EL PESEBRE DE SAN JACINTO PATRIMONIO
RELIGIOSO CULTURAL TANGIBLE
Alí Medina Machado
A María Barroeta, sanjacinteña de
siempre
I. UN ACTO RELIGIOSO TRASCENDENTE
El Pesebre Navideño es una
muy vieja costumbre y tradición cristiana que se pierde ya en la
inmemoralidad del tiempo. Lo bíblico dice: “Y ocurrió que mientras estaba allí
se cumplieron los días para el alumbramiento de ella, y dio a luz a su hijo, y
lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre. Era el 25 de diciembre del
año 748 de la fundación de Roma y 6 antes de nuestra era, reinaba en Judea
Herodes el grande y en toda la tierra conocida Octavio Augusto César. Era el
centro y la plenitud de todos los tiempos”. Y luego narra: "Afueras de
Belén, pastizales de Betsaut atraídos bajo la escarcha de luna invierno. Hierba
fría y tímido verdor…” Así cuenta la tradición.
Y
en la tradición venezolana, el Pesebre o Nacimiento, como se le llama también,
símbolo casero desde las más viejas familias, como celebración del advenimiento
del Niño Jesús. El Pesebre, prevaleciendo siempre sobre todos otros símbolos
extraños que la modernidad ha querido imponer, sin que hasta ahora logren en
verdad desplazarlo. El Pesebre o Nacimiento: clásico monumento de amor, de
gracia, de verdad espiritual, que por esta fecha “descubre su ingenua
composición: en primer término, el Sacro Niño en su nicho de paja; luego San
José con su vara florida y la Virgen inclinada sobre el
rostro de su hijos, como parte central del cuadro elaborado, de mil maneras y
de mil también presencias. Y en otro espacio “se ven los Reyes Magos sobre sus
camellos, seguidos por fastuosa comitiva, o bien prosternados
ante el Niño, en actitud de adoración y ofrenda”. Y luego… “aquí y
allá, esparcidos profusamente, con menor o mayor abundancia, según
los casos, pastores cargados de presentes; conductores de rebaños incluso,
cuyas ovejas, de modo milagroso, intuyen el prodigio, y como criaturas con uso
de razón, pugnan por rendir también vasallaje…”
Así,
el aguinaldo tradicional, dice: “Vamos a Belén /donde hay maravillas/ a ver las
ovejas/ caer de rodillas.
En
su acepción sígnica deviene en una simbolización pedagógica sensibilizada que
enseña humildad y desprendimiento, si vemos que ese Pesebre latino es una
especie de cajón donde duermen las bestias, o sitio destinado para tal fin
(DRAE), los que nos infiere de donde proviene esa enseñanza cristiana que lleva
siempre a una ascendencia en nuestra condición humana, una elevación
despertadora de condición formativa, pues no desmerita para nada,
sino al contrario acrecienta un ánimo de conseguir condiciones sociales de valores,
personalidad y ciudadanía, aun a pesar de haber tenido un
origen familiar muy humilde, como singulariza la lección del Pesebre
que cuenta en su imagen total el acto histórico de aquel nacimiento.
La tradición del Pesebre entre nosotros,
cuentan los cronistas, es an¬tigua, proviene desde la misma llegada del español
a nuestra tierra, quienes trajeron consigo y las fueron imponiendo
progresivamente, sus formas de vida, sus maneras culturales y sus
actos religiosos cristianos. Una de esas manifestaciones fue la del Pesebre, en
tiempos decembrinos pascuales. Manuel Felipe Rugeles, folclorista tachirense
refiere que"...fueron los padres franciscanos y agustinos quienes
enseñaron, desde los primeros días de la Colonia, "a celebrar con júbilo
la noche de la Natividad de Cristo, a erigir en los altares de sus conventos
los tradicionales pesebres y a utilizar las raigas de pino,
los mugos y la yedra de los campos y hasta las rocas naturales
para configurarlos". Y así, entendida en el tiempo aquella práctica por
los confines venezolanos que iban apareciendo en el nuevo mapa colonial: en el
oriente, en occidente, en el centro del país, el pesebre en
diciembre con sus particularidades regionales y locales precisas, pues sabemos
la influencia que aportan los localismos a la conducta y las
prácticas humanas.
En nuestra provincia trujillana,
entonces, desde la colonia también, desde la llegada de los clérigos españoles
a mediados del siglo XVI, franciscanos y dominicos a los conventos de la ciudad
que se iba armando urbanamente, y luego las monjas clarisas, dominicas del
Regina Angelorum. Ellos y ellas fueron los que iniciaron por tiempos pascuales
la edificación de aquellos vistosos y hermosos pesebres que en el tiempo
histórico no son más que un patrimonio intangible subyacente, una memoria no
olvidada ni dejada de practicar con constituyentes igualados a los originarios,
tal el caso de los personajes humanos, como el Niño, La Virgen, San José, los
Pastores, los Reyes...Y los animales: ‘la mula, el buey, las ovejas,
pervivientes todos. Aunque pudiera ser, tal anota la cronística, que
"Actualmente aparecen pesebres electrificados, porque los tiempos cambian
y hay que echar mano de cuantos recursos depara la moderna tecnología para
hacer más atractivo el espectáculo."
En el proceso histórico vivido, a medida
que se iban constituyendo las ciudades y los pueblos, por tiempos decembrinos,
debió extenderse asimismo la tradición del pesebre o nacimiento,
constituyéndose este referente cultural popular cristiano que se ha mantenido
incólume por los siglos hasta hoy, cuando podemos verlos como cuadros
familiares y comunitarios multiformales y con significancias polisémicas. Así,
modelizado uno por el folclorista Rafael Olivares Figueroa en minuciosa
descripción: "Distribuidos por valles, lomas, cerros y llanuras, se ven
caseríos, ventas molinos, y aun castillos y grupos de menestrales que caminan o
se dedican a sus respectivos oficios de leñadores, queseros, tejedores, etc.,
sin que falten las lavanderas que sacan el cubo del aljibe, o bien restriegan o
tuercen sus paños a orillas de los ríos de espejo y musgos
relucientes, saltos de agua y lagunas, decoradas con aves
y barquichuelos."
En nuestra entidad regional, diversos
autores han recogido en una cronística diversa en tiempos y lugares, la
literatura regresiva atinente al existencial de los pesebres, por lo
que vemos su fisonomía localista en la escritura de autores como
Juan P. Bustillos, Antonio Pérez Carmona, José María Baptista, Rafael Benito
Perdomo, Noel Araujo, S. Joaquín Delgado y otros, cuyas palabras literarias
también recogieron en hermosos cuadros cromáticos y afectivos, lo comunicado
por el simbolismo del pesebre, como reproductor de sentido de creencias y
prácticas muy acentuados en conglomerados familiares comunitarios.
Tomamos como referente al último de los
cronistas nombrados quien nostálgicamente subjetiviza aquellos
tiempos pascuales al afirmar que desde muy niño demostró
sentimientos místicos por las cosas del Niño de Belén. "Recuerdo, escribe
Delgado, que en el camino de las antiguas Araujas de Trujillo. (El antiguo
Villorio- hoy convertido en popular barriada simpática) existía allí una casa
que ostentaba en gruesas letras el nombre de Belén". El texto hace
referencia a la "humilde aldea de palestina, donde se originó el cuadro
histórico.” Y en la mitad de la página rememorativa, luego de
espaciar tiempos y recuerdos, anima que, "quizás aquella gente
humilde que hizo grabar el nombre de Belén a su casa, no pensó siquiera que yo
como niño, atento y observador, pudiera recordar hoy vivamente aquella otra,
(...) o que por lo menos llegara a pensar en el sitio sagrado donde Jesús vino
al mundo entre pajas, y animales domésticos."
En comentario en mi libro "Pascuas
en Trujillo", que hago de Juan P. Bustillos, sobre una crónica,
suya-de 1896, hago notar, entre otros aspectos, lo que dice sobre el pesebre,
,y cito: “Dentro del recinto de la población y sus suburbios
inmediatos, hubo muchos pesebres., unos ricos y elegantes en variados objetos
de porcelana, metal y madera, plateados, dorados., flores naturales y
artificiales, ramos de plantas silvestres y particularidades artísticas
extranjeras y del país; y otros, si modestos, construidos con refinado gusto.
Más luego, asienta Bustillos: “Desde el 24 de diciembre hasta el 6
de enero, la gente vagaba sin cesar por calles y caminos, contenta y animada,
visitando al Niño y recreando la vista." Es decir, el acto ritual armado
en todas partes como factor de creencia y praxis cultural espiritual, la capacidad
creadora de una población un tanto disímil aunque animosa por igual en un
compartir social si se hubiese hecho un pesebre total por la unificación de esa
cultura participativa de una idea común plastificada a través de tantas
pequeñas obras hogareñas individuales.
Ya
en tiempos de la modernidad, la persistencia cultural animada en cada diciembre
por gente dispuesta a mantener la tradición; a reconstruir aquella realidad
familiar proveniente de tiempos ancestrales, la realidad sobre el pequeño mundo
de cientos de belenes concretos disponibles a la observación privada y
colectiva: el permiso para visitarlo y las gracias por permitir
visitarlos: las dos frases tradicionales: “Un permisito para ver el pesebre”, y
luego: “Muy bonito está el pesebre”, como se estiló el
comportamiento humano, más que todo de jóvenes en compañía andantes noche tras
noche por las oscurecidas calles de los barrios en la costumbre ya fenecida de
visitar los pesebres.
II. EL PESEBRE DE SAN JACINTO
El Pesebre de la Iglesia Colonial de San
Jacinto, Parroquia Monseñor Carrillo del Municipio Trujillo, es un monumento de
carácter cultural religioso que se anualiza en los tiempos decembrinos en la
ciudad de Trujillo. Pertenece entonces al arte religioso y tiene una profunda
connotación de fe y de creencia entre los trujillanos y los miles de turistas y
personas que lo visitan en su exposición, en toda la dimensión del altar mayor
de la histórica iglesia parroquial.
Este Pesebre, en sus ancestros, como
pieza intangible, ha perdurado en los siglos, porque nada es más natural en la
práctica religiosa cristiana católica que crear o recrear, en este caso, el
retablo o pesebre en que nació el Niño Dios, nuestro Redentor, como lo cuenta
el relato bíblico en sus pormenores. Los primeros pesebres fueron hechuras de
la iglesia en todos los países católicos y en todos los templos del
catolicismo. El primer pesebre o primer templo entonces, tuvo que haber sido
aquel humilde lecho de paja en el que un 25 de diciembre nació el que sería El
Salvador del Mundo.
En Trujillo, ciudad católica y mariana
por antonomasia; ciudad de templos y conventos, desde sus mismos tiempos
coloniales, la devoción por la hechura del pesebre deviene como una hermosa
práctica desde los primeros momentos. A la ciudad vinieron congregaciones
religiosas y sacerdotes. Y al nomás establecerse en este valle de los Mukas,
desde el primer templo levantado, en aquel primer diciembre perdido en la
lejanía de los años y de los siglos, allí, el oficio del sacerdote católico y
la fe de los pocos pobladores seguramente, se dieron la mano para la
fabricación del pesebre, además de que era una tradición que venía con ellos
desde España. Lo mismo las imágenes del cuadro, cuya suma inicial ha sido desde
siempre: el Niño, la Virgen San José, los Reyes Magos, los Pastores y el grupo
de animales domésticos que cierran el cuadro del paisaje sacro en el establo
rudimentario también de muchos valores y enseñanzas.
Así ha sido nuestra tradición, según
narran los historiadores y los cronistas. En toda su historia, la ciudad se ha
llenado de pesebres en todos sus diciembres, unos urbanos y otros rurales, pero
todos hechos con amor y fidelidad a los mandatos espirituales y morales de la
santa religión.
En la década de los años cincuenta del
siglo XX, desde los primeros años, 1951, 1952, llegaron a Trujillo un pequeño
grupo de sacerdotes pertenecientes a la Congregación Dominica de Santo Domingo
de Guzmán. Venían de España a fundar un colegio privado católico en la ciudad.
Entre el grupo; los padres dominicos: Mariano Martín, Gonzalo, Alonso, Mancebo,
Patiño, Ortega, García. Y entre ellos sobresalía Fray Juan Francisco Hernández,
llamado familiarmente “El Padre Canario”, por ser originario de las Islas
Canarias-España. Con este sacerdote comenzó la historia de este Pesebre; del
Pesebre trujillano como obra de arte, por su realización como cuadro o estampa
de profundos contenidos en su realización total. El Padre Hernández se sumó
desde el primer momento a la vida social y familiar de la ciudad. Y se vio desde
entonces su activismo pastoral en los barrios, en la Radio Trujillo, y en
hogares específicos que le abrieron sus puertas y lo recibieron con mucho
cariño, porque conocían su propósito de servir totalmente a Trujillo, como
efectivamente lo sirvió por espacio de más de cuarenta años, desde entonces.
Hizo el padre Hernández las casas de una
urbanización en Santa Rosa. Hizo una programación radial “Emisión Gracia
Plena”, de mucho contenido religioso; hizo trabajos artísticos de montajes
teatrales en institutos como el Colegio Santa Ana y el mismo Colegio Francisco
de Vitoria o Colegio de los Padres, como se llamó popularmente. En esos
espacios se desbordó su capacidad creativa a través del teatro y de las artes
plásticas, destacando el buen gusto de sus realizaciones, pues se había
preparado para ello. Trujillo comenzó a sentir la obra del “Padre Canario”.
El padre comenzó a descubrir la inmensa
idiosincrasia de los trujillanos. Y hubo familias que se convirtieron en su
propia familia, por el grado de amistad naciente y fortificada en poco tiempo.
Una de aquellas puertas abiertas al padre fue la de la familia Rosario Tavera,
en la calle Bolívar, parte alta de la ciudad, en la cercanía de la Placita del
Carmen. En ese hogar de valores cristianos está el génesis de lo que sería más
tarde el Pesebre de San Jacinto, porque por diciembre en varios años, el padre
Hernández en esa casa edificó el pesebre, no con el tamaño heroico con que años
después hizo el de San Jacinto, pero si con los mismos componentes artístico-religiosos,
las formas y el imaginario, el contexto gráfico que luego, en una dimensión
grandiosa y perfeccionada con los años se vio plasmado en el Pesebre de San
Jacinto, que lo comenzó a hacer con ánimos de perdurabilidad, desde 1958,
cuando llegó al todavía lugar bucólico, en condición de Párroco.
Desde siempre, el pesebre de San Jacinto
fue y es una obra de arte. Pero podemos decir que se perfeccionaba con el
tiempo. Y el Padre Hernández consciente y feliz por su obra, se esmeraba en
hacerlo mejor cada año, más vistoso y glorioso en búsqueda no sólo de cumplir
con el ritual, sino de magnificar el significado religioso de aquel hecho de la
Iglesia, manifestado en tan hermosa pieza de arte, entre lo propiamente
plástico y la artesanía, por el imaginario, por el cromatismo, por los
volúmenes y por la densidad afectiva desprendida de su entorno total.
El Pesebre de la Iglesia de San Jacinto
ha sido en este largo tiempo, una oración devota por el Niño Jesús, una
revelación de amor por sus hacedores, por ese grueso grupo familiar parroquial
hermanado, teniendo como centro director al padre Hernández. Es el devocionario
de hombres y mujeres participativos; nombres y apellidos familiares del lugar,
todos a una poniendo sus ideas y sus manos en una construcción impecable y
trascendente; efímera si, e interrumpida por la necesidad de desarmar el
monumento; pero quedada todo el resto del año como un imaginario subyacente en
la moral social pueblerina.
Hoy es un patrimonio cultural religioso
de la ciudad de Trujillo. Así lo cataloga el colectivo social. Es también una
obra patrimonial de nuestra Iglesia Católica. Es, a su vez, una herencia
espiritual dejada a los trujillanos por aquel inolvidable sacerdote llamado
Juan Francisco Hernández, que llegó un día a Trujillo y se hizo trujillano para
el buen servicio, aquel que emerge de los valores humanos, desde la belleza del
alma bien nacida.
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