Hacemos los homenajes del tiempo a
personas de bien que vivieron entre nosotros, que supieron actuar y comportarse
como ciudadanos auténticos, de formación moral y con valores familiares y
sociales. Por eso constituyen un ideario a seguir, un paradigma modélico.
Lucharon sin descanso por la vida e hicieron vida en plenitud. Buscaron una
buena existencia para los suyos y para los otros, su entorno no fue otro que el
que supieron servir. Son memoria ya y recuerdo para revivirlos siempre. Sobre
ellos no habrá olvido porque tejieron una biografía de signos integrales, con
una huella esclarecida. Por esas virtudes se ganaron los homenajes del
tiempo.
DOÑA MYRIAM
MULTIPLICIDAD DE VALORES
Hacedora de querencias en torno de la
Plaza Sucre. Este sitio ha sido su templo de espíritu, su casa prolongada a lo
familiar y social. Magnifica mujer, hija y madre de la misma cuadra,
como con suerte de haber vivido siempre en consonancia estrecha con todo su
núcleo familiar. Desde allí, centro minúsculo en la dimensión de tan pequeña
geografía, ha proyectado una biografía imperecedera, porque los hilos de su luz
formadora no tienen fin, sino más bien, se prolongan a un amplio grupo de seres
integrados: padres, hermanos, esposo e hijos, en torno de una exclusiva
sociedad de ellos en los días largos de un tiempo vivido que da para décadas,
todas ellas pasadas en convivencia de armonías y en plenitud de
correspondencias afectivas.
Muchacha que fue en un tiempo de la
escolaridad. Bella alumna de la escuela cercana. Todo a mano como una bendición
diaria. El genio de la vida la construyó graciosa, como la vemos graciosa en
esta fotografía de crinejas, en la antesala de su boda con Ortelio, ese gran
caballero social que anduvo trasegando el tiempo entre la educación
y el periodismo. Joven de una gran arquitectura mental. Venía posesionada de
valores hogareños. Muchos valores la circunscribieron y animaron para esa gran
empresa matrimonial, a la que concurrió en plena juventud y en la que ha vivido
glorificada por la hermanación total del amor compartido.
Joven señora cuyo centro ha sido la
casa, una grande y concentrada obra de la que sólo se alejó en el tiempo del
trabajo, su otra casa, no de sueños, sino de compromisos bien
cumplidos, y a satisfacción de los superiores, porque si el trabajo fue
realidad, la casa ha sido su sueño de plenitud humana, que la atesora a ella
como su centro y fortaleza.
En
la plenitud de su madurez vital, la rodean ahora las grandes realidades que
sembró sin ambiciones solapadas, más bien poseedora de una ambición de armonía
como la saben tener los seres inteligentes. A Doña Myriam la miramos en este
tiempo, con la inquebrantable fe que todos tenemos en su ejemplo, y en las
virtudes morales que exhibe como uno de sus numerosos galardones
existenciales.
ORTELIO URRECHEAGA: LA ÚLTIMA
MEMORIA
La biografía de Ortelio Urrecheaga se
nos impronta para hacerla desde diversas perspectivas y visiones. Su vida
estuvo nutrida por muchos factores. Fue un personaje de muy diversas
particularidades. Hasta poéticamente podría reconstruirse su valiosa vida,
porque su sola fisonomía en estos últimos tiempos que vivió, tenía una aura
poética, como si fuese un personaje de una hermosa luminosidad, y así lo
veíamos en ese sitio gravitatorio de su casa de la Plaza Sucre, en torno de los
suyos como ese gran árbol genésico que sin hablar comunicaba, que sin decir
nada trasmitía muchas cosas, que sentado allí como solía hacerlo en el quicio
de la entrada de su casa de siempre parecía un filósofo en soliloquio con la
naturaleza, y por qué no,, estaba él en ese trance tan habitual interrogando e
interrogándose sobre la vida y sus pormenores en ese lugar en que solió citarse
solo para dar satisfacción a sus lucubraciones existenciales acumuladas en esos
ochenta años de raciocinio que le dio su larga vida de entre los ochenta y
cinco que vivió en el absoluto espacio de su ciudad del alma, Trujillo, la que
ahora y en adelante tiene el compromiso moral de rendirle los homenajes del
tiempo.
Ortelio Urrecheaga fue un hombre
inteligente. Todos sabíamos eso y lo admirábamos por ello. Jesús Enrique
Zuleta, nos refirió que su padre don Luis, tenía un alto concepto de la
personalidad de Ortelio. Le confesó una vez que Ortelio era un hombre
inteligente, ese juicio de una persona como fue don Luis Zuleta, califica mucho
la biografía de Ortelio y es una razón para que nos obliguemos entre todos a ir
configurando esa biografía para que su memoria no vaya a caer en el olvido como
ha pasado con otros personajes importantes de nuestra ciudad.
Yo siempre vi y tuve a Ortelio como un
maestro. Sentía una clara admiración por su persona. Vi en él un ductor a
seguir, a imitarlo en su conducta y en sus quehaceres. Desde siempre fue así,
desde aquellos lejanos tiempos en que él junto con compañeros generacionales
hacían periódicos y nosotros, muchachos, salíamos a venderlos por las calles de
la ciudad. Allá en ese lapso remoto comenzó tal vez ese hilo de comunicación
espiritual entre Ortelio y varios de nosotros que lo fuimos de a poco tratando
en la amistad creciente, hasta definitivamente conseguir con él esa necesaria
comunicación que nos nutrió mucho y definió en parte nuestra inquietud intelectual.
Ortelio fue un absoluto maestro para lo positivo que debe transmitir la persona
humana que sabe estar en posición de destino cultural. Muchos años después, ya
con otros destinos sobre nuestra propia vida escudriñando con fines de
investigación aquellos viejos periódicos locales, veíamos y leíamos las
escrituras de Ortelio, el nombre suyo en los periódicos, el permanente grabado
con su fotografía, en la que aparece imponente con un pantalón de alto talle
sostenido con tirantes. Afloraban entonces los recuerdos, porque la memoria
tiene esa facultad de llevarlo a uno descarnada y nítidamente a los momentos
más lejanos, en este caso, a más de cincuenta años atrás cuando circulaban en
Trujillo periódico como el “Cuatricentenario”, “Hoy”, “Momento”, “Sabatino”,
“Punto” y otros de muy efímera existencia. En todos aquellos aparece marcada la
huella inteligente de Ortelio Urrecheaga, porque él era miembro de la familia
poseedora de la tipografía donde se editaban esos voceros, y laboraba junto a
su padre don Isaac y sus hermanos Luis y Venancio, quijotes de aquella empresa
en esa luminosa década trujillana entre los años cincuenta y sesenta, tal vez
la más grandiosa de nuestra historia citadina, o una de las más, porque en la
precedente, cuando estuvieron aquí Numa Quevedo y Luis Beltrán Guerrero también
afloró mucho la capacidad intelectual de los trujillanos, integrada por
ciudadanos que juntaron su inteligencia para dar nombradía cultural a la ciudad
y al estado.
Larga y fecunda debemos hacer entre
todos la biografía de Ortelio Urrecheaga para convertirla en una lección moral
de este tiempo difícil y dramático que estamos viviendo, en que los valores se
están perdiendo, y no hay interés absoluto por los hechos de la historia local;
en que hemos perdido el respeto social y pareciera que el atosigamiento de
formas extrañas de conducta y de acción estuviesen vulnerando a todos, con
mucha mayor intensidad a nuestros niños y jóvenes.
UNA PAREJA EN APOTEOSIS
Desde
aquellos años lejanos, entrado largamente el tiempo en los anales del espacio
natal, cuando la vida parroquial y la de un poquito más allá, aparecía dimensionada
por el contacto familiar y social en un solo lenguaje y en un solo ámbito entre
la hogareñidad y la amistad, esta pareja de jóvenes activos, educador y
comunicador él, trabajadora secretarial ella; ambos sujetos de cultura en la
categoría social viviente, animaron una naciente familia hecha paulatinamente
grupo progresivo por la llegada de los hijos y de las hijas; unción de fe por
la religiosidad que se practicaba y que jamás dejó de practicarse en
el interior, y de una cultura adquirida no tanto por los rasgos del saber sino
de los ancestros. Trujillo, la pequeña ciudad visualizada en el también pequeño
valle, dejó ver la nueva imagen de una pareja convertida en hogar, en centro
atado para una vida en unión. Y así fue por espacio de más de medio siglo, con
llenura de amor y comprensión, que ambos valores crean signos
conformadores de nuestra historia parroquial por la trayectoria de vida de los
que aquí han sabido vivir una vida meritoria.
Hay muchas maneras de hacer una cultura
en la ciudad. Desde la misma esencia histórica esto puede percibirse en el
entorno. De muy diversas formas se han venido produciendo fuentes y anales de
cultura entre nosotros. Los valores integrales, los que provienen como una
buena fluencia desde el interior de grupos familiares, han resultado una
fortaleza espiritual entre nosotros, una nutrición como camino y forma de
conducirse de muchos. Tales actividades espirituales subyacentes afloran en el
momento en que se quiere argumentar una historia de vida y ayuda grandemente en
su construcción. Así Ortelio y Myriam modelaron una sobresaliente acción
hogareña por medio de la totalidad viviente de una biografía compartida sin
lapsos ni interrupciones. El hilo conductor de una causa matrimonial jurada
para siempre se convirtió en grueso tejido hogareño que cubrió en
plenitud a los suyos, hasta que el designio de Dios, la
llamada, rompió aquel lazo con la muerte de Ortelio, y vino
la separación perentoria hasta ahora, cuando Dios llamó a Myriam y
propició el reencuentro y la unión definitiva en el gozo del Cielo
para estos esposos que en la tierra fueron conciencia y dignidad,
cultivadores de una vida sana, por lo que desde ahora gozan de ese
premio definitivo: el acceso a la inmortalidad en el paraíso inmaculado
La creación de una familia como un bien
social es una consecuencia natural de vidas matrimoniales que se comportan
bien, que actúan ajustadas a códigos morales enseñados y practicadas con los
suyos y con los demás; padres que aman a sus hijos y viceversa; padres e
hijos que aman a los otros y los tratan en amistad y en solidaridad. Estos
hilos conductuales están como animación en este grupo familiar, Ortelio, Myriam
y su descendencia estructuraron una familia muy bien fortalecida con
irradiaciones del nombre en el cuerpo social de nuestra ciudad y otros
horizontes. La familia originó esta herencia que queda para mantenerla viva y
seguirla nombrando por lo que en los hijos y en los hijos de los
hijos siguen viviendo los padres como vemos sucede en este caso.
De Ortelio
podemos decir que fue un ciudadano integro, formado, sabio y culto. Pudo ir más
allá en sus aportaciones a la sociedad, pero se fijó a su ciudad natal y la
sirvió con creces. Reconocido como intelectual, eso fue su trabajo. Educador a
carta cabal, comunicador radial y de la prensa escrita. Su intelectualidad la
puso también al servicio de la judicatura. Por eso, los que solemos mirar
prensa escrita local vieja, descubrimos su nombre con asiduidad en diferentes
formatos serviciales en instituciones socioculturales de la ciudad.
De
Miryam se destacó siempre la presencia de una mujer totalmente bella en forma y
en espíritu. Aunque sale resaltarle el espíritu activado como núcleo de su
grupo familiar de padres y hermanos; de esposo e hijos y nietos. Centro de un
hogar luminoso alrededor de ella en la perdurabilidad del amor y del
cariño. Fue y es luz conductora que no permitirá jamás la penumbra ni la sombra
entre los suyos, porque supo ser madre, y las madres así lo siguen siendo cuando
mueren porque se nombran siempre como si estuvieran vivas en la cotidianidad de
la casa.
El tiempo
florece perdurable cuando hay amor. Y aquí lo hubo. Un tiempo hogareño
compartido por más de cincuenta años hace una huella profunda, tiene que
haberla hecho. Las huellas de los padres están siempre vivas. Sobre los surcos
de esas huellas memorables hay que seguir caminando siempre, en rectitud y sin
desviaciones.
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