Página de Historia Regional

lunes, 15 de diciembre de 2014

Pascuas en Trujillo (y II)

EL PESEBRE DE SAN JACINTO PATRIMONIO RELIGIOSO CULTURAL TANGIBLE

Alí Medina Machado

A María Barroeta, sanjacinteña de siempre

I. UN ACTO RELIGIOSO TRASCENDENTE

El Pesebre Navideño es una muy vieja costumbre y tradición cristiana que se pierde ya en la inmemoralidad del tiempo. Lo bíblico dice: “Y ocurrió que mientras estaba allí se cumplieron los días para el alumbramiento de ella, y dio a luz a su hijo, y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre. Era el 25 de diciembre del año 748 de la fundación de Roma y 6 antes de nuestra era, reinaba en Judea Herodes el grande y en toda la tierra conocida Octavio Augusto César. Era el centro y la plenitud de todos los tiempos”. Y luego narra: "Afueras de Belén, pastizales de Betsaut atraídos bajo la escarcha de luna invierno. Hierba fría y tímido verdor…” Así cuenta la tradición.

         Y en la tradición venezolana, el Pesebre o Nacimiento, como se le llama también, símbolo casero desde las más viejas familias, como celebración del advenimiento del Niño Jesús. El Pesebre, prevaleciendo siempre sobre todos otros símbolos extraños que la modernidad ha querido imponer, sin que hasta ahora logren en verdad desplazarlo. El Pesebre o Nacimiento: clásico monumento de amor, de gracia, de verdad espiritual, que por esta fecha “descubre su ingenua composición: en primer término, el Sacro Niño en su nicho de paja; luego San José  con su vara florida y la Virgen  inclinada sobre el rostro de su hijos, como parte central del cuadro elaborado, de mil maneras y de mil también presencias. Y en otro espacio “se ven los Reyes Magos sobre sus camellos, seguidos por fastuosa comitiva, o bien prosternados ante  el Niño, en actitud de adoración y ofrenda”. Y luego… “aquí y allá, esparcidos profusamente, con menor  o mayor abundancia, según los casos, pastores cargados de presentes; conductores de rebaños incluso, cuyas ovejas, de modo milagroso, intuyen el prodigio, y como criaturas con uso de razón, pugnan por rendir también vasallaje…”

         Así, el aguinaldo tradicional, dice: “Vamos a Belén /donde hay maravillas/ a ver las ovejas/ caer de rodillas.

         En su acepción sígnica deviene en una simbolización pedagógica sensibilizada que enseña humildad y desprendimiento, si vemos que ese Pesebre latino es una especie de cajón donde duermen las bestias, o sitio destinado para tal fin (DRAE), los que nos infiere de donde proviene esa enseñanza cristiana que lleva siempre a una ascendencia en nuestra condición humana, una elevación despertadora de condición  formativa, pues no desmerita para nada, sino al contrario acrecienta un ánimo de conseguir condiciones sociales de valores, personalidad y ciudadanía, aun a pesar de haber tenido un origen  familiar muy humilde, como singulariza la lección del Pesebre que cuenta en su imagen total el acto histórico de aquel nacimiento.

La tradición del Pesebre entre nosotros, cuentan los cronistas, es an¬tigua, proviene desde la misma llegada del español a nuestra tierra, quienes trajeron consigo y las fueron imponiendo progresivamente, sus formas de vida, sus maneras culturales  y sus actos religiosos cristianos. Una de esas manifestaciones fue la del Pesebre, en tiempos decembrinos pascuales. Manuel Felipe Rugeles, folclorista tachirense refiere que"...fueron los padres franciscanos y agustinos quienes enseñaron, desde los primeros días de la Colonia, "a celebrar con júbilo la noche de la Natividad de Cristo, a erigir en los altares de sus conventos los tradicionales pesebres y a utilizar las raigas de pino, los   mugos y la yedra de los campos y hasta las rocas naturales para configurarlos". Y así, entendida en el tiempo aquella práctica por los confines venezolanos que iban apareciendo en el nuevo mapa colonial: en el oriente, en occidente, en el centro   del país, el pesebre en diciembre con sus particularidades regionales y locales precisas, pues sabemos la influencia que aportan los  localismos a la conducta y las prácticas humanas.

En nuestra provincia trujillana, entonces, desde la colonia también, desde la llegada de los clérigos españoles a mediados del siglo XVI, franciscanos y dominicos a los conventos de la ciudad que se iba armando urbanamente, y luego las monjas clarisas, dominicas del Regina Angelorum. Ellos y ellas fueron los que iniciaron por tiempos pascuales la edificación de aquellos vistosos y hermosos pesebres que en el tiempo histórico no son más que un patrimonio intangible subyacente, una memoria no olvidada ni dejada de practicar con constituyentes igualados a los originarios, tal el caso de los personajes humanos, como el Niño, La Virgen, San José, los Pastores, los Reyes...Y los animales: ‘la mula, el buey, las ovejas, pervivientes todos. Aunque  pudiera ser, tal anota la cronística, que "Actualmente aparecen pesebres electrificados, porque los tiempos cambian y hay que echar mano de cuantos recursos depara la moderna tecnología para hacer más atractivo el espectáculo."

En el proceso histórico vivido, a medida que se iban constituyendo las ciudades y los pueblos, por tiempos decembrinos, debió extenderse asimismo la tradición del pesebre o nacimiento, constituyéndose este referente cultural popular cristiano que se ha mantenido incólume por los siglos hasta hoy, cuando podemos verlos como cuadros familiares y comunitarios multiformales y con significancias polisémicas. Así, modelizado uno por el folclorista Rafael Olivares Figueroa en minuciosa descripción: "Distribuidos por valles, lomas, cerros y llanuras, se ven caseríos, ventas molinos, y aun castillos y grupos de menestrales que caminan o se dedican a sus respectivos oficios de leñadores, queseros, tejedores, etc., sin que falten las lavanderas que sacan el cubo del aljibe, o bien restriegan o tuercen sus paños a orillas de los ríos de espejo y   musgos relucientes, saltos de agua y lagunas, decoradas con aves y  barquichuelos."

En nuestra entidad regional, diversos autores han recogido en una cronística diversa en tiempos y lugares, la literatura regresiva atinente al existencial de los pesebres, por lo que  vemos su fisonomía localista en la escritura de autores como Juan P. Bustillos, Antonio Pérez Carmona, José María Baptista, Rafael Benito Perdomo, Noel Araujo, S. Joaquín Delgado y otros, cuyas palabras literarias también recogieron en hermosos cuadros cromáticos y afectivos, lo comunicado por el simbolismo del pesebre, como reproductor de sentido de creencias y prácticas muy acentuados en conglomerados familiares comunitarios.  

Tomamos como referente al último de los cronistas nombrados quien nostálgicamente  subjetiviza aquellos tiempos pascuales al afirmar que desde   muy niño demostró sentimientos místicos por las cosas del Niño de Belén. "Recuerdo, escribe Delgado, que en el camino de las antiguas Araujas de Trujillo. (El antiguo Villorio- hoy convertido en popular barriada simpática) existía allí una casa que ostentaba en gruesas letras el nombre de Belén". El texto hace referencia a la "humilde aldea de palestina, donde se originó el cuadro histórico.” Y en la mitad de la página rememorativa, luego de espaciar  tiempos y recuerdos, anima que, "quizás aquella gente humilde que hizo grabar el nombre de Belén a su casa, no pensó siquiera que yo como niño, atento y observador, pudiera recordar hoy vivamente aquella otra, (...) o que por lo menos llegara a pensar en el sitio sagrado donde Jesús vino al mundo entre pajas, y animales domésticos."

En comentario en mi libro "Pascuas en Trujillo", que hago de  Juan P. Bustillos, sobre una crónica, suya-de 1896, hago notar, entre otros aspectos, lo que dice sobre el pesebre, ,y cito: “Dentro del recinto de la población  y sus suburbios inmediatos, hubo muchos pesebres., unos ricos y elegantes en variados objetos de porcelana, metal y madera, plateados, dorados., flores naturales y artificiales, ramos de plantas silvestres y particularidades artísticas extranjeras y del país; y otros, si modestos, construidos con refinado gusto. Más  luego, asienta Bustillos: “Desde el 24 de diciembre hasta el 6 de enero, la gente vagaba sin cesar por calles y caminos, contenta y animada, visitando al Niño y recreando la vista." Es decir, el acto ritual armado en todas partes como factor de creencia y praxis cultural espiritual, la capacidad creadora de una población un tanto disímil aunque animosa por igual en un compartir social si se hubiese hecho un pesebre total por la unificación de esa cultura participativa de una idea común plastificada a través de tantas pequeñas obras hogareñas individuales.

         Ya en tiempos de la modernidad, la persistencia cultural animada en cada diciembre por gente dispuesta a mantener la tradición; a reconstruir aquella realidad familiar proveniente de tiempos ancestrales, la realidad sobre el pequeño mundo de cientos de belenes concretos disponibles a la observación privada y colectiva:  el permiso para visitarlo y las gracias por permitir visitarlos: las dos frases tradicionales: “Un permisito para ver el pesebre”, y luego: “Muy bonito está  el pesebre”, como se estiló el comportamiento humano, más que todo de jóvenes en compañía andantes noche tras noche por las oscurecidas calles de los barrios en la costumbre ya fenecida de visitar los pesebres.

II. EL PESEBRE DE SAN JACINTO

El Pesebre de la Iglesia Colonial de San Jacinto, Parroquia Monseñor Carrillo del Municipio Trujillo, es un monumento de carácter cultural religioso que se anualiza en los tiempos decembrinos en la ciudad de Trujillo. Pertenece entonces al arte religioso y tiene una profunda connotación de fe y de creencia entre los trujillanos y los miles de turistas y personas que lo visitan en su exposición, en toda la dimensión del altar mayor de la histórica iglesia parroquial.

Este Pesebre, en sus ancestros, como pieza intangible, ha perdurado en los siglos, porque nada es más natural en la práctica religiosa cristiana católica que crear o recrear, en este caso, el retablo o pesebre en que nació el Niño Dios, nuestro Redentor, como lo cuenta el relato bíblico en sus pormenores. Los primeros pesebres fueron hechuras de la iglesia en todos los países católicos y en todos los templos del catolicismo. El primer pesebre o primer templo entonces, tuvo que haber sido aquel humilde lecho de paja en el que un 25 de diciembre nació el que sería El Salvador del Mundo.

En Trujillo, ciudad católica y mariana por antonomasia; ciudad de templos y conventos, desde sus mismos tiempos coloniales, la devoción por la hechura del pesebre deviene como una hermosa práctica desde los primeros momentos. A la ciudad vinieron congregaciones religiosas y sacerdotes. Y al nomás establecerse en este valle de los Mukas, desde el primer templo levantado, en aquel primer diciembre perdido en la lejanía de los años y de los siglos, allí, el oficio del sacerdote católico y la fe de los pocos pobladores seguramente, se dieron la mano para la fabricación del pesebre, además de que era una tradición que venía con ellos desde España. Lo mismo las imágenes del cuadro, cuya suma inicial ha sido desde siempre: el Niño, la Virgen San José, los Reyes Magos, los Pastores y el grupo de animales domésticos que cierran el cuadro del paisaje sacro en el establo rudimentario también de muchos valores y enseñanzas.

Así ha sido nuestra tradición, según narran los historiadores y los cronistas. En toda su historia, la ciudad se ha llenado de pesebres en todos sus diciembres, unos urbanos y otros rurales, pero todos hechos con amor y fidelidad a los mandatos espirituales y morales de la santa religión.

En la década de los años cincuenta del siglo XX, desde los primeros años, 1951, 1952, llegaron a Trujillo un pequeño grupo de sacerdotes pertenecientes a la Congregación Dominica de Santo Domingo de Guzmán. Venían de España a fundar un colegio privado católico en la ciudad. Entre el grupo; los padres dominicos: Mariano Martín, Gonzalo, Alonso, Mancebo, Patiño, Ortega, García. Y entre ellos sobresalía Fray Juan Francisco Hernández, llamado familiarmente “El Padre Canario”, por ser originario de las Islas Canarias-España. Con este sacerdote comenzó la historia de este Pesebre; del Pesebre trujillano como obra de arte, por su realización como cuadro o estampa de profundos contenidos en su realización total. El Padre Hernández se sumó desde el primer momento a la vida social y familiar de la ciudad. Y se vio desde entonces su activismo pastoral en los barrios, en la Radio Trujillo, y en hogares específicos que le abrieron sus puertas y lo recibieron con mucho cariño, porque conocían su propósito de servir totalmente a Trujillo, como efectivamente lo sirvió por espacio de más de cuarenta años, desde entonces.

Hizo el padre Hernández las casas de una urbanización en Santa Rosa. Hizo una programación radial “Emisión Gracia Plena”, de mucho contenido religioso; hizo trabajos artísticos de montajes teatrales en institutos como el Colegio Santa Ana y el mismo Colegio Francisco de Vitoria o Colegio de los Padres, como se llamó popularmente. En esos espacios se desbordó su capacidad creativa a través del teatro y de las artes plásticas, destacando el buen gusto de sus realizaciones, pues se había preparado para ello. Trujillo comenzó a sentir la obra del “Padre Canario”.

El padre comenzó a descubrir la inmensa idiosincrasia de los trujillanos. Y hubo familias que se convirtieron en su propia familia, por el grado de amistad naciente y fortificada en poco tiempo. Una de aquellas puertas abiertas al padre fue la de la familia Rosario Tavera, en la calle Bolívar, parte alta de la ciudad, en la cercanía de la Placita del Carmen. En ese hogar de valores cristianos está el génesis de lo que sería más tarde el Pesebre de San Jacinto, porque por diciembre en varios años, el padre Hernández en esa casa edificó el pesebre, no con el tamaño heroico con que años después hizo el de San Jacinto, pero si con los mismos componentes artístico-religiosos, las formas y el imaginario, el contexto gráfico que luego, en una dimensión grandiosa y perfeccionada con los años se vio plasmado en el Pesebre de San Jacinto, que lo comenzó a hacer con ánimos de perdurabilidad, desde 1958, cuando llegó al todavía lugar bucólico, en condición de Párroco.

Desde siempre, el pesebre de San Jacinto fue y es una obra de arte. Pero podemos decir que se perfeccionaba con el tiempo. Y el Padre Hernández consciente y feliz por su obra, se esmeraba en hacerlo mejor cada año, más vistoso y glorioso en búsqueda no sólo de cumplir con el ritual, sino de magnificar el significado religioso de aquel hecho de la Iglesia, manifestado en tan hermosa pieza de arte, entre lo propiamente plástico y la artesanía, por el imaginario, por el cromatismo, por los volúmenes y por la densidad afectiva desprendida de su entorno total.

El Pesebre de la Iglesia de San Jacinto ha sido en este largo tiempo, una oración devota por el Niño Jesús, una revelación de amor por sus hacedores, por ese grueso grupo familiar parroquial hermanado, teniendo como centro director al padre Hernández. Es el devocionario de hombres y mujeres participativos; nombres y apellidos familiares del lugar, todos a una poniendo sus ideas y sus manos en una construcción impecable y trascendente; efímera si, e interrumpida por la necesidad de desarmar el monumento; pero quedada todo el resto del año como un imaginario subyacente en la moral social pueblerina.

Hoy es un patrimonio cultural religioso de la ciudad de Trujillo. Así lo cataloga el colectivo social. Es también una obra patrimonial de nuestra Iglesia Católica. Es, a su vez, una herencia espiritual dejada a los trujillanos por aquel inolvidable sacerdote llamado Juan Francisco Hernández, que llegó un día a Trujillo y se hizo trujillano para el buen servicio, aquel que emerge de los valores humanos, desde la belleza del alma bien nacida.

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