Página de Historia Regional

lunes, 15 de diciembre de 2014

Pascuas en Trujillo (y II)

EL PESEBRE DE SAN JACINTO PATRIMONIO RELIGIOSO CULTURAL TANGIBLE

Alí Medina Machado

A María Barroeta, sanjacinteña de siempre

I. UN ACTO RELIGIOSO TRASCENDENTE

El Pesebre Navideño es una muy vieja costumbre y tradición cristiana que se pierde ya en la inmemoralidad del tiempo. Lo bíblico dice: “Y ocurrió que mientras estaba allí se cumplieron los días para el alumbramiento de ella, y dio a luz a su hijo, y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre. Era el 25 de diciembre del año 748 de la fundación de Roma y 6 antes de nuestra era, reinaba en Judea Herodes el grande y en toda la tierra conocida Octavio Augusto César. Era el centro y la plenitud de todos los tiempos”. Y luego narra: "Afueras de Belén, pastizales de Betsaut atraídos bajo la escarcha de luna invierno. Hierba fría y tímido verdor…” Así cuenta la tradición.

         Y en la tradición venezolana, el Pesebre o Nacimiento, como se le llama también, símbolo casero desde las más viejas familias, como celebración del advenimiento del Niño Jesús. El Pesebre, prevaleciendo siempre sobre todos otros símbolos extraños que la modernidad ha querido imponer, sin que hasta ahora logren en verdad desplazarlo. El Pesebre o Nacimiento: clásico monumento de amor, de gracia, de verdad espiritual, que por esta fecha “descubre su ingenua composición: en primer término, el Sacro Niño en su nicho de paja; luego San José  con su vara florida y la Virgen  inclinada sobre el rostro de su hijos, como parte central del cuadro elaborado, de mil maneras y de mil también presencias. Y en otro espacio “se ven los Reyes Magos sobre sus camellos, seguidos por fastuosa comitiva, o bien prosternados ante  el Niño, en actitud de adoración y ofrenda”. Y luego… “aquí y allá, esparcidos profusamente, con menor  o mayor abundancia, según los casos, pastores cargados de presentes; conductores de rebaños incluso, cuyas ovejas, de modo milagroso, intuyen el prodigio, y como criaturas con uso de razón, pugnan por rendir también vasallaje…”

         Así, el aguinaldo tradicional, dice: “Vamos a Belén /donde hay maravillas/ a ver las ovejas/ caer de rodillas.

         En su acepción sígnica deviene en una simbolización pedagógica sensibilizada que enseña humildad y desprendimiento, si vemos que ese Pesebre latino es una especie de cajón donde duermen las bestias, o sitio destinado para tal fin (DRAE), los que nos infiere de donde proviene esa enseñanza cristiana que lleva siempre a una ascendencia en nuestra condición humana, una elevación despertadora de condición  formativa, pues no desmerita para nada, sino al contrario acrecienta un ánimo de conseguir condiciones sociales de valores, personalidad y ciudadanía, aun a pesar de haber tenido un origen  familiar muy humilde, como singulariza la lección del Pesebre que cuenta en su imagen total el acto histórico de aquel nacimiento.

La tradición del Pesebre entre nosotros, cuentan los cronistas, es an¬tigua, proviene desde la misma llegada del español a nuestra tierra, quienes trajeron consigo y las fueron imponiendo progresivamente, sus formas de vida, sus maneras culturales  y sus actos religiosos cristianos. Una de esas manifestaciones fue la del Pesebre, en tiempos decembrinos pascuales. Manuel Felipe Rugeles, folclorista tachirense refiere que"...fueron los padres franciscanos y agustinos quienes enseñaron, desde los primeros días de la Colonia, "a celebrar con júbilo la noche de la Natividad de Cristo, a erigir en los altares de sus conventos los tradicionales pesebres y a utilizar las raigas de pino, los   mugos y la yedra de los campos y hasta las rocas naturales para configurarlos". Y así, entendida en el tiempo aquella práctica por los confines venezolanos que iban apareciendo en el nuevo mapa colonial: en el oriente, en occidente, en el centro   del país, el pesebre en diciembre con sus particularidades regionales y locales precisas, pues sabemos la influencia que aportan los  localismos a la conducta y las prácticas humanas.

En nuestra provincia trujillana, entonces, desde la colonia también, desde la llegada de los clérigos españoles a mediados del siglo XVI, franciscanos y dominicos a los conventos de la ciudad que se iba armando urbanamente, y luego las monjas clarisas, dominicas del Regina Angelorum. Ellos y ellas fueron los que iniciaron por tiempos pascuales la edificación de aquellos vistosos y hermosos pesebres que en el tiempo histórico no son más que un patrimonio intangible subyacente, una memoria no olvidada ni dejada de practicar con constituyentes igualados a los originarios, tal el caso de los personajes humanos, como el Niño, La Virgen, San José, los Pastores, los Reyes...Y los animales: ‘la mula, el buey, las ovejas, pervivientes todos. Aunque  pudiera ser, tal anota la cronística, que "Actualmente aparecen pesebres electrificados, porque los tiempos cambian y hay que echar mano de cuantos recursos depara la moderna tecnología para hacer más atractivo el espectáculo."

En el proceso histórico vivido, a medida que se iban constituyendo las ciudades y los pueblos, por tiempos decembrinos, debió extenderse asimismo la tradición del pesebre o nacimiento, constituyéndose este referente cultural popular cristiano que se ha mantenido incólume por los siglos hasta hoy, cuando podemos verlos como cuadros familiares y comunitarios multiformales y con significancias polisémicas. Así, modelizado uno por el folclorista Rafael Olivares Figueroa en minuciosa descripción: "Distribuidos por valles, lomas, cerros y llanuras, se ven caseríos, ventas molinos, y aun castillos y grupos de menestrales que caminan o se dedican a sus respectivos oficios de leñadores, queseros, tejedores, etc., sin que falten las lavanderas que sacan el cubo del aljibe, o bien restriegan o tuercen sus paños a orillas de los ríos de espejo y   musgos relucientes, saltos de agua y lagunas, decoradas con aves y  barquichuelos."

En nuestra entidad regional, diversos autores han recogido en una cronística diversa en tiempos y lugares, la literatura regresiva atinente al existencial de los pesebres, por lo que  vemos su fisonomía localista en la escritura de autores como Juan P. Bustillos, Antonio Pérez Carmona, José María Baptista, Rafael Benito Perdomo, Noel Araujo, S. Joaquín Delgado y otros, cuyas palabras literarias también recogieron en hermosos cuadros cromáticos y afectivos, lo comunicado por el simbolismo del pesebre, como reproductor de sentido de creencias y prácticas muy acentuados en conglomerados familiares comunitarios.  

Tomamos como referente al último de los cronistas nombrados quien nostálgicamente  subjetiviza aquellos tiempos pascuales al afirmar que desde   muy niño demostró sentimientos místicos por las cosas del Niño de Belén. "Recuerdo, escribe Delgado, que en el camino de las antiguas Araujas de Trujillo. (El antiguo Villorio- hoy convertido en popular barriada simpática) existía allí una casa que ostentaba en gruesas letras el nombre de Belén". El texto hace referencia a la "humilde aldea de palestina, donde se originó el cuadro histórico.” Y en la mitad de la página rememorativa, luego de espaciar  tiempos y recuerdos, anima que, "quizás aquella gente humilde que hizo grabar el nombre de Belén a su casa, no pensó siquiera que yo como niño, atento y observador, pudiera recordar hoy vivamente aquella otra, (...) o que por lo menos llegara a pensar en el sitio sagrado donde Jesús vino al mundo entre pajas, y animales domésticos."

En comentario en mi libro "Pascuas en Trujillo", que hago de  Juan P. Bustillos, sobre una crónica, suya-de 1896, hago notar, entre otros aspectos, lo que dice sobre el pesebre, ,y cito: “Dentro del recinto de la población  y sus suburbios inmediatos, hubo muchos pesebres., unos ricos y elegantes en variados objetos de porcelana, metal y madera, plateados, dorados., flores naturales y artificiales, ramos de plantas silvestres y particularidades artísticas extranjeras y del país; y otros, si modestos, construidos con refinado gusto. Más  luego, asienta Bustillos: “Desde el 24 de diciembre hasta el 6 de enero, la gente vagaba sin cesar por calles y caminos, contenta y animada, visitando al Niño y recreando la vista." Es decir, el acto ritual armado en todas partes como factor de creencia y praxis cultural espiritual, la capacidad creadora de una población un tanto disímil aunque animosa por igual en un compartir social si se hubiese hecho un pesebre total por la unificación de esa cultura participativa de una idea común plastificada a través de tantas pequeñas obras hogareñas individuales.

         Ya en tiempos de la modernidad, la persistencia cultural animada en cada diciembre por gente dispuesta a mantener la tradición; a reconstruir aquella realidad familiar proveniente de tiempos ancestrales, la realidad sobre el pequeño mundo de cientos de belenes concretos disponibles a la observación privada y colectiva:  el permiso para visitarlo y las gracias por permitir visitarlos: las dos frases tradicionales: “Un permisito para ver el pesebre”, y luego: “Muy bonito está  el pesebre”, como se estiló el comportamiento humano, más que todo de jóvenes en compañía andantes noche tras noche por las oscurecidas calles de los barrios en la costumbre ya fenecida de visitar los pesebres.

II. EL PESEBRE DE SAN JACINTO

El Pesebre de la Iglesia Colonial de San Jacinto, Parroquia Monseñor Carrillo del Municipio Trujillo, es un monumento de carácter cultural religioso que se anualiza en los tiempos decembrinos en la ciudad de Trujillo. Pertenece entonces al arte religioso y tiene una profunda connotación de fe y de creencia entre los trujillanos y los miles de turistas y personas que lo visitan en su exposición, en toda la dimensión del altar mayor de la histórica iglesia parroquial.

Este Pesebre, en sus ancestros, como pieza intangible, ha perdurado en los siglos, porque nada es más natural en la práctica religiosa cristiana católica que crear o recrear, en este caso, el retablo o pesebre en que nació el Niño Dios, nuestro Redentor, como lo cuenta el relato bíblico en sus pormenores. Los primeros pesebres fueron hechuras de la iglesia en todos los países católicos y en todos los templos del catolicismo. El primer pesebre o primer templo entonces, tuvo que haber sido aquel humilde lecho de paja en el que un 25 de diciembre nació el que sería El Salvador del Mundo.

En Trujillo, ciudad católica y mariana por antonomasia; ciudad de templos y conventos, desde sus mismos tiempos coloniales, la devoción por la hechura del pesebre deviene como una hermosa práctica desde los primeros momentos. A la ciudad vinieron congregaciones religiosas y sacerdotes. Y al nomás establecerse en este valle de los Mukas, desde el primer templo levantado, en aquel primer diciembre perdido en la lejanía de los años y de los siglos, allí, el oficio del sacerdote católico y la fe de los pocos pobladores seguramente, se dieron la mano para la fabricación del pesebre, además de que era una tradición que venía con ellos desde España. Lo mismo las imágenes del cuadro, cuya suma inicial ha sido desde siempre: el Niño, la Virgen San José, los Reyes Magos, los Pastores y el grupo de animales domésticos que cierran el cuadro del paisaje sacro en el establo rudimentario también de muchos valores y enseñanzas.

Así ha sido nuestra tradición, según narran los historiadores y los cronistas. En toda su historia, la ciudad se ha llenado de pesebres en todos sus diciembres, unos urbanos y otros rurales, pero todos hechos con amor y fidelidad a los mandatos espirituales y morales de la santa religión.

En la década de los años cincuenta del siglo XX, desde los primeros años, 1951, 1952, llegaron a Trujillo un pequeño grupo de sacerdotes pertenecientes a la Congregación Dominica de Santo Domingo de Guzmán. Venían de España a fundar un colegio privado católico en la ciudad. Entre el grupo; los padres dominicos: Mariano Martín, Gonzalo, Alonso, Mancebo, Patiño, Ortega, García. Y entre ellos sobresalía Fray Juan Francisco Hernández, llamado familiarmente “El Padre Canario”, por ser originario de las Islas Canarias-España. Con este sacerdote comenzó la historia de este Pesebre; del Pesebre trujillano como obra de arte, por su realización como cuadro o estampa de profundos contenidos en su realización total. El Padre Hernández se sumó desde el primer momento a la vida social y familiar de la ciudad. Y se vio desde entonces su activismo pastoral en los barrios, en la Radio Trujillo, y en hogares específicos que le abrieron sus puertas y lo recibieron con mucho cariño, porque conocían su propósito de servir totalmente a Trujillo, como efectivamente lo sirvió por espacio de más de cuarenta años, desde entonces.

Hizo el padre Hernández las casas de una urbanización en Santa Rosa. Hizo una programación radial “Emisión Gracia Plena”, de mucho contenido religioso; hizo trabajos artísticos de montajes teatrales en institutos como el Colegio Santa Ana y el mismo Colegio Francisco de Vitoria o Colegio de los Padres, como se llamó popularmente. En esos espacios se desbordó su capacidad creativa a través del teatro y de las artes plásticas, destacando el buen gusto de sus realizaciones, pues se había preparado para ello. Trujillo comenzó a sentir la obra del “Padre Canario”.

El padre comenzó a descubrir la inmensa idiosincrasia de los trujillanos. Y hubo familias que se convirtieron en su propia familia, por el grado de amistad naciente y fortificada en poco tiempo. Una de aquellas puertas abiertas al padre fue la de la familia Rosario Tavera, en la calle Bolívar, parte alta de la ciudad, en la cercanía de la Placita del Carmen. En ese hogar de valores cristianos está el génesis de lo que sería más tarde el Pesebre de San Jacinto, porque por diciembre en varios años, el padre Hernández en esa casa edificó el pesebre, no con el tamaño heroico con que años después hizo el de San Jacinto, pero si con los mismos componentes artístico-religiosos, las formas y el imaginario, el contexto gráfico que luego, en una dimensión grandiosa y perfeccionada con los años se vio plasmado en el Pesebre de San Jacinto, que lo comenzó a hacer con ánimos de perdurabilidad, desde 1958, cuando llegó al todavía lugar bucólico, en condición de Párroco.

Desde siempre, el pesebre de San Jacinto fue y es una obra de arte. Pero podemos decir que se perfeccionaba con el tiempo. Y el Padre Hernández consciente y feliz por su obra, se esmeraba en hacerlo mejor cada año, más vistoso y glorioso en búsqueda no sólo de cumplir con el ritual, sino de magnificar el significado religioso de aquel hecho de la Iglesia, manifestado en tan hermosa pieza de arte, entre lo propiamente plástico y la artesanía, por el imaginario, por el cromatismo, por los volúmenes y por la densidad afectiva desprendida de su entorno total.

El Pesebre de la Iglesia de San Jacinto ha sido en este largo tiempo, una oración devota por el Niño Jesús, una revelación de amor por sus hacedores, por ese grueso grupo familiar parroquial hermanado, teniendo como centro director al padre Hernández. Es el devocionario de hombres y mujeres participativos; nombres y apellidos familiares del lugar, todos a una poniendo sus ideas y sus manos en una construcción impecable y trascendente; efímera si, e interrumpida por la necesidad de desarmar el monumento; pero quedada todo el resto del año como un imaginario subyacente en la moral social pueblerina.

Hoy es un patrimonio cultural religioso de la ciudad de Trujillo. Así lo cataloga el colectivo social. Es también una obra patrimonial de nuestra Iglesia Católica. Es, a su vez, una herencia espiritual dejada a los trujillanos por aquel inolvidable sacerdote llamado Juan Francisco Hernández, que llegó un día a Trujillo y se hizo trujillano para el buen servicio, aquel que emerge de los valores humanos, desde la belleza del alma bien nacida.

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jueves, 4 de diciembre de 2014

Pascuas en Trujillo (I)

Exordio

La Navidad, infinita posibilidad para la espiritualidad y la religiosidad. Sobre ella aparecen códices dados por la fecundidad de los autores. Se hace luz por la palabra. También historia y literatura. Sus hechos quedan así detenidos. Y el tiempo los devuelve en discursos e imágenes que hablan de sus fundaciones y de sus pormenores. La Navidad, por la hechura de los escritores revela muchos de sus misterios fecundados. Sus laberintos son descubiertos, igual que sus augurios. Cada quien narra lo que desea narrar sobre ella. Sus signos son reveladores. Su voz antigua es traída una vez más hasta nosotros. Se desnuda de amor la palabra. Hoy, una vez más, tomamos la palabra escrita para mostrarla y decir cosas sobre la navidad.

UN MURAL DECEMBRINO

Tiempo hermoso éste en que reaparece en nuestro lar natal el espíritu de la Navidad. La estampación celeste sería tal vez propicia para llenarnos de sol y de alegría. Pero tal, apareciendo el astro rey, habría entonces la larga y extensa floración en nuestros cerros aledaños que se pueblan tradicionalmente de florecitas amarillas y moradas, las dos representaciones vegetales que, como alfombra natural, cubren el manto decembrino de nuestro amado terrón trujillano.

La música epocal es la antesala natural de esta Navidad que llega apresurada para traernos el amor y la paz que son lenitivos para la larga jornada del año que finaliza. Los días son para celebrarlos todos, pero también debemos rehacer el propósito de trabajar con mayor ahínco y entusiasmo buscando con ello otras edades felices y propicias en el futuro más cercano. Sólo el amor y la paz deben aparecer como signos esperanzadores de una alegre navidad regional. Con un telón de fondo religioso cristiano retomemos nuestra tradicional actitud ante diciembre y hagamos entonces gratos estos días para la elevación de nuestra condición humana en la búsqueda de la hermandad y la convivencia social como conducta emblemática de lo que somos y hemos sido en esta Tierra de la Paz y de María Santísima.

Lo importante es que estamos en el seno de un paisaje que se distingue por la hidalguía y el colorido de su naturaleza. En ninguna parte como en Trujillo la fecha decembrina cubre de alfombras naturales los cerros que circundan la ciudad. Caminamos por las zonas aledañas a la pequeña urbe y descubrimos grandes extensiones cubiertas de flores amarillas como vestimenta de la vegetación arbustiva que tiñe de esplendor la vida natural. Caminamos por nuestros paisajes aledaños y vemos con ojos de alegría el cubrimiento de montes y laderas por una espesa capa vegetal de rojos y morados, tiña que regala la naturaleza a Trujillo para hacerlo lucir más bello y luminoso en esta época propicia al enaltecimiento de la condición humana de nuestra comunidad.

Sólo Trujillo pareciera recibir este regalo de Dios como premio a la bondad de su gente, a la condición trabajadora con que los hijos de este pueblo se entregan en el largo lapso del año que ahora está por concluir. Y es porque Dios está contento de que en Trujillo no se hace otra cosa que no sea servirlo con el trabajo y la oración; con la bondad y la entrega a las cosas del espíritu, a la eficacia y a la utilidad en sus sentidos más plenamente humanos. Y estos pilares que mueven la vida trujillana cobran la recompensa de un diciembre feliz, en el que se enaltecen los valores y la gente participa comunitariamente, como si es que hubiese la necesidad de hacer ese pesebre colectivo en que se transforma la ciudad cargada de luces y adornos para reverenciar y exaltar su fe cristiana en Dios y su significado superior.

Ya nada quiebra la quietud trujillana sino el deseo de celebración de un diciembre feliz, como feliz va a ser sin duda, este lapso pascual que nos anima y reconforta. Ya aparecen día a día los signos navideños en nuestra comunidad. La gente comienza a visualizar cuadros diferentes, más vivos y brillantes. Se adornan los frentes de las casas con los colores más festivos. Y ojalá este año esa fiebre de mejorar los rostros más visibles de las casonas y casitas de la urbe sea una fiebre colectiva para ganancia total de Trujillo.

Por su parte, miembros de las comunidades específicas se organizan, aunque no tanto como antes, para la vestidura luminosa de su calle o urbanización. Se anuncian así las mejores ideas que traen la sana competencia y la participación. Sólo el enunciado de que Trujillo pudiera brillar en este diciembre es signo de alegría social y es la primera esperanza de un fin de año muy feliz, en el que la palabra evangélica debe venir a nosotros para continuar amando la vida y que nos empeñemos en trabajar por Trujillo, por nuestra familia y por nosotros mismos.

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domingo, 26 de octubre de 2014

José Gregorio: vida heroica y santa

 

Por humano y santo uno lo puede llamar solamente por su nombre.  Eso es un prodigio y una bendición, porque no es fácil que a una persona de tal dimensión uno la pueda tutear con toda familiaridad. Pero en el caso de este trujillano si se puede hacer y la gente lo hace con cariño. José Gregorio le decimos y los apostrofamos con la familiaridad que al sujeto hablante le proporciona el tú delante. O mejor, a José Gregorio todos le hablamos de tú, lo tuteamos como si fuese un compañero de nuestra cotidianidad.

Hombre grande, sin duda, ciudadano a plenitud. Con la palabra de J. Martí podemos decir: “Cada vasillo suyo debe ser un vaso de aromas”. Ciertamente, porque su vida es espiritual, de adentro, del alma... Su biografía la sustenta lo espiritual, primordialmente.  Es un cargamento de alma y de mundo interior.  No obstante, su biografía total es todo un signo de grandeza por lo formidable de su existencia, larga y plena, sin desperdicio alguno. Los que no han asimilado su lección de vida lo respetan sin embargo, y reconocen en él una personalidad subyugante, como ciertamente ha habido hombres de toda condición que niegan sus cualidades y aptitudes, niegan su ciencia y su sabiduría, niegan su condición científica, niegan sus virtudes extremas, y hasta libros han escrito y presentado ante los “abogados del diablo”, para oponerse a la causa de su beatificación. José Gregorio no puede ser santo”, dijo un doctor venezolano, alegando que “el médico practicó la virtud, pero no en grado heroico que lo demanda la Iglesia para ser beato”. Y dijo que, “ingresó a la Cartuja de La Farnetta con el nombre de Fray Marcelo, pero la abandonó porque no soportó el rigor de la misma”.  Adujo que el Papa Urbano VIII prohibió el culto público para los postulados a  la santidad”, entre otros argumentos que vinieran a incidir o impedir, en todo caso, la disposición vaticana final de su beatificación.

Si este señor lo hizo desde el punto de vista de su condición de católico practicante, cuando dijo, “en nombre de mi religión que es la católica apostólica y romana yo vengo a discrepar con la ley en la mano de quienes consideran que el doctor Hernández tiene derecho a ser santo”.  Otros, científicos en este caso, han tratado de negarle su condición de científico e investigador.  “No era investigador científico y fue superado brillantemente en este campo por el bachiller Rafael Rangel, discípulo suyo”, dijo quién sabe con qué propósito un relevante hombre de ciencia venezolano.  Lo cierto es que en la conducta humana hay ausencia de límites, porque la libertad de juicio por naturaleza debe ser ejercida en plenitud de opinión y cada quien, alegando razonamientos propios o extraños da rienda suelta a sus pensamientos y emite conceptos para el debate.  Eso está bien. Pero, debo agregar que en estos dos casos, en el primero privaron más bien razones dogmáticas y reaccionarias, hasta de fanatismo en el denunciante, pues en el fondo reconoce todas las virtudes y cualidades posibles en la persona del doctor Hernández.  Y en el segundo, éste un prominente médico, sin duda, recibió el premio bianual “José Gregorio Hernández”, instituido en 1922 por la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela, con la anuencia de la Academia Nacional de Medicina, como tributo imperecedero del mundo médico a quien había descollado en el ejercicio científico y humanístico de la profesión.  Ese premio lo recibió quien negó los méritos científicos y de investigador del doctor Hernández.  ¿Y entonces?...Miremos la calidad del premio, lo recibieron entre otros ilustres venezolanos los doctores Enrique Tejera, Jesús Rafael Risquez, Félix Pifano, David Iriarte, Pablo Izaguirre, Francisco De Venanzi, Marcel Roche, Miguel Layrisse, Antonio Sanabria.  Por cierto, nuestro Pedro Emilio Carrillo recibió Mención Honorífica de este premio en 1946.

Saliéndonos de este tema de discordias en torno a la vida de nuestro Venerable, más bien queremos hacer una semblanza exaltativa de su personalidad, tocando aspectos de su biografía que la calificamos entre lo heroico y lo santo, que ambos pormenores tienen presencia en él como argumentos para considerarlo un personaje resaltante en lo social, por lo que hizo en la sociedad de su tiempo; y lo religioso, si vemos que, como asienta Briceño Iragorry, “el orden hace al hombre”, y Hernández fue un orden total, una sola línea recta regada por los más disímiles horizontes, entrecruzada con la línea vertical que vino a calificarlo como ciudadano paradigmático por ser “modelo de virtud y de bondad útil”

Su biografía es muy larga: va desde el terruño hasta lo nacional y el mundo.  Fue un hombre de su tiempo, no estacionado porque así es muy difícil ampliar una biografía total, sino andante y trashumante por diversos lugares, desde su origen en Isnotú, como sabemos, y de ahí su condición de eterna trujillanía, hasta Caracas, que lo dimensiona grandemente y otros países de América y Europa, donde conoció y asimiló la ciencia con fines médico-científicos, sin dejar de practicar un momento su cosmovisión cristiana de excepción.

“El terruño es la patria del corazón”, dijo Ingenieros, de ahí el simbolismo grandioso que ha tenido Isnotú como punto de origen de lo que fue aquel ser humano, y destino por siempre de lo que es y será su nombre para la venezolanidad.  El terruño natal insuperable por los otros grandes y pequeños momentos de la biografía.  No hay como el origen de la natalidad en la persona.  Pueden venir las grandes glorias de las otras latitudes, pero el terrón está pegado en el corazón.  Pueden glorificarse las hazañas cumplidas en otras geografías, pero ese puntico que dio la primera luz se anida en la conciencia y nada lo borra por más que haya mucha ausencia, o hasta una ausencia definitiva.  Y ejemplos hay por montones, señalamos dos nada más: Jáuregui en Niquitao.  Allí vivió meses nada más, pero su eternidad allí será eterna, por los siglos, como ya lo viene siendo.  Y Andrés Bello, distante muchos años después, y todavía le cantaba sus versos a Caracas, a sus quebradas, a sus lugares, con toda precisión.  Por eso, Isnotú es el origen, lo que importa, “la luz y el perfume”, que se da a la biografía de José Gregorio Hernández.

Lo otro, los largos quehaceres de su vida meritoria, los recoge la palabra de los estudios diversos que se han hecho de su personalidad, desde la más pequeña oración del creyente, hasta el injundioso estudio crítico del versado.  José Gregorio ha pasado y pasa por el lenguaje de la escritura, por lo que hallamos mucha literatura sobre su vida, mucho decir, el vasto pensamiento que lo ha tratado como causa productiva.  Y así, en la más simple enumeración estamos en capacidad de hacer un listado que incluye su origen, sus padres, su educación inicial, viajes, grados, compromisos, la misión propuesta, el llamado de Dios, salidas y entradas a la Patria, la divulgación de sus ciencia y de su fe, la visión múltiple sobre el estudiante, el médico, médico rural, elegido, egregio universitario, su vida científica, docente, académica, religiosa, periodística, musical, filosófica; su escritura, imagen, personalidad y cultura, venezolano ejemplar, su vida seglar, su eponimia, su liderazgo, sus milagros, los pobres a su alrededor, homenajes y testimonios, los premios, el largo camino a los altares, el largo proceso de beatificación, su actualidad creciente.  José Gregorio da para todo lo posible entre la realidad y lo imaginable.  José Gregorio, el hombre de la glorificación.  Cuántas veces se ha ido a la gloria, “hasta en las frágiles alas de un verso”, de los muchos versos populares hechos por el pueblo cuando le canta las oraciones más sencillas.

Aunque el heroísmo como la santidad son términos abstractos, ambos son esfuerzos vitales que no los pueden cumplir todas las personas sino aquellas de condiciones muy especiales, con gran voluntad y abnegación, capaces de renunciar a lo fácil y cómodo viviendo a veces hasta momentos torturantes y cargados de renunciamientos en persecución de un gran ideal, y eso es lo que los hace trascendentes y modelares a los ojos de la humanidad.  José Gregorio compartió esa condición de su inteligencia entre la heroicidad practicada por sus grandes esfuerzos y en ser buen médico, profesional de altura, estudioso con sentido de formación superior con fines de servir a sus semejantes.  Así vemos que en sus estudios secundarios “recibe la más alta distinción del Colegio expresada en la medalla de aplicación y buena conducta”.  Y los estudios de Medicina “los emprendió y llevó felizmente a su fin, con la mejor voluntad y con el mayor éxito, obteniendo las más altas calificaciones.”  En la Universidad, ya con carácter profesoral y como investigador, cargó ambos papeles con la máxima responsabilidad. Y así luchó y consiguió dotaciones y equipamientos, pidió mejoramiento y lo obtuvo en los mejores centros de otros países de América y Europa, en los que se les reconocieron sus méritos académicos que los hacía resaltar con trabajos y producciones, y eso se llama también heroísmo, porque buscaba no tanto servirse y satisfacerse él mismo, sino ponía por delante en sus acciones, primeramente a Dios, a su Patria y a su prójimo, como lo demanda el concepto lleno de moral.

En todo rasgo biográfico de Hernández, aparece como una constante, la calificación que lo define como hombre de ciencia dentro del complejo mundo de la medicina y sus aspectos de profunda investigación en este campo.  Eso es condición de heroísmo por la forma como desarrolló tales apostolados, en función de servir a los otros. Uno de sus panegiristas apuntó: “…trazó una línea recta en la reformación de los estudios médicos, como biólogo, como fundador de la medicina experimental y como connotado símbolo de la pedagogía”.  Asienta igualmente: “Con sus principios de filantropía, con su anhelo fecundo de bases firmes y compactas para prodigar ayuda al enfermo es que lo vemos erguido y grande abriendo el rumbo exacto de la asistencia social, esquematizada de acuerdo con valiosas experiencias en el campo científico.”  Esto, a nuestro juicio, es heroísmo con signos de grandeza.

Pero, es heroico José Gregorio desde la perspectiva de la santidad.  No en balde es “Venerable”, que en su sentido laxo significa “digno de veneración, de respeto. Epíteto concedido como gracia a personas de renombre, de reconocida virtud. Título que da la Iglesia a personas de grandes condiciones eclesiales, no necesariamente sacerdotes, también a seglares, como signo de prelacía y dignidad. Esto es ya José Gregorio, pero merece más en la glorificación de la Iglesia, y por eso se lucha desde hace mucho tiempo por la causa de su beatificación. Él merece en suficiencia por heroicidad tener esa condición de beato, que en la escala comúnmente ascendente es el paso de avanzada hacia su definitiva santificación.

En un reciente trabajo literario que hice con el nombre de “Guía de Ascensión”, que no es otro que el camino que debemos seguir los humanos para alcanzar el cielo en la inmortalidad, estuvo como modelo ideal la personalidad cristiana de José Gregorio. Allí, lastres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad lo retrataban con rasgos de heroicidad si vemos que él quiso la fe, esa virtud que hubo en él contagiosamente. Con júbilo y alegría inducimos esto al leer la esencia de sus rasgos biográficos. La fe fue uno de los maravillosos fulgores de su vida y lo hizo trascendente, lo mismo que las otras dos virtudes la esperanza y la caridad. De proponernos ir explicando el concepto etimológico de estas tres virtudes, bien pudiéramos ejemplarizar a cada una tomando referente a José Gregorio, como que quiso siempre regocijarse de la resurrección de la vida y el gozo eterno, “el maravillosos fulgor producido por la esperanza que sintió de gozar en la infinitud del tiempo trascendente, en que el alma es alma verdaderamente, únicamente alma, estela blanca que viven en la blancura infinita, en el ambiente bien creado y conservado del premio celestial, al lado del que nos permite la más absoluta libertad”.  Nunca contrarió en su comportamiento José  Gregorio a lo que estaba escrito, al mandato de los Mandamientos.  Su vida tuvo la significación virtuosa dada por la esperanza.  José Gregorio supo ser miembro de ese clan inmortal de los justos, ser humano en plenitud de vida terrestre, de una sola línea de conducta, en esa posición, definitivamente constante.  Y la llevó adelante, la cumplió al pie de la letra.

Eso digo del carácter heroico religioso de José Gregorio. Y pudiera revelar más. Pero debo detenerme. No quiero terminar sin decir que José Gregorio fue de aquellas personas que vivieron constantes en la virtud, entregado a una densa pasión por la esperanza de la vida eterna. De los que practicaron una gran caridad. De los que actuaron con mucha fe, porque esperanza y caridad sin fe no llena el cometido ni el producto de las virtudes teologales, las que Dios dictó para que los seres humanos las conocieran y practicaran fielmente como muchos las han cumplido, por lo que se ve en la biografía de esos justos, que debemos llamar santos, que hicieron de su existencia un concierto y una armonía, e interpusieron el alma como vía a esa gloria futura que les proveyó Dios inmediatamente después de su fallecimiento terreno.

Esas y otras razones son causas para que José Gregorio sea santo, para que goce de la santidad merecida, luego de este ya largo proceso histórico de su Beatificación. 

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domingo, 5 de octubre de 2014

Los homenajes del tiempo

Hacemos los homenajes del tiempo a personas de bien que vivieron entre nosotros, que supieron actuar y comportarse como ciudadanos auténticos, de formación moral y con valores familiares y sociales. Por eso constituyen un ideario a seguir, un paradigma modélico. Lucharon sin descanso por la vida e hicieron vida en plenitud. Buscaron una buena existencia para los suyos y para los otros, su entorno no fue otro que el que supieron servir. Son memoria ya y recuerdo para revivirlos siempre. Sobre ellos no habrá olvido porque tejieron una biografía de signos integrales, con una huella esclarecida. Por esas virtudes se ganaron los homenajes del tiempo. 

DOÑA  MYRIAM 

MULTIPLICIDAD DE VALORES

Es cierto que en algunas personas Dios hace que se condensen los valores. Es cierto que en personas con privilegios del destino conviven y conmilitan los afectos indelebles. Es cierto que una vida se hace insaciable dispensadora de sanas y ejemplarizantes vivencias integrales, como sucede la  anterior enumeración meritoria en la persona de Myriam Medina de Urrecheaga, para ventura, nuestro familiar de cercanías y de afectos impolutos como su misma estirpe.

Hacedora de querencias en torno de la Plaza Sucre. Este sitio ha sido su templo de espíritu, su casa prolongada a lo familiar  y social. Magnifica mujer, hija y madre de la misma cuadra, como con suerte de haber vivido siempre en consonancia estrecha con todo su núcleo familiar. Desde allí, centro minúsculo en la dimensión de tan pequeña geografía, ha proyectado una biografía imperecedera, porque los hilos de su luz formadora no tienen fin, sino más bien, se prolongan a un amplio grupo de seres integrados: padres, hermanos, esposo e hijos, en torno de una exclusiva sociedad de ellos en los días largos de un tiempo vivido que da para décadas, todas ellas pasadas en convivencia de armonías y en plenitud de correspondencias afectivas.

Muchacha que fue en un tiempo de la escolaridad. Bella alumna de la escuela cercana. Todo a mano como una bendición diaria. El genio de la vida la construyó graciosa, como la vemos graciosa en esta fotografía de crinejas, en la antesala de su boda con Ortelio, ese gran caballero social  que anduvo trasegando el tiempo entre la educación y el periodismo. Joven de una gran arquitectura mental. Venía posesionada de valores hogareños. Muchos valores la circunscribieron y animaron para esa gran empresa matrimonial, a la que concurrió en plena juventud y en la que ha vivido glorificada por la hermanación total del amor compartido.

Joven señora cuyo centro ha sido la casa, una grande y concentrada obra de la que sólo se alejó en el tiempo del trabajo, su  otra casa, no de sueños, sino de compromisos bien cumplidos, y a satisfacción de los superiores, porque si el trabajo fue realidad, la casa ha sido su sueño de plenitud humana, que la atesora a ella como su centro y fortaleza.

         En la plenitud de su madurez vital, la rodean ahora las grandes realidades que sembró sin ambiciones solapadas, más bien poseedora de una ambición de armonía como la saben tener los seres inteligentes. A Doña Myriam la miramos en este tiempo, con la inquebrantable fe que todos tenemos en su ejemplo, y en las virtudes morales que exhibe como uno de sus numerosos galardones existenciales. 

ORTELIO URRECHEAGA: LA ÚLTIMA MEMORIA

Ortelio Urrecheaga tuvo la suerte cuando joven de crecer en medio de memorias humanas prodigiosas, de ahí su buena formación intelectual. Era habitual en aquel Trujillo de hace cincuenta o sesenta años encontrar a ciudadanos cargados de memoria histórica, libros abiertos, mentalidades lúcidas que llevaban el acontecimiento histórico y comunitario en los sentidos y se desbordaban en el lenguaje escrito aunque solían hacerlo también en el oral. Ortelio tuvo la suerte de estar en medio de esas generaciones ciudadanas con una muy alta formación. Por eso se formó vastamente y nutrió su conocimiento para después él mismo convertirse en una de aquellas referencias que hicieron lucir a Trujillo como ciudad intelectual. Ortelio era mucho y sabía cosas inmensas que guardaba en su memoria, y que ahora, por su sensible fallecimiento hace días, desaparecieron como archivo vivo, aunque quedan sus signos y sus luces para guiar a los pocos empeñados en que no todo el pasado se borre ni se difumine como peligrosamente está sucediendo.

La biografía de Ortelio Urrecheaga se nos impronta para hacerla desde diversas perspectivas y visiones. Su vida estuvo nutrida por muchos factores. Fue un personaje de muy diversas particularidades. Hasta poéticamente podría reconstruirse su valiosa vida, porque su sola fisonomía en estos últimos tiempos que vivió, tenía una aura poética, como si fuese un personaje de una hermosa luminosidad, y así lo veíamos en ese sitio gravitatorio de su casa de la Plaza Sucre, en torno de los suyos como ese gran árbol genésico que sin hablar comunicaba, que sin decir nada trasmitía muchas cosas, que sentado allí como solía hacerlo en el quicio de la entrada de su casa de siempre parecía un filósofo en soliloquio con la naturaleza, y por qué no,, estaba él en ese trance tan habitual interrogando e interrogándose sobre la vida y sus pormenores en ese lugar en que solió citarse solo para dar satisfacción a sus lucubraciones existenciales acumuladas en esos ochenta años de raciocinio que le dio su larga vida de entre los ochenta y cinco que vivió en el absoluto espacio de su ciudad del alma, Trujillo, la que ahora y en adelante tiene el compromiso moral de rendirle los homenajes del tiempo.

Ortelio Urrecheaga fue un hombre inteligente. Todos sabíamos eso y lo admirábamos por ello. Jesús Enrique Zuleta, nos refirió que su padre don Luis, tenía un alto concepto de la personalidad de Ortelio. Le confesó una vez que Ortelio era un hombre inteligente, ese juicio de una persona como fue don Luis Zuleta, califica mucho la biografía de Ortelio y es una razón para que nos obliguemos entre todos a ir configurando esa biografía para que su memoria no vaya a caer en el olvido como ha pasado con otros personajes importantes de nuestra ciudad.

Yo siempre vi y tuve a Ortelio como un maestro. Sentía una clara admiración por su persona. Vi en él un ductor a seguir, a imitarlo en su conducta y en sus quehaceres. Desde siempre fue así, desde aquellos lejanos tiempos en que él junto con compañeros generacionales hacían periódicos y nosotros, muchachos, salíamos a venderlos por las calles de la ciudad. Allá en ese lapso remoto comenzó tal vez ese hilo de comunicación espiritual entre Ortelio y varios de nosotros que lo fuimos de a poco tratando en la amistad creciente, hasta definitivamente conseguir con él esa necesaria comunicación que nos nutrió mucho y definió en parte nuestra inquietud intelectual. Ortelio fue un absoluto maestro para lo positivo que debe transmitir la persona humana que sabe estar en posición de destino cultural. Muchos años después, ya con otros destinos sobre nuestra propia vida escudriñando con fines de investigación aquellos viejos periódicos locales, veíamos y leíamos las escrituras de Ortelio, el nombre suyo en los periódicos, el permanente grabado con su fotografía, en la que aparece imponente con un pantalón de alto talle sostenido con tirantes. Afloraban entonces los recuerdos, porque la memoria tiene esa facultad de llevarlo a uno descarnada y nítidamente a los momentos más lejanos, en este caso, a más de cincuenta años atrás cuando circulaban en Trujillo periódico como el “Cuatricentenario”, “Hoy”, “Momento”, “Sabatino”, “Punto” y otros de muy efímera existencia. En todos aquellos aparece marcada la huella inteligente de Ortelio Urrecheaga, porque él era miembro de la familia poseedora de la tipografía donde se editaban esos voceros, y laboraba junto a su padre don Isaac y sus hermanos Luis y Venancio, quijotes de aquella empresa en esa luminosa década trujillana entre los años cincuenta y sesenta, tal vez la más grandiosa de nuestra historia citadina, o una de las más, porque en la precedente, cuando estuvieron aquí Numa Quevedo y Luis Beltrán Guerrero también afloró mucho la capacidad intelectual de los trujillanos, integrada por ciudadanos que juntaron su inteligencia para dar nombradía cultural a la ciudad y al estado.

Larga y fecunda debemos hacer entre todos la biografía de Ortelio Urrecheaga para convertirla en una lección moral de este tiempo difícil y dramático que estamos viviendo, en que los valores se están perdiendo, y no hay interés absoluto por los hechos de la historia local; en que hemos perdido el respeto social y pareciera que el atosigamiento de formas extrañas de conducta y de acción estuviesen vulnerando a todos, con mucha mayor intensidad a nuestros niños y jóvenes.

UNA PAREJA EN APOTEOSIS

Ahora en el reencuentro dado por la inmortalidad, luego del reciente fallecimiento de la señora Myriam, la lección de vida de Ortelio Urrecheaga y Myriam Medina de Urrecheaga se ha fortalecido. Ahora se nutre de mayor espiritualidad esta pareja matrimonial, luego de haber sido una fortaleza en la materialidad de existencia terrena. Ellos llenaron los espacios físicos y hoy los llenan de otra manera, porque hay una lección familiar hecha eternidad y hecha memoria reluciente para los suyos y para el  entorno familiar y amigo que los conoció y trató, y llegó a comprender los signos de sus valores en los largos y hermosos años de vida matrimonial  familiar.

         Desde aquellos años lejanos, entrado largamente el tiempo en los anales del espacio natal, cuando la vida parroquial y la de un poquito más allá, aparecía dimensionada por el contacto familiar y social en un solo lenguaje y en un solo ámbito entre la hogareñidad y la amistad, esta pareja de jóvenes activos, educador y comunicador él, trabajadora secretarial ella; ambos sujetos de cultura en la categoría social viviente, animaron una naciente familia hecha paulatinamente grupo progresivo por la llegada de los hijos y de las hijas; unción de fe por la religiosidad que se practicaba  y que jamás dejó de practicarse en el interior, y de una cultura adquirida no tanto por los rasgos del saber sino de los ancestros. Trujillo, la pequeña ciudad visualizada en el también pequeño valle, dejó ver la nueva imagen de una pareja convertida en hogar, en centro atado para una vida en unión. Y así fue por espacio de más de medio siglo, con llenura de amor y comprensión, que ambos  valores crean signos conformadores de nuestra historia parroquial por la trayectoria de vida de los que aquí han sabido vivir una vida meritoria.

Hay muchas maneras de hacer una cultura en la ciudad. Desde la misma esencia histórica esto puede percibirse en el entorno. De muy diversas formas se han venido produciendo fuentes y anales de cultura entre nosotros. Los valores integrales, los que provienen como una buena fluencia desde el interior de grupos familiares, han resultado una fortaleza espiritual entre nosotros, una nutrición como camino y forma de conducirse de muchos. Tales actividades espirituales subyacentes afloran en el momento en que se quiere argumentar una historia de vida y ayuda grandemente en su construcción. Así Ortelio y Myriam modelaron una sobresaliente acción hogareña por medio de la totalidad viviente de una biografía compartida sin lapsos ni interrupciones. El hilo conductor de una causa matrimonial jurada para siempre se convirtió en  grueso tejido hogareño que cubrió en plenitud  a los suyos, hasta que el designio de Dios, la llamada, rompió aquel lazo con la muerte de Ortelio, y vino la separación perentoria hasta ahora, cuando Dios llamó a Myriam y propició el reencuentro y la unión definitiva en el gozo del Cielo para estos esposos que en la tierra fueron conciencia  y dignidad, cultivadores de una vida sana, por lo que desde ahora gozan  de ese premio definitivo: el acceso a la inmortalidad en el paraíso inmaculado

La creación de una familia como un bien social es una consecuencia natural de vidas matrimoniales que se comportan bien, que actúan ajustadas a códigos morales enseñados y practicadas con los suyos y con los demás; padres que aman a sus hijos y viceversa; padres  e hijos que aman a los otros y los tratan en amistad y en solidaridad. Estos hilos conductuales están como animación en este grupo familiar, Ortelio, Myriam y su descendencia estructuraron una familia muy bien fortalecida con irradiaciones del nombre en el cuerpo social de nuestra ciudad y otros horizontes. La familia originó esta herencia que queda para mantenerla viva y seguirla nombrando  por lo que en los hijos y en los hijos de los hijos siguen viviendo los padres como vemos sucede en este caso.

     De Ortelio podemos decir que fue un ciudadano integro, formado, sabio y culto. Pudo ir más allá en sus aportaciones a la sociedad, pero se fijó a su ciudad natal y la sirvió con creces. Reconocido como intelectual, eso fue su trabajo. Educador a carta cabal, comunicador radial y de la prensa escrita. Su intelectualidad la puso también al servicio de la judicatura. Por eso, los que solemos mirar prensa escrita local vieja, descubrimos su nombre con asiduidad en diferentes formatos serviciales en instituciones socioculturales de la ciudad.

         De Miryam se destacó siempre la presencia de una mujer totalmente bella en forma y en espíritu. Aunque sale resaltarle el espíritu activado como núcleo de su grupo familiar de padres y hermanos; de esposo e hijos y nietos. Centro de un hogar luminoso alrededor de ella en la perdurabilidad del amor  y del cariño. Fue y es luz conductora que no permitirá jamás la penumbra ni la sombra entre los suyos, porque supo ser madre, y las madres así lo siguen siendo cuando mueren porque se nombran siempre como si estuvieran vivas en la cotidianidad de la casa.

     El tiempo florece perdurable cuando hay amor. Y aquí lo hubo. Un tiempo hogareño compartido por más de cincuenta años hace una huella profunda, tiene que haberla hecho. Las huellas de los padres están siempre vivas. Sobre los surcos de esas huellas memorables hay que seguir caminando siempre, en rectitud y sin desviaciones.

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