidad cristiana de José Gregorio. Allí, lastres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad lo retrataban con rasgos de heroicidad si vemos que él quiso la fe, esa virtud que hubo en él contagiosamente. Con júbilo y alegría inducimos esto al leer la esencia de sus rasgos biográficos. La fe fue uno de los maravillosos fulgores de su vida y lo hizo trascendente, lo mismo que las otras dos virtudes la esperanza y la caridad. De proponernos ir explicando el concepto etimológico de estas tres virtudes, bien pudiéramos ejemplarizar a cada una tomando referente a José Gregorio, como que quiso siempre regocijarse de la resurrección de la vida y el gozo eterno, “el maravillosos fulgor producido por la esperanza que sintió de gozar en la infinitud del tiempo trascendente, en que el alma es alma verdaderamente, únicamente alma, estela blanca que viven en la blancura infinita, en el ambiente bien creado y conservado del premio celestial, al lado del que nos permite la más absoluta libertad”.  Nunca contrarió en su comportamiento José  Gregorio a lo que estaba escrito, al mandato de los Mandamientos.  Su vida tuvo la significación virtuosa dada por la esperanza.  José Gregorio supo ser miembro de ese clan inmortal de los justos, ser humano en plenitud de vida terrestre, de una sola línea de conducta, en esa posición, definitivamente constante.  Y la llevó adelante, la cumplió al pie de la letra.

Eso digo del carácter heroico religioso de José Gregorio. Y pudiera revelar más. Pero debo detenerme. No quiero terminar sin decir que José Gregorio fue de aquellas personas que vivieron constantes en la virtud, entregado a una densa pasión por la esperanza de la vida eterna. De los que practicaron una gran caridad. De los que actuaron con mucha fe, porque esperanza y caridad sin fe no llena el cometido ni el producto de las virtudes teologales, las que Dios dictó para que los seres humanos las conocieran y practicaran fielmente como muchos las han cumplido, por lo que se ve en la biografía de esos justos, que debemos llamar santos, que hicieron de su existencia un concierto y una armonía, e interpusieron el alma como vía a esa gloria futura que les proveyó Dios inmediatamente después de su fallecimiento terreno.

Esas y otras razones son causas para que José Gregorio sea santo, para que goce de la santidad merecida, luego de este ya largo proceso histórico de su Beatificación. 

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