Por
humano y santo uno lo puede llamar solamente por su nombre. Eso es
un prodigio y una bendición, porque no es fácil que a una persona de tal
dimensión uno la pueda tutear con toda familiaridad. Pero en el caso de este
trujillano si se puede hacer y la gente lo hace con cariño. José Gregorio le
decimos y los apostrofamos con la familiaridad que al sujeto hablante le
proporciona el tú delante. O mejor, a José Gregorio todos le hablamos de tú, lo
tuteamos como si fuese un compañero de nuestra cotidianidad.
Hombre grande, sin duda, ciudadano a
plenitud. Con la palabra de J. Martí podemos decir: “Cada vasillo suyo debe ser
un vaso de aromas”. Ciertamente, porque su vida es espiritual, de adentro, del
alma... Su biografía la sustenta lo espiritual, primordialmente. Es
un cargamento de alma y de mundo interior. No obstante, su biografía
total es todo un signo de grandeza por lo formidable de su existencia, larga y
plena, sin desperdicio alguno. Los que no han asimilado su lección de vida lo
respetan sin embargo, y reconocen en él una personalidad subyugante, como
ciertamente ha habido hombres de toda condición que niegan sus cualidades y
aptitudes, niegan su ciencia y su sabiduría, niegan su condición científica,
niegan sus virtudes extremas, y hasta libros han escrito y presentado ante los
“abogados del diablo”, para oponerse a la causa de su beatificación. José
Gregorio no puede ser santo”, dijo un doctor venezolano, alegando que “el
médico practicó la virtud, pero no en grado heroico que lo demanda la Iglesia
para ser beato”. Y dijo que, “ingresó a la Cartuja de La Farnetta con el nombre
de Fray Marcelo, pero la abandonó porque no soportó el rigor de la
misma”. Adujo que el Papa Urbano VIII prohibió el culto público para
los postulados a la santidad”, entre otros argumentos que vinieran a
incidir o impedir, en todo caso, la disposición vaticana final de su
beatificación.
Si este señor lo hizo desde el punto de
vista de su condición de católico practicante, cuando dijo, “en nombre de mi
religión que es la católica apostólica y romana yo vengo a discrepar con la ley
en la mano de quienes consideran que el doctor Hernández tiene derecho a ser
santo”. Otros, científicos en este caso, han tratado de negarle su
condición de científico e investigador. “No era investigador
científico y fue superado brillantemente en este campo por el bachiller Rafael
Rangel, discípulo suyo”, dijo quién sabe con qué propósito un relevante hombre
de ciencia venezolano. Lo cierto es que en la conducta humana hay
ausencia de límites, porque la libertad de juicio por naturaleza debe ser
ejercida en plenitud de opinión y cada quien, alegando razonamientos propios o
extraños da rienda suelta a sus pensamientos y emite conceptos para el
debate. Eso está bien. Pero, debo agregar que en estos dos casos, en
el primero privaron más bien razones dogmáticas y reaccionarias, hasta de
fanatismo en el denunciante, pues en el fondo reconoce todas las virtudes y
cualidades posibles en la persona del doctor Hernández. Y en el
segundo, éste un prominente médico, sin duda, recibió el premio bianual “José
Gregorio Hernández”, instituido en 1922 por la Facultad de Medicina de la
Universidad Central de Venezuela, con la anuencia de la Academia Nacional de
Medicina, como tributo imperecedero del mundo médico a quien había descollado
en el ejercicio científico y humanístico de la profesión. Ese premio
lo recibió quien negó los méritos científicos y de investigador del doctor Hernández. ¿Y
entonces?...Miremos la calidad del premio, lo recibieron entre otros ilustres
venezolanos los doctores Enrique Tejera, Jesús Rafael Risquez, Félix Pifano,
David Iriarte, Pablo Izaguirre, Francisco De Venanzi, Marcel Roche, Miguel Layrisse,
Antonio Sanabria. Por cierto, nuestro Pedro Emilio Carrillo recibió
Mención Honorífica de este premio en 1946.
Saliéndonos de este tema de discordias
en torno a la vida de nuestro Venerable, más bien queremos hacer una semblanza
exaltativa de su personalidad, tocando aspectos de su biografía que la
calificamos entre lo heroico y lo santo, que ambos pormenores tienen presencia
en él como argumentos para considerarlo un personaje resaltante en lo social,
por lo que hizo en la sociedad de su tiempo; y lo religioso, si vemos que, como
asienta Briceño Iragorry, “el orden hace al hombre”, y Hernández fue un orden
total, una sola línea recta regada por los más disímiles horizontes,
entrecruzada con la línea vertical que vino a calificarlo como ciudadano
paradigmático por ser “modelo de virtud y de bondad útil”
Su biografía es muy larga: va desde el
terruño hasta lo nacional y el mundo. Fue un hombre de su tiempo, no
estacionado porque así es muy difícil ampliar una biografía total, sino andante
y trashumante por diversos lugares, desde su origen en Isnotú, como sabemos, y
de ahí su condición de eterna trujillanía, hasta Caracas, que lo dimensiona
grandemente y otros países de América y Europa, donde conoció y asimiló la
ciencia con fines médico-científicos, sin dejar de practicar un momento su
cosmovisión cristiana de excepción.
“El terruño es la patria del corazón”,
dijo Ingenieros, de ahí el simbolismo grandioso que ha tenido Isnotú como punto
de origen de lo que fue aquel ser humano, y destino por siempre de lo que es y
será su nombre para la venezolanidad. El terruño natal insuperable
por los otros grandes y pequeños momentos de la biografía. No hay
como el origen de la natalidad en la persona. Pueden venir las
grandes glorias de las otras latitudes, pero el terrón está pegado en el
corazón. Pueden glorificarse las hazañas cumplidas en otras
geografías, pero ese puntico que dio la primera luz se anida en la conciencia y
nada lo borra por más que haya mucha ausencia, o hasta una ausencia definitiva. Y
ejemplos hay por montones, señalamos dos nada más: Jáuregui en
Niquitao. Allí vivió meses nada más, pero su eternidad allí será
eterna, por los siglos, como ya lo viene siendo. Y Andrés Bello,
distante muchos años después, y todavía le cantaba sus versos a Caracas, a sus
quebradas, a sus lugares, con toda precisión. Por eso, Isnotú es el
origen, lo que importa, “la luz y el perfume”, que se da a la biografía de José
Gregorio Hernández.
Lo otro, los largos quehaceres de su
vida meritoria, los recoge la palabra de los estudios diversos que se han hecho
de su personalidad, desde la más pequeña oración del creyente, hasta el
injundioso estudio crítico del versado. José Gregorio ha pasado y
pasa por el lenguaje de la escritura, por lo que hallamos mucha literatura
sobre su vida, mucho decir, el vasto pensamiento que lo ha tratado como causa
productiva. Y así, en la más simple enumeración estamos en capacidad
de hacer un listado que incluye su origen, sus padres, su educación inicial,
viajes, grados, compromisos, la misión propuesta, el llamado de Dios, salidas y
entradas a la Patria, la divulgación de sus ciencia y de su fe, la visión
múltiple sobre el estudiante, el médico, médico rural, elegido, egregio
universitario, su vida científica, docente, académica, religiosa, periodística,
musical, filosófica; su escritura, imagen, personalidad y cultura, venezolano
ejemplar, su vida seglar, su eponimia, su liderazgo, sus milagros, los pobres a
su alrededor, homenajes y testimonios, los premios, el largo camino a los
altares, el largo proceso de beatificación, su actualidad
creciente. José Gregorio da para todo lo posible entre la realidad y
lo imaginable. José Gregorio, el hombre de la
glorificación. Cuántas veces se ha ido a la gloria, “hasta en las
frágiles alas de un verso”, de los muchos versos populares hechos por el pueblo
cuando le canta las oraciones más sencillas.
Aunque el heroísmo como la santidad son
términos abstractos, ambos son esfuerzos vitales que no los pueden cumplir
todas las personas sino aquellas de condiciones muy especiales, con gran
voluntad y abnegación, capaces de renunciar a lo fácil y cómodo viviendo a
veces hasta momentos torturantes y cargados de renunciamientos en persecución
de un gran ideal, y eso es lo que los hace trascendentes y modelares a los ojos
de la humanidad. José Gregorio compartió esa condición de su
inteligencia entre la heroicidad practicada por sus grandes esfuerzos y en ser
buen médico, profesional de altura, estudioso con sentido de formación superior
con fines de servir a sus semejantes. Así vemos que en sus estudios
secundarios “recibe la más alta distinción del Colegio expresada en la medalla
de aplicación y buena conducta”. Y los estudios de Medicina “los
emprendió y llevó felizmente a su fin, con la mejor voluntad y con el mayor
éxito, obteniendo las más altas calificaciones.” En la Universidad,
ya con carácter profesoral y como investigador, cargó ambos papeles con la
máxima responsabilidad. Y así luchó y consiguió dotaciones y equipamientos,
pidió mejoramiento y lo obtuvo en los mejores centros de otros países de
América y Europa, en los que se les reconocieron sus méritos académicos que los
hacía resaltar con trabajos y producciones, y eso se llama también heroísmo,
porque buscaba no tanto servirse y satisfacerse él mismo, sino ponía por
delante en sus acciones, primeramente a Dios, a su Patria y a su prójimo, como
lo demanda el concepto lleno de moral.
En todo rasgo biográfico de Hernández,
aparece como una constante, la calificación que lo define como hombre de
ciencia dentro del complejo mundo de la medicina y sus aspectos de profunda
investigación en este campo. Eso es condición de heroísmo por la
forma como desarrolló tales apostolados, en función de servir a los otros. Uno
de sus panegiristas apuntó: “…trazó una línea recta en la reformación de los
estudios médicos, como biólogo, como fundador de la medicina experimental y
como connotado símbolo de la pedagogía”. Asienta igualmente: “Con
sus principios de filantropía, con su anhelo fecundo de bases firmes y compactas
para prodigar ayuda al enfermo es que lo vemos erguido y grande abriendo el
rumbo exacto de la asistencia social, esquematizada de acuerdo con valiosas
experiencias en el campo científico.” Esto, a nuestro juicio, es
heroísmo con signos de grandeza.
Pero, es heroico José Gregorio desde la
perspectiva de la santidad. No en balde es “Venerable”, que en su
sentido laxo significa “digno de veneración, de respeto. Epíteto concedido como
gracia a personas de renombre, de reconocida virtud. Título que da la Iglesia a
personas de grandes condiciones eclesiales, no necesariamente sacerdotes,
también a seglares, como signo de prelacía y dignidad. Esto es ya José
Gregorio, pero merece más en la glorificación de la Iglesia, y por eso se lucha
desde hace mucho tiempo por la causa de su beatificación. Él merece en
suficiencia por heroicidad tener esa condición de beato, que en la escala
comúnmente ascendente es el paso de avanzada hacia su definitiva santificación.
En un reciente trabajo literario que
hice con el nombre de “Guía de Ascensión”, que no es otro que el camino que
debemos seguir los humanos para alcanzar el cielo en la inmortalidad, estuvo
como modelo ideal la personalidad cristiana de José Gregorio. Allí, lastres
virtudes teologales: fe, esperanza y caridad lo retrataban con rasgos de
heroicidad si vemos que él quiso la fe, esa virtud que hubo en él
contagiosamente. Con júbilo y alegría inducimos esto al leer la esencia de sus
rasgos biográficos. La fe fue uno de los maravillosos fulgores de su vida y lo hizo
trascendente, lo mismo que las otras dos virtudes la esperanza y la caridad. De
proponernos ir explicando el concepto etimológico de estas tres virtudes, bien
pudiéramos ejemplarizar a cada una tomando referente a José Gregorio, como que
quiso siempre regocijarse de la resurrección de la vida y el gozo eterno, “el
maravillosos fulgor producido por la esperanza que sintió de gozar en la
infinitud del tiempo trascendente, en que el alma es alma verdaderamente,
únicamente alma, estela blanca que viven en la blancura infinita, en el
ambiente bien creado y conservado del premio celestial, al lado del que nos
permite la más absoluta libertad”. Nunca contrarió en su
comportamiento José Gregorio a lo que estaba escrito, al mandato de
los Mandamientos. Su vida tuvo la significación virtuosa dada por la
esperanza. José Gregorio supo ser miembro de ese clan inmortal de
los justos, ser humano en plenitud de vida terrestre, de una sola línea de
conducta, en esa posición, definitivamente constante. Y la llevó
adelante, la cumplió al pie de la letra.
Eso digo del carácter heroico religioso
de José Gregorio. Y pudiera revelar más. Pero debo detenerme. No quiero
terminar sin decir que José Gregorio fue de aquellas personas que vivieron
constantes en la virtud, entregado a una densa pasión por la esperanza de la
vida eterna. De los que practicaron una gran caridad. De los que actuaron con
mucha fe, porque esperanza y caridad sin fe no llena el cometido ni el producto
de las virtudes teologales, las que Dios dictó para que los seres humanos las
conocieran y practicaran fielmente como muchos las han cumplido, por lo que se
ve en la biografía de esos justos, que debemos llamar santos, que hicieron de
su existencia un concierto y una armonía, e interpusieron el alma como vía a
esa gloria futura que les proveyó Dios inmediatamente después de su
fallecimiento terreno.
Esas y otras razones son causas para que
José Gregorio sea santo, para que goce de la santidad merecida, luego de este
ya largo proceso histórico de su Beatificación.
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